17-04-2006
Los periódicos del siglo XIX nacieron preocupados, casi obsesionados por la veracidad. Todo lo que aparecía en sus páginas debía estar nimbado por esa alta cualidad cuyos valores convertían a la publicación en un espejo de la realidad, ofrecida a sus lectores para una contemplación crítica por el gacetillero o el periodista. El siglo XX trajo una nueva orientación que modificó las relaciones entre la prensa y sus usuarios pero que, a la larga, contribuyó a hacer más eficaz y duradera esa misma relación: la credibilidad. La mirada del periodista puesta sobre un tema ofrecía al lector cierta seguridad, le ayudaba a enfocar la cuestión y terminaba por afianzar su criterio. Todo lo que el redactor escribía era asumido por sus lectores justamente porque existía una confianza previa que le acreditaba ante éstos por la selección correcta de los temas, por el enfoque del argumento y por lo acertado de su juicio. Con el tiempo, al lenguaje escrito ha venido a añadirse el iconográfico, no tanto por dar la razón al proverbio en el que la imagen se eleva por encima de las palabras o vale más que ellas, sino porque hay instantáneas tan fulminantes que sólo se explican entre una palabra y otra, en el instante del silencio, en la tregua para la reflexión.
El Norte de Castilla sigue siendo creíble después de 150 años por acertar todos los días en las pautas que contribuyen a vivir y a convivir; por esas imágenes y por quienes nos ayudan a verlas: por quienes encuadran la emoción, el horror, el heroísmo, la bondad, la catástrofe, dejando fuera del marco todo lo demás, prescindible para ese interludio en el que la vida hace un alto y deja de respirar el mundo. Sus miradas podrían ser las nuestras pero su esfuerzo y excelencia tienen nombres y apellidos: Ramón, Gabriel, Henar...