04-01-2002
El mundo científico –ese universo pequeño que trabaja a diario para mover de vez en cuando los engranajes del planeta- se prepara a celebrar a comienzos del año próximo el 400 aniversario del nacimiento de uno de sus miembros más conspicuos y entretenidos: Athanasius Kircher. Nacido en una aldea cercana a Fulda (Alemania) en 1602, ingresó en la Compañía de Jesús a los diecisiete años, especializándose en lenguas orientales y realizando diversos estudios sobre filosofía y matemáticas; esta preparación le sirvió algo más tarde, acabada ya la guerra de los Treinta Años, para iniciar y publicar un trabajo sobre los jeroglíficos que, si bien tenía más de fantasía que de realidad (Lingua Aegyptiaca Restituta, Roma, 1664), sirvió de apoyo a Champollion para sus descubrimientos sobre egiptología. Su libro sobre el Arca de Noé –por cierto traducido al español por Atanasio Martínez Tomé, si bien los grabados sólo pueden ser contemplados en toda su amplitud y belleza en una edición de Siruela- es más un catálogo de asombrosas deducciones que una exégesis del hecho bíblico. Kircher habla de las medidas, de los animales que habrían ido en el fabuloso barco, de los departamentos en que se dividía y de muchas cosas más, como si hubiese sido uno de los pasajeros. Tras ese empeño extraordinario sigue la pista a los hijos de Noé –Sem, Cam y Jafet- y elabora un curioso plano sobre sus andanzas por el mundo tras el Diluvio.
En donde más se aprecia, sin embargo, la vena creativa del jesuita alemán es en el terreno de los inventos. Athanasius Kircher fue uno de los constructores e impulsores del Colegio Romano, sede de la Compañía de Jesús en Roma, a donde trasladó una fabulosa colección de instrumentos –entre ellos muchos musicales- que había adquirido o recibido de numerosos lugares del mundo. Algunos de esos instrumentos ya habían sido estudiados o descritos por él en obras como la Ars magna lucis et umbrae (1644), la Musurgia Universalis (1650) o la Phonurgia nova. Su discípulo Philippo Bonanni, jesuita también, publicó en 1709 una especie de catálogo descriptivo de todos los instrumentos musicales reunidos en esa colección, al que tituló Gabinetto armonico. Las láminas que allí aparecen, grabadas por Arnold Westerhout, todavía se siguen publicando y difundiendo hoy día gracias a una edición económica de Dover.
Otro de los inventos curiosos de Kircher es la linterna mágica. Su descripción puede verse en la segunda edición del mencionado libro Ars magna lucis et umbrae (1671), lo cual nos hace deducir que el invento, basado probablemente en una intuición de su compatriota Giovanni Battista Porta, debió de ser perfeccionado en las décadas centrales del siglo XVII. Porta y Kircher, adelantados y audaces, fueron acusados de magos, hechiceros y soñadores aunque, en el fondo, sólo eran un par de impenitentes curiosos con escasos medios. Son notorias las teorías de Porta sobre fisiognómica para deducir el carácter de las personas y para estudiar los comportamientos criminales con una lectura del rostro o facciones. En cuanto a Kircher, después de publicar su Iter Extaticum coeleste (1660), en una de cuyas páginas aparece en un grabado con un compás en la mano derecha y conducido por un ángel a los espacios siderales, tampoco es extraño que se le tildase de ocultista, de rosacruciano y de tantas cosas más por tratar de hallar ese camino del éxtasis.
Asimismo reseñable es el artefacto llamado Cochleantum, también denominado “oreja de Dionisio” por basarse en un sistema que al parecer tenía el famoso tirano en su palacio para escuchar las conversaciones de sus prisioneros sin ser visto.
El Colegio Romano, sede de tantos experimentos y fantasías de Kircher, fue cerrado en 1773 al ser disuelta la Compañía de Jesús por el Papa y finalmente adquirido por el Estado en 1870. Allí se instaló el Liceo Visconti, en honor del famoso arqueólogo romano, y allí fue a colocarse una parte de la famosa colección kircheriana que aún puede verse hoy día bajo la denominación de Museo della didattica delle scienze.