23-02-2005
“Un día se rió Spinoza
cuando rezaban otros”.
José Jiménez Lozano: El tiempo de Eurídice
No me resulta fácil hablar de José Jiménez Lozano como escritor. Aunque comprendo y admiro lo que dice, no consigo percibir su presencia en el escenario. Tengo la impresión de que su voz suena allá dentro, entre bastidores, donde la asistencia del público no pueda distraerle o perturbarle. Y, sin embargo, a Jiménez Lozano le importan las cosas de este mundo, de esta “trampa oscura” e ininteligible, a la que dedica permanentemente su mirada de filósofo. Seguramente le importan más las cosas que las palabras, aunque éstas le preocupen, le sirvan como escudo y le salgan nimbadas de estudiada elegancia. La naturaleza inmensa, la noche insondable, las estrellas sin respuesta, los animales -su mirada, esa mirada tierna y asustada que demuestra miedo y debilidad-, le interesan más que la soberbia o la estupidez de la humanidad, de la que sólo salva el individual reducto de la infancia, ese reducto en el que se aprenden las cosas importantes, las que se llevan después como bagaje y protegen del abismo del tiempo sin medida y del paso impiadoso de los días. Probablemente, como a Spinoza, a Jiménez Lozano no le conmueven las preces a deshora porque su pulso late a un ritmo sabio; y ríe ahora, cuando los otros rezan, para dejar un rostro de esperanza después de que se acabe la plegaria, aunque su ánima sangre, doliente de sapiencia y herida por el puñal de la memoria.