07-02-2013
Me contó en una ocasión Angel Lera de Isla, el espléndido escritor y periodista nacido en Urueña, que, en la época en que tuvo que hacer de corresponsal de El Norte de Castilla en Madrid, le encargaron la reseña de una actuación de Mariemma en un teatro de la capital. Lera, enfebrecido por la gripe y temeroso de salir a la calle, tomó el programa de mano y sobre él trazó un artículo muy hermoso y laudatorio que envió a la redacción, regresando después a la cama con la sensación del deber cumplido. Cuando al día siguiente le dijeron que la función no se había llevado a cabo por un pequeño incendio que se declaró en el escenario, dudó si avisar al periódico o no. Finalmente se inclinó por la última opción. “Al fin y al cabo –me decía- Mariemma era igual de fantástica actuando y sin actuar”…
La genial Guillermina, en efecto, paseó su arte allá donde fuera porque era de los pocos y privilegiados artistas del siglo XX que nunca se bajaron de un escenario. Habían nacido en y para él, y no tuvieron gana ni necesidad de abandonarlo. Esto es difícil de entender hoy, cuando el arte se compra y se vende por metros o al peso, pero distingue claramente a un artista entregado, desposado con su oficio, de un advenedizo o de un aficionado. Para Mariemma, el arte fue siempre una profesión y un modo de vida, una manera de ser, que obligaba a muchos sacrificios y que sólo daba a cambio la satisfacción de pertenecer a una raza a punto de extinguirse. De ese orgullo saben mucho quienes la conocieron bien y algunas de sus alumnas y alumnos –a quienes exigió una completa formación y un conocimiento cabal de la danza- cada vez que se veían forzados a descubrir que palabras como imprecisión, desgana, pereza, abandono, negligencia, no existían en su vocabulario. Tampoco es posible explicar fácilmente a las nuevas generaciones el éxito de sus giras y conciertos, en medio de dificultades internacionales y de viajes eternos, porque todo eso ha cambiado demasiado y ahora un salto sobre el Océano Atlántico es algo casi tan cotidiano como conectarse a internet. Pero ahí están sus éxitos en París, en el Teatro de la Opera en Roma, en la Scala de Milán con Von Karajan, en Rouen, en Burdeos, en Marsella, en Niza, en América...Guillermina recibió casi todos los galardones y reconocimientos que su categoría artística le hizo merecer. Premios, respeto, consideración: catedrática, académica, medalla de oro al mérito en las Bellas Artes. Ese rincón de Castilla que fue su cuna, Iscar, preparó también con orgullo un recorrido por su vida y su obra. En ese recorrido están presentes, además de trajes y coreografías que Mariemma lució por todo el mundo, los recuerdos de quienes, entre bambalinas o incluso en el escenario, contribuyeron a que su éxito fuese siempre clamoroso. Y destaco entre todos ellos, porque el Arte de Mariemma no hubiese sido completo sin la música, la figura de su eterno acompañante y admirador, el gran pianista Enrique Luzuriaga.