Joaquín Díaz

LA DÉCADA DEL PATRIMONIO INMATERIAL


LA DÉCADA DEL PATRIMONIO INMATERIAL

INTERFOLK

Sobre el patrimonio inmaterial

05-02-2009



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Desde comienzos del siglo XXI hay una tendencia –fomentada incluso desde instituciones internacionales como la Unesco- a hacer uso de la cultura patrimonial verbalizada y tradicionalizada para complementar el estudio de la historia, para ayudarse en los trabajos de sociología o antropología o para sustentar teorías lingüísticas o filológicas. Los conocimientos a los que denominamos inmateriales son expresiones verbales (relatos, canciones etc.), complementarias de una cultura patrimonial almacenada por el individuo a lo largo de períodos de tiempo dilatados; esa complementariedad viene dada precisamente por la posibilidad de que tales expresiones le ayuden a comprender mejor o contextualizar aquellos conocimientos. Es el ámbito de las creencias donde mejor se han refugiado tales saberes que han pasado a constituir lo que se denomina mentalidad.
La mentalidad es la cultura y modo de pensar que una persona adquiere al contacto con su familia y con el grupo humano que le rodea. Cuando esa cultura le caracteriza frente a otros, le confiere además una identidad. Hay un tipo de identidad "natural", procedente de la acumulación de valores éticos y estéticos, que se va formando en una comunidad a lo largo de su historia, y hay otra especie en la que, con todas esas cualidades, se construye un modelo de comportamiento colectivo, algo así como un espejo en el que nos reconocemos y nos reconocen los demás. Durante siglos, la enseñanza de ese comportamiento se hacía a través de fórmulas atractivas, convincentes, que envolvían al auditorio y le seducían sin remisión por serle familiares. Entre esas fórmulas, hubo quien supo desentrañar antiguos métodos que el buen uso, la experiencia y la práctica habían perpetuado.
En muchas recopilaciones de los siglos XIX y XX aparecen melodías, relatos y costumbres que son un reflejo de aquella mentalidad y que transmiten algo más que situaciones y temas concretos. Entregan signos, enigmas, claves para interpretar la vida por encima de la estética, de la moda o de la propia voluntad de los individuos.
Y como motor básico de todo lo transmitido, la memoria. Memoria que tiene sus métodos especiales, sus reglas mnemotécnicas, que sabemos surten efecto a partir de fórmulas no escritas. Hay autores que perciben una cierta diferencia entre memoria y recuerdo. En el sufijo “memor” habría un uso voluntario de la inteligencia, mientras que en la recordación intervendría el corazón. Pero en ambos casos, memoria o recuerdo, estaríamos hablando del chispazo que haría encenderse en la voz las luces de una cultura colectiva. La memoria sería el método para hacer presente el motivo. La memoria, entendida por tanto como la facultad de rescatar del pasado elementos fecundadores de la personalidad y de la vida, oscilaría así entre un recuerdo genético y la historia común. Su uso va más allá del simple recurso para inventariar datos y se reconoce como un principio eficaz sobre el cual articular ideas y relacionar conceptos y creencias.
Desde hace siglos lo escrito y lo oral se entremezclan en una combinación difícil de controlar y de seguir por lo cambiante de su forma. Lo que hace la forma es fijar el verbo y la expresión en un marco. Quien usa el lenguaje debe justificar constantemente su relación con él. Tal relación obliga a dominar las fórmulas de expresión. En cualquier caso, parece que un repertorio se crea a partir de la mentalidad personal y de los rasgos identitarios y se perpetúa en una transmisión a través de la voz y los gestos. La voz es el primer sonido que el ser humano percibe en el amanecer de su existencia. Es la vinculación con la madre, con la tradición, con el pasado, y la mejor posibilidad de proyección hacia el futuro a través de la propia personalidad. Es hilo conductor y lazo genético, eco de libertad y brisa que alivia el corazón ardiente o fatigado, pero también y paradójicamente, es factor que trasciende sus mensajes relativizando al mismo tiempo su propio contenido: todo lo que dice el intérprete, pese a tener una impronta personal y contemporánea, ya se había dicho y otros continuarán diciéndolo en el transcurso de los años. El tiempo es parte importante para la tradición pero también es juez que dicta sentencia sobre la alegría y el dolor, sobre lo imprescindible y lo superfluo, sobre lo que nos sobrevivirá y lo que se irá con nosotros.
Puede que la tradición sea, entre otras cosas, un catálogo de recursos refrendados por el uso y la experiencia, pero también es un repertorio de comportamientos y actitudes ante la vida y la muerte. Creo que el estudio de todo eso ha sido, en los últimos diez años, lo más importante que se ha abordado y, pese a lo antiguo de su fondo, lo más novedoso en su enfoque.

Joaquín Díaz