Joaquín Díaz

HOMBRES Y GENTES (LA SOCIEDAD RURAL)


HOMBRES Y GENTES (LA SOCIEDAD RURAL)

Etnografía y oficios en la provincia de Valladolid

26-01-2006



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La sociedad rural vallisoletana inicia el siglo XXI con un escaso bagaje identificativo. Si por identidad entendemos el conjunto de conocimientos y creencias que caracterizan a un grupo étnico o cultural y le diferencian de otros similares o cercanos, habría que reconocer que muchos de los datos aportados en ese sentido podrían aplicarse a los habitantes de provincias próximas y aun lejanas. Las mujeres y hombres nacidos en la Tierra de Campos, en la Tierra de Pinares o en la Ribera del Duero, por ejemplo, comparten identidad y costumbres con sus vecinos leoneses, zamoranos, palentinos, segovianos o burgaleses. La estructura administrativa provincial que ha funcionado durante casi dos siglos ha permitido mantener, sin embargo, un fuerte arraigo comarcal con ciertos matices diocesanos que hacen de la provincia de Valladolid un curioso dédalo cultural. Para evitar perdernos en ese laberinto vamos a proponer tres caminos en la búsqueda del carácter vallisoletano en el ámbito rural. El lenguaje, el trabajo y las costumbres.

El lenguaje
Tienen los vallisoletanos la fama en el resto de la Península de hablar con mucha corrección el castellano. Las obras de Delibes han descubierto al mundo un tipo de personaje sabio y socarrón que rara vez desperdicia la oportunidad de aplicar un refrán o una coletilla adecuadas a cualquier conversación o circunstancia que se pudieran presentar. El uso ejemplar de los proverbios, sin embargo, es un arte que, si bien fue muy frecuente entre las gentes mayores de nuestra provincia hasta mediados del siglo XX, hoy es escaso. Requiere un dominio del lenguaje y de las fórmulas de expresión que está vedado a las nuevas generaciones, decididas a convivir con los avances tecnológicos más sorprendentes pero despreocupadas del vocabulario como eje de la comunicación verbal. Hay que reconocer, sin embargo, en honor a la verdad que, pese a la poca importancia dada a la tradición oral como fuente de conocimiento, la situación ha mejorado últimamente, ya que algunos jóvenes buscan con interés sus propias raíces en el patrimonio tradicional, ése que tan natural y apropiadamente supieron transmitir los personajes delibianos.
Todo ese material se manejaba y se entregaba en dos ámbitos, el familiar y el público, en los que encajaban mejor unas u otras formas de expresión: los cuentos y algunas canciones y romances, se escuchaban en casa; en la iglesia, en el trabajo o en la fiesta se interpretaban desde antiguas misas o vetustas representaciones –de navidad o pasión- hasta coplas de baile para animar a la concurrencia en los salones o en las eras. Casi siempre eran los mismos quienes se ocupaban de comunicar y hacer evolucionar todo ese repertorio; gente especializada en atesorar y transmitir –con gran memoria y excelentes dotes gestuales- tan rico y peculiar legado, que se ha ido catalogando y publicando en los últimos cien años. A esos especialistas familiares habría que añadir otros personajes como el músico local o el coplero ambulante, que aportaron durante siglos nueva savia al árbol común de la tradición. Uno y otro aprendían y transmitían canciones y romances generados en la ciudad; temas creados por poetas o músicos de cultura urbana pero con características adecuadas para ser popularizados también en el medio rural. La llegada de la radio y posteriormente de la televisión a los pueblos acortó las distancias y eliminó diferencias, actuando como un vendaval que se llevó en su turbión casi todo lo peculiar.

Los oficios
Durante siglos, la dedicación de cada persona no sólo sirvió para identificarle ante los demás –en los siglos medios le daba apellido y más tarde le hacía diferenciarse por su indumentaria- sino que le obligó a familiarizarse con unas herramientas y un vocabulario a cuyo perfeccionamiento se entregó generación tras generación. Actividades comunes como las agropecuarias (labradores, pastores, vendimiadores y bodegueros) se combinaban así con otras más particulares como las derivadas del monte (resineros, piñeros, cisqueros) o las ocupaciones auxiliares (carpinteros, cuberos, carreteros, alfareros, herreros, guarnicioneros) cuya importancia fue debilitándose en la medida que la vida rural se transformó al modernizarse la tecnología. En este sentido, también da la sensación de que las nuevas generaciones que aún se mantienen en el medio rural y viven de sus recursos, orientan sus preferencias hacia lo “natural” y lo “auténtico”, lo que está impulsando a muchos jovenes a aprender y utilizar antiguas técnicas cuya lógica o sentido práctico las convierte en un tesoro actualizado. No poco ha tenido que ver en esa reconversión la propia publicidad de los productos alimenticios o de vestir, que considera signo de distinción ese entronque con el pasado.
Observando los oficios del medio rural vallisoletano se perciben dos modelos: aquellos que han ido adaptando sus técnicas a la evolución, como es el caso de la agricultura y la ganadería (con nueva maquinaria: tractores, cosechadoras, ordeñadoras automáticas, etc.), y aquellos otros que han adaptado su función pese a seguir prácticamente con la misma tecnología que hace siglos y que son casi todos los artesanos, cuyos productos se han dejado de usar a diario y sirven de adorno al haberse perdido en buena parte su carácter práctico. Éstos, añaden a las dificultades naturales de comunicar a sus descendientes el oficio y sus técnicas, la presión fiscal y la incoherencia administrativa, ya que si desde ámbitos culturales se les considera imprescindibles, desde hacienda se les hace pagar como si fueran empresarios. En aquéllos, es decir agricultores y ganaderos, va imponiéndose poco a poco la sensatez en la explotación de los recursos naturales, dándose además el caso –prácticamente impensable hasta tiempos muy recientes- de que preparan a sus hijos para que administren en el futuro la empresa familiar en vez de alejarlos de ella y del campo como era habitual hasta hace muy pocas fechas.

Las creencias
Tres podrían ser las fuentes en las que beben hombres y mujeres del medio rural en lo que a conocimientos religiosos y creencias se refiere: las que hunden su venero en las épocas paganas; las paganas que se cristianizaron y las exclusivamente cristianas. Si pagano viene de pagus (que en latín significaba tierra; por eso los primeros cristianos llamaban paganos a los rústicos que seguían aferrados a antiguas costumbres y a los dioses del campo), entonces no es extraño que todo lo pagano esté entroncado con celebraciones en honor de elementos naturales como el agua, el fuego o la misma tierra que permitían o condicionaban el crecimiento de las cosechas –por tanto el alimento y la futura siembra-. Fiestas como el mayo, de evidente culto al árbol, se siguen celebrando en la provincia de Valladolid aunque sus impulsores (habitualmente los quintos) tengan que recurrir hoy día a las peñas –versión actualizada y civil de las cofradías- para llevar a cabo todos los actos y que no decaiga el interés por los mismos. Peñas o quintos se encargaron hasta hoy de plantar el mayo, de rematarlo con “el empalme” o chopo que se colocaba en la parte más alta del pino para darlo más altura, y de adornarlo con objetos que los mozos trataban de alcanzar como si fuesen frutos o piñas de inestimable riqueza. Esos mismos mozos se encargan de preparar los ritos de paso que todavía hoy convierten a los niños en adolescentes, mientras las mozas toman a su cargo la tarea de explicar lo mejor que puedan a las niñas que hayan tenido la primera menstruación, que ya han entrado en la “cofradía de la costumbre”. Hasta tiempos recientes se imponía como norma consuetudinaria el que los jóvenes de otros pueblos pagasen un canon por llevarse una moza del lugar; dicho estipendio se denominaba “pagar la patente”o “pagar el piso”y quien no lo tenía en cuenta comenzaba con mal pie su relación. Hoy, pese a que esas formas de relación y noviazgo han variado muchísimo, todavía tiene una gran fuerza en el medio rural el ámbito familiar al haberse mantenido mejor que en la ciudad la jerarquía tradicional en cuya cúpula estaban los abuelos, habituales defensores de las costumbres y los ritos.
No pueden olvidarse tampoco, al hablar de costumbres antiguas y de extracción precristiana, las fiestas de toros, cuya normativa comienza a ser contemplada ya desde las primeras ordenanzas medievales. La reciente preocupación por la defensa de los animales en los espectáculos ha acabado con algunos abusos y ha permitido revisar antiguas reglamentaciones para ponerlas al día, haciéndolas evolucionar positivamente. En la provincia de Valladolid, aun siendo numerosísimos los festejos de este tipo, merecen la pena destacarse los encierros de Medina del Campo y Peñafiel, el Toro de la Vega de Tordesillas y la tradición taurina de Rioseco.
Otras épocas del año en las que también se detecta un innegable paganismo sólo son explicables si se las contextualiza dentro del calendario cristiano, como el Carnaval. A pesar de la innegable influencia de prácticas y formas foráneas en la celebración de dicho período, se van recuperando costumbres y rituales cercanos en el tiempo y en el espacio que devuelven el sentido original –menos espectáculo y más participación personal- a una fiesta que podría resumirse en el lema “el mundo al revés”. El Carnaval es inexplicable sin la Cuaresma y su culminación, la Semana Santa. Aún se mantienen varias representaciones en la provincia, como la del Descendimiento de Villaviciencio o la bajada del Angel para la procesión del Encuentro en Peñafiel que, si bien proceden de ritos que fueron muy abundantes en la península en otros tiempos, hoy día han quedado como bienes escasísimos e inusuales.
Rituales de inversión como el Carnaval pero más cristianizados, son también las fiestas de Santa Agueda y del Obispillo que aún se mantienen en algunos pueblos. Alrededor de la primera se han reforzado las cofradías femeninas acrecentando el número de hermanas y el interés por la celebración que suele extenderse a lo largo de varios días.
Los antiquísimos ritos de purificación por el agua o el fuego siguen presentes gracias a la advocación de San Juan en junio; en otras épocas del año también se hacen hogueras o se encienden fuegos y particular interés reviste el Vítor de Mayorga donde se celebra la traslación de restos de Santo Toribio de Mogrovejo y su solemne acompañamiento con luminarias de corambres hasta el pueblo. Las innumerables advocaciones de la Virgen nos impedirían referirnos a todas las de la provincia en tan poco espacio, pero merece la pena consignar las romerías que en su honor se celebran y que son reminiscencias de las antiguas peregrinaciones realizadas a un lugar sagrado en cuyos desplazamientos se buscaba un perfeccionamiento interior y la salud del cuerpo.
No es Valladolid tierra de hadas y duendes pero abundan todavía las historias sobre brujas y curanderos. Las primeras se aparecen al caminante en forma de remolino en cualquier sendero y los segundos siguen teniendo numerosísima clientela que, aun perteneciendo a la Seguridad Social, continúa siendo fiel a la Cruz de San Benito o a los Evangelios bordados por las monjitas de éste o aquel convento.
Práctica habitual en muchos pueblos son los juegos del tipo “calva” o “tarusa”, entretenimientos antiguos que siguen teniendo numerosos partidarios, así como otras muchas competiciones de tino o puntería. Juegos de azar y campeonatos con apuestas demuestran también la afición de los vallisoletanos a los lances de fortuna que lo mismo les llevan a participar en las tradicionales “chapas” que a apostar por un galgo de los muchos que se crían y aprecian en la provincia o por un buen jugador de trinquete. En cuanto a los juegos infantiles, si bien es cierto que el tiempo de ocio se ha reducido al mínimo con la televisión y los sistemas de enseñanza tan cargados de tareas, también lo es que niños y niñas siguen divirtiéndose con juegos de siempre como las tabas o la peonza, a los que han incorporado otros de última hora como los tazos, pokémon y todos los individuales de “consola”, que tienen la ventaja de captar extraordinariamente la atención y de contribuir a la mejora de la psicomotricidad pero el inconveniente de no colaborar en una educación solidaria al evitar los juegos en común y obviar el valor de las reglas o normativas.
Cualquier celebración local, fiesta patronal o conmemoración civil va indefectiblemente acompañada, como siempre lo fue en el pasado, de la música de dulzaina y tamboril; la dulzaina, pese a ser un instrumento conocido en toda la península, adquirió carta de naturaleza en Valladolid gracias a algunos constructores de finales del XIX y comienzos del XX que trabajaron activamente en su mejora. Entre ellos cabe destacar a Angel Velasco, intérprete él mismo, que incorporó llaves de su propia invención al instrumento y lo difundió de forma eficaz entre los músicos de su época. Los repertorios de esos músicos incluían, desde la “Entradilla” o toque de autoridades que iba acompañada de una danza personal de bienvenida, hasta los bailes de moda (valses, polkas, mazurcas, tangos, jazz y rock) o los temas antiguos (jotas, fandangos, boleros, corridos, etc.) y los “paloteos”, coreografía que realizaban generalmente ocho danzantes y un “birria”y que solía acompañar a las procesiones del Corpus, tan importantes en otras épocas para la vida de las localidades rurales, grandes o pequeñas. Hoy día muchos grupos de baile se preocupan de reproducir, tanto las antiguas danzas como la indumentaria que se acostumbraba llevar en los dos últimos siglos.
Tal vez el hecho que más ha influido en la consideración de la tradición como fenómeno cultural, es el cambio producido en la comunicación y aprendizaje de los conocimientos antiguos, que pasan de ser ”cultura vivida” –es decir, incorporada e integrada en la propia existencia- a ser “cultura aprendida” -esto es, vinculada a un tipo de aprendizaje o instrucción menos natural aunque, como es evidente, mejor eso que nada.