26-05-2001
Una de las características esenciales y determinantes de la Tradición es su capacidad para evolucionar, para poner al día la riqueza de sus frutos sin deteriorar la raíz. Cualquiera que se adentre en el estudio diacrónico de la música interpretada en la Semana Santa zamorana tendrá que entender la singular combinación de instrumentos populares y cultos, de intérpretes solistas y de conjuntos sinfónicos. El siglo XIX, y en particular su primera mitad, ve nacer un fenómeno que, aun no siendo netamente español en su origen, se difundirá pronto y eficazmente. Me refiero a la proliferación de bandas de música, primero de origen militar y posteriormente de génesis y desarrollo civil, cuya presencia en la vida pública -sobre todo en las urbes capitales- va a crear una estética y un gusto musicales al tiempo que va a producir un repertorio, de nueva creación o adaptado, muy característico. Este hecho tiene unas décadas de esplendor y un progresivo debilitamiento, pero deja en determinados lugares y en algunos actos públicos una impronta que se mantendrá hasta nuestros días. Es el caso de la actividad procesional en la ciudad de Zamora, costumbre profunda cuyo acervo es reconocido hoy día muy lejos de sus estrictos límites geográficos. Al repertorio que acompaña ese culto, creado y enriquecido fundamentalmente en el último siglo y medio, dedica hoy su atención en un acabado producto fonográfico la Banda de Música de Zamora, incluyendo entre los títulos de la grabación algunos de los imprescindibles en la memoria y en el corazón de todos los zamoranos.