Joaquín Díaz

PRÓLOGO AL CANCIONERO DE ALAJÚ


PRÓLOGO AL CANCIONERO DE ALAJÚ

Sobre la recogida de canciones en Cuenca

28-06-2016



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Cuando se echa la vista atrás y se comprueba con qué cúmulo de obstáculos y dificultades se enfrentaron los defensores de la música autóctona de otros tiempos, nos parece que estamos ante una "edad de oro". No es del todo exacto, pero podría decirse que hoy día podemos escuchar y disfrutar todavía de la música con la que se relacionaron nuestros antepasados, con la que animaron sus bailes, con la que crearon su identidad, con la que rezaron y creyeron, con la que aprendieron a jugar y cantar...La época actual, con sus manías de especializarlo todo, ha creado, sin embargo, un reducto para la tradición de tiempos pasados -lo que ha venido a denominarse música étnica- que, de ese modo, puede constituirse en alternativa frente a otras opciones posiblemente menos duraderas. No es justo, pues, que nos quejemos del momento que nos ha tocado vivir y menos aún del entusiasmo de los protagonistas en cuyas manos está la transmisión de la técnica y el repertorio tradicionales. El grupo Alajú lleva nada menos que 35 años dedicado a una tarea que responde a dos necesidades: por un lado la de rescatar una parte importante de las vidas, contenida en el repertorio de las gentes mayores, y por otro la de crear con ese repertorio un Cancionero que servirá para que el futuro reconozca su trabajo y aprecie el patrimonio cultural de una zona concreta localizada en la provincia de Cuenca. Hay muchos grupos que, como ellos, han realizado la primera tarea con gran interés e indudable gusto. Pocos hay, sin embargo, que aborden la publicación de su obra completa sin recelo, invitándonos de ese modo a seguirles a través del arduo peregrinaje de su estética y de sus emociones. Parece evidente que los componentes del grupo Alajú no están demasiado preocupados por el éxito comercial de la edición sino más bien por dar noticia pormenorizada del repertorio de sus antepasados y de su propia existencia por medio de la voz escrita. Algo ha cambiado en la apreciación de los investigadores hacia el medio rural, pero también ha habido transformaciones en el propio ámbito, objeto de tales observaciones. La antigua dualidad aldea-corte, campo-ciudad, toma en nuestros días características dramáticas por la desproporción en los medios de difusión de ambos tipos de vida o modelos de sociedad. Así, la influencia y dimensión de una cultura supranacional -ahora se llama global-, de marcado tinte urbano, ha obligado al hombre de la sociedad rural a replegar sus conocimientos hacia unos límites cada vez más estrechos mientras intentaba asimilar la avalancha de acontecimientos que se le venía encima. Es muy difícil saber discernir, entre esas novedades que a gran velocidad se suceden, qué parte puede incidir en el desarrollo y progreso material del ser humano -y por tanto beneficiarle-, y qué parte le produce menoscabo en su propia esencia. En ese aspecto las últimas recopilaciones tienen un valor trascendental; y no tanto por los datos -al fin y al cabo son sólo datos- que pudieran acrecentar el fondo de materiales compilados, cuanto por la necesidad que el habitante de los pueblos tiene en estos momentos de reafirmar su cultura. Tradición es entrega (tradere) y las últimas generaciones se han inhibido, por distintas causas, de realizar esa transmisión. Cualquier esfuerzo por devolver su antigua dignidad a los ancianos -de los que usualmente, se recogían la experiencia y sabiduría colectiva- o cualquier gesto en el recopilador que indique interés por una forma de vida menospreciada o ridiculizada en ocasiones, serán válidos y comprensibles para las nuevas generaciones; un toque de atención, una posibilidad de reflexionar para elegir solamente las alternativas que enriquezcan y desestimar aquellas opciones que vayan en favor de intereses espurios.
El trabajo de un recopilador consiste, pues, en algo más que en el simple acopio de datos. Debe convencer, con su interés y su presencia, acerca de la validez de un modo de existir perfeccionable, como todos, pero en modo alguno defectuoso o despreciable.
Y en lo que atañe a otra parte importante de su labor, la de la difusión, el investigador debe publicar lo encuestado con el mayor número de datos tendentes a completar o mejorar el conocimiento del individuo que informa o del ámbito o zona geográfica en que se desenvuelve. Tales referencias serán valiosísimas para futuros estudios comparativos que permitan conocer hasta qué punto las creencias, leyendas y tradiciones de una colectividad le pertenecen, o son, más bien, patrimonio de la humanidad que las varía según determinadas condiciones y circunstancias geográficas o sociológicas.
Al grupo Alajú deberá el futuro un esfuerzo encomiable y un entusiasmo ejemplar que agradecerán las nuevas generaciones.