12-04-1993
El Romancero es un género que (nunca como ahora es importante reseñarlo) ha llegado hasta nosotros gracias a una serie de factores conocidos y estudiados cuya continuidad podría calificarse actualmente de auténtico milagro. Desde luego, una de las circunstancias que más han contribuido a su desarrollo y difusión tiene mucho que ver con su "puesta en escena", pues los romances se recitaban o cantaban (es decir, se "interpretaban", se "personalizaban") y esa ejecución, más o menos acertada, era uno de los pilares que servían de asiento a un repertorio tradicional vivo y abundante. Durante siglos, por tanto, el género fue transmitido por un núcleo reducido de especialistas cantores, autores de versiones únicas e irrepetibles; dotados de una peculiar facilidad para recordar y comunicar, no tuvieron jámas trabas para "entregar" ese material de unas generaciones a otras.
Hay algo hoy día, sin embargo, que hace que nuestra situación sea distinta a la de otras épocas: Nunca el público fue tan reticente al contenido y a la forma. Quiere esto decir que con un auditorio como el actual difícilmente hubiesen llegado a nuestros días temas y versiones tan abundantes como los que todavía podemos escuchar en boca de ancianos especialistas. Las causas de esta decadencia -que, por supuesto, no afecta sólo a este género-, podrían explicarse con diferentes argumentos, pero, aparte del distanciamiento estético cada vez mayor entre generaciones, habría que ir al núcleo de la cuestión para entender mejor el problema: Qué se transmite y cómo.
Hemos dicho antes que el comunicador, el especialista, expresaba su mensaje y éste era entendido y asimilado sin dificultad, lo que quiere decir que utilizaba un lenguaje por lo menos similar al de su audiencia. ¿Sucede así en la actualidad? Evidentemente, no; el lenguaje hablado está en retroceso y su terreno lo va ganando el mundo de la imagen, con todas las ventajas e inconvenientes que se quieran ver en el hecho. Estamos pues ante una forma de comunicación cuyo principal vehículo ha quedado desvalorizado pese a ser el más adecuado. Por otra parte, aunque se observa que los temas generales tratados por el Romancero continúan vigentes dada su constitución arquetípica (relación entre individuos, familia, grupos sociales, etc) muchos de los valores que "moralizaban" esas relaciones -esto es, buena parte de la ética implícita en los relatos-, está siendo puesta diariamente en entredicho por la propia sociedad a la que debería ir dirigida; así, virtudes como la fidelidad conyugal, la honestidad personal o profesional, la caridad, la bondad, no tienen en el mundo de hoy la misma dimensión e importancia que años o siglos atrás. Queda de esta forma el especialista desplazado y desamparado por la misma comunidad a la que suponía estar sirviendo, así como dudoso acerca de la importancia del papel que tradicionalmente había desempeñado; desaparecida la función que realizaba y despreciado su cometido, ¿qué queda? Inevitablemente, el mutismo.
De todo lo anterior se desprende la necesidad de realizar y dar a la luz recopilaciones como la presente; el trabajo del estudiosos no se muestra aquí como algo aislado de su entorno cino como una actividad que mueve voluntades y despierta intereses: Los narradores se sienten gratificados por la actitud positiva de quien valora su legado y la Sociedad entera vuelve sus ojos hacia un patrimonio propio y peculiar al que durante los últimos cincuenta años se había desprotegido o ignorado. Si todo este material se entrega guarnecido y anotado con observaciones serias y rigurosas, queda el lector (el olvidado lector: hoy día los libros los escriben los autores para sí mismos) obligado y deudor de quien, amablemente, le ha llevado a veredas recónditas y deleitosas. Dicho sea todo esto a mayor gloria del autor de esta obra quien, salvo por la satisfacción del deber cumplido, jamás verá recompensadas sus horas de esfuerzo y dedicación a una empresa que, no nos engañemos, ha de ser tarea común.