13-12-2004
Quisiera comenzar esta breve intervención con una cita de Italo Calvino, el gran escritor y ensayista italiano, quien afirmaba en su obra “Los niveles de la realidad en literatura”, que “escribir, presupone siempre la elección de una actitud psicológica, de una relación con el mundo, de una posición de la voz, de un conjunto homogéneo de medios lingüísticos, de datos de experiencia y de fantasmas, en suma, de un estilo”.
Si algún estilo le podría venir bien a lo que he escrito a lo largo de tantos años sería el de la conciliación y a él me voy a remitir hoy más que nunca. Porque de lo que se trata aquí es de justificar que unos músicos no hayamos vacilado en sacrificar aquello que estaría más cerca de lo natural en nuestras voces, el eco, en aras de la tecnología. Sin embargo la historia de la ciencia y de la técnica está plagada de episodios en los que aparentes sacrificios proporcionan después, una vez comprendido y asimilado el alcance del altruismo, innegables beneficios. Y esto es así porque la ciencia actúa comúnmente, según las épocas y los designios de la misma sociedad, movida por intereses generales.
Cuando Vitrubio, por ejemplo, describe su interesante teatro ecoico, manifiesta, siguiendo a Diógenes Laercio, que la voz es “un aliento que fluye e hiriendo el ambiente se hace sensible al oído de todos”. Según esa teoría, que permite pensar que la voz se transmite por infinitas olas circulares, crea un teatro perfecto para la audiencia en el que la voz, libre de incómodos obstáculos, se mueva gradualmente hacia todos los espectadores. Para mejorar, es decir para amplificar y dar eco a esa voz cuando el medio no fuese perfecto, Vitrubio idea unos vasos de bronce o de cerámica que aumentarían el volumen de la palabra del actor sobre el escenario. El gran arquitecto romano sólo describe esos vasos, pero Galiani o Athanasius Kircher los dibujan incluso, imaginando su forma y disposición. Este último, por ejemplo, en su “Musurgia Universalis”, diseña un anfiteatro en el que, sobre una gran escenografía de fondo similar a una plaza semicircular de tres alturas, se construyen 42 vanos con forma de arcada renacentista, cada uno de los cuales habría de contener un vaso o campana que transmitiría la reverberación controlada de las voces de los actores. Para reforzar esa teoría de la difusión y reflexión del sonido, ofrece un dibujo muy curioso de la Villa Simonetta, situada cerca de Milán, dotada de un prodigioso eco producido por la disposición de las alas o edificios laterales que podían repetir hasta 24 y más veces el efecto de la voz emitida.
A esta teoría se opone poco después el sabio francés Marin Mersenne quien, en su Harmonie Universelle, explica, al escribir el capítulo sobre el eco, que no son necesarios artificios añadidos puesto que la voz siempre encontrará una pantalla –sea cual sea su forma- para reflejarse. Ataca además a quienes dicen poder conseguir que el eco se repita, siete, catorce o veintitantas veces y con ironía termina diciendo que, con tantas y tan espectaculares modificaciones, esos tales van a conseguir incluso que la voz se pueda emitir en francés respondiendo el eco en español. Se excusa asimismo por no haber terminado el tratado de “Ecometría” pero lo achaca al difícil acceso al Eco (ninfa del aire lo llama él siguiendo la mitología clásica), al que se puede hallar en todas partes y en ninguna, y confiesa que ha terminado sabiendo tanto del eco tras innumerables prácticas que su ánimo se parece al del marinero que busca un nuevo mundo y a quien le convence más el temblor de la brújula que cualquier ruta o guía preconcebida.
Haciendo un breve inciso mitológico, todos conocemos la historia de la escurridiza Eco según nos la narra Ovidio en sus Metamorfosis. La diosa Juno, que ha sorprendido a Júpiter en adulterio con la parlanchina ninfa, la castiga a no poder pronunciar nunca más una frase entera...Narciso –hijo de las aguas del río Cefiso y de la bella Liriope- y la ninfa Eco, se encuentran en un bosque y, pese a la pasión que ésta siente por el bellísimo mozo, la relación es un fracaso por culpa de las titubeantes y recortadas palabras de Eco. Enamorado de sí mismo al verse reflejado en las aguas, Narciso se convierte en rosa y la ninfa llora, rota de amor, su triste destino rodeada de sus hermanas las náyades que gritan inconsolables. “Pues bien –termina Ovidio-, a esos gritos y a esas lamentaciones contestaba Eco, cuyo cuerpo no se pudo encontrar. Y sin embargo, por montes y valles, por todas las partes del mundo, aún responde Eco a las últimas palabras de todo el padecimiento humano”.
En cualquier caso, e independientemente de la visión poética de los mitos, es más que justificable la posición del jesuita Kircher, pues en épocas en que los ruidos podían ser grandes pero siempre escasos, cualquiera se podía arriesgar –en nombre de la humanidad y de la comunicación- a mejorar algún invento para hacer llegar las voces más lejos gracias a ingenios de lo más curioso y parecidos a los descritos por él y por otros.
Lo contrario que en nuestra época, en la que los ruidos –más poderosos en número y calidad que las voces- nos invitan al aislamiento y a la reclusión frente al caos ambiental. Por eso, en vez de vasos son conos y en lugar de cóncavos son convexos los elementos que debilitan o suprimen el eco, alterando el comportamiento del sonido dentro de una franja de frecuencias determinada.
A esa cámara, a esa cueva experimental donde los llantos de la Ninfa apenas se escuchan, a ese ámbito semianecoico, hemos ido accediendo como condenados a la última pena los músicos tras haber despachado voluntades con José Luis Chacel, quien actuó siempre como un piadoso padre franciscano aliviando y confortando al penitente en el trance por mor de la tecnología.
¿Qué busca ahora la técnica? Evidentemente, y con pretensiones más humanas que la Diosa Juno, eliminar ecos o reflexiones en la emisión de ruidos para mejorar el aislamiento de las cabinas, inmovilizando nuestras voces en una especie de exilio interior...Porque a eso se parece el sonido grabado dentro de esa cámara: al producido por nuestra voz viajando a través de los vericuetos del oido interno para recorrer nuestra cavidad craneana en espera de un nuevo exilio.
Del resultado, pues, somos tan responsables los que entramos a la cámara como los que nos dejaron entrar. Sólo esperamos que nuestra contribución le sirva a la ciencia para reflexionar y a quienes vayan a escuchar el disco sin pretensiones científicas, para entretenerse con un tipo de repertorio diverso y a la vez representativo de diferentes tendencias musicales que hoy existen en esta comunidad en la que, como se ve, artistas y la tecnología de una empresa como Cidaut se dan la mano en experimentos que conectan directamente el pasado con el futuro.