Joaquín Díaz

LOS INTÉRPRETES MUSICALES Y SU RÚSTICA ESCALERA


LOS INTÉRPRETES MUSICALES Y SU RÚSTICA ESCALERA

A la muerte de Teo Sánchez "talao"

10-07-2007



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El fallecimiento de Teófilo Sánchez "Teo", supuso un duro golpe para su familia y sus amigos; también para la música tradicional y, en particular, para el grupo “Los Talaos” al que pertenecía y en el que cumplía una función callada pero importantísima. Teo, discreto y serio, era un excelente observador y no perdía detalle de lo esencial que a su alrededor acontecía. A partir de un determinado momento de su vida, decidió "poner en limpio" sus recuerdos, sus experiencias, sus ideas y sus opiniones -siempre buenas- acerca de algunos compañeros de oficio. Así nació un singular libro: singular, no sólo por la facilidad natural de Teo para redactar y asonantar en octosílabos, sino por el contenido, que venía a ser algo así como la Biblia de la dulzaina y el tamboril en buena parte de Castilla y León. Allí podía encontrar el lector o el estudioso detalles, reflejados con maestría y concisión, de muchas fiestas y costumbres que hasta tiempos cercanos fueron parte del carácter de los castellanos y, probablemente, su mejor seña de identidad. También nombres y apodos de dulzaineros y redoblantes, con datos suficientes para hacer su filiación. Teo llamaba a esa sucesión numerosísima de profesionales y aficionados "la rústica escalera". Creo que no podría hallarse imagen más precisa y ajustada para definir un oficio -el de músico-, con peldaños que se necesitan unos a otros, y un quehacer, que puede estar constituido por materiales diversos (diversos tipos de madera y de distinto origen) pero ensamblados tan magistralmente en los largueros del arte y de la afición que ni los tiempos difíciles (Teo habla de momentos de declive y decadencia) ni las situaciones adversas por notables que fueran, pudieron afectar a tan sólida trabazón.
Quisiera destacar también la esencia poética de las páginas de ese libro. Sólo un poeta -Teo lo era, además de eminente músico- podría describir de modo tan elegante y ágil los lugares y ambientes por los que iba transcurriendo su presencia o su imaginación. Acostumbrado a andar con su padre y hermanos camino del pueblo o pueblos donde les hubieran contratado, iba contando sus impresiones, que adquirían a veces tonalidades líricas impresionantes.
La familia de Teófilo Sánchez me confió la delicada tarea de prologar el texto, cosa que acepté con cariño pese a la responsabilidad que suponía estar a la altura de las circunstancias: Teo no dejó nada escrito sobre “Los Talaos” porque pensaba -con todo el derecho y con plena confianza en que los propios méritos del grupo así lo acabarían justificando- que alguien tendría que llevar a cabo esa redacción. Pensé escribir esa historia en verso porque contiene muchos elementos poéticos y además por dar continuidad a su relato inacabado, pero luego juzgué que desentonarían la forma y el estilo, así que el lector tuvo que conformarse con una versión más sencilla, llena de admiración y de afecto, pero prosaica al fin y al cabo.
En las sagas o historias legendarias –“Los Talaos” ya tienen su propia leyenda- hay un hilo conductor que da sentido a toda la narración y a los relatos que a ella se adscriben. En este caso podría decirse que la afición extraordinaria a la música, el atractivo que melodías y ritmos despertaron en la familia, marcó definitivamente su destino. El abuelo de la actual generación, Estanislao Sánchez Alonso (de cuyo nombre de pila proviene el hipocorístico que utiliza actualmente el grupo), labrador por herencia y circunstancias familiares en Mancera de Arriba (Salamanca), bien pronto quiso convertir en realidad su inclinación a la música construyéndose él mismo una flauta con la que comenzó a acompañar la misa y los cantos de la iglesia. La música profana, y en particular la de baile, también le llamaba la atención y, tras adquirir una dulzaina diatónica de dos llaves, hizo sus primeros escarceos musicales en el pueblo y fuera de él, acudiendo a tocar en las fiestas de lugares colindantes y contando con la ayuda de algún vecino con afición tan inquebrantable como la suya. Su oído privilegiado y su sentido del ritmo le dieron pronto fama en la comarca y, a partir de 1910 aproximadamente, consiguió inculcar en sus hijos sus aptitudes y su pasión, obteniendo a cambio unos magníficos acompañantes con los que constituyó el primer grupo serio y familiar. De entre sus hijos -Wenceslao, Luis, Félix- fue este último quien con más gusto y decisión tomó el relevo, preocupándose, tan pronto como se trasladó con su familia a Salmoral (Salamanca), de recibir nociones de solfeo de unos buenos músicos que allí vivían. Es bien sabido que un dulzainero se hace sobre la base de conocer perfectamente los ritmos en los que la melodía se va apoyando, así que todo niño que tuviera unas mínimas dotes musicales comenzaba marcando en el bombo el acompañamiento para pasar después, ya garzonejo -galán,como dice Teo-, a conocer y ejercitar las figuraciones rítmicas y, a su tiempo, enfrentarse por fin al instrumento, difícil y exigente, que era la dulzaina. Félix Sánchez Plaza, el dulzainero de “Los Talaos” y sin duda uno de los mejores intérpretes de todos los tiempos, suele decir que su padre fue el músico más fino al que ha oido tocar. La admiración y el respeto, el cariño con el que aún le recuerdan en muchos pueblos castellanos, lo ganó con sus dotes -pese al handicap del asma que padecía- y también probablemente con el ejercicio constante como maestro de dulzaineros: desde los años veinte pasaron por la casa de Félix Sánchez García en Salmoral muchísimos alumnos de todas las edades a quienes el hijo de Estanislao descubría los secretos del instrumento de doble lengüeta. Por allí se vio al Cojo de Bohodón, a Tilín de Mancera de Abajo, a Miguel de San García, a Antonio Blázquez y a tantos otros, que después serían buenos ejecutantes. El propio Blázquez sirvió de compañero a Félix hasta que se trasladó a Burgohondo donde encontró la muerte junto con dos hijos cuando hizo explosión un alambique en el que trabajaba. Esta circunstancia, unida al hecho de que Félix hijo había comenzado ya a estudiar solfeo y se perfilaba como un magnífico dulzainero, llevó definitivamente a Félix Sánchez García a pensar en su vástago como sucesor natural y acompañante fijo. Cuando el año 1954 el "delfín" se marcha a Madrid, la familia cambia las ilusiones de uno de los mejores grupos de música tradicional por la dura realidad. Sólo la insistencia de la madre en el año 1978 -a la vista de la definitiva resurrección de la dulzaina y de la reaparición de muchos de los alumnos de su esposo y suyos (ella había atendido a las clases en ausencia de su marido)- convence a Félix Sánchez Plaza de la posibilidad de retornar al instrumento y demostrar, ahora ya sobre todo tipo de escenarios o en cualquier medio de comunicación, el arte personal y la tradición musical de una familia.
Otro leit motiv en la leyenda de “Los Talaos” es su nítida vocación profesional. Abuelo, padre e hijo (y sus respectivos acompañantes) siempre consideraron las otras ocupaciones que tuvieron, como circunstanciales o a lo sumo necesarias, pero jamás renunciaron a la llamada mágica del oficio musical. El dulzainero solía ser el jefe del grupo, pero además era el director de escena y, según dice acertadamente Teo en su libro, un poco casamentero, como el abuelo extremeño de la Pícara Justina. Esta condición plural se tenía por herencia y se aprendía por experiencia, pero era imprescindible para que el dulzainero adquiriera fama (por su profesionalidad) y prestigio (por su calidad humana) y entrara en los anales de la historia del folklore por derecho propio. Los tres Talaos dulzaineros -y yo diría que Teófilo también, a su manera- han ostentado con orgullo esta condición que permitía combinar la vena artística con el conocimiento de las tierras y de sus gentes.
Cuando Félix Sánchez Plaza regresó a la profesión en 1978 comprendió esta dimensión y fundó escuela propia: primero en Madrid en Nicolás Salmerón, luego en la Casa de Soria en la calle Maiquez y después en otros lugares hasta llegar a "La casa del reloj", pasando por la Escuela creada en Avila de la que salieron excelentes músicos que volvieron a hacer las delicias de jóvenes y mayores en tantos pueblos castellanos. Félix se confesaba un profesor exigente y reconocía que la disciplina, la constancia y una atención personalizada eran -junto a las dotes de cada individuo- las únicas circunstancias que provocaban el "milagro" de los buenos intérpretes. Él reconocía también que esta vocación clara y estimulante estuvo siempre en su familia por encima de otras consideraciones. Contaba con humor que hacia 1947 a veces tenían que recorrer treinta y pico kilómetros de ida y otros tantos de vuelta para tocar en alguna fiesta donde les pagaban 70 pts:
-A peseta por kilómetro por tocar de sol a sol. Diana, baile de mediodía, baile de tarde y baile de noche. Y todavía el pueblo pedía más. A veces pensábamos: "Si esta gente supiera las ampollas que tenemos en los pies no se les ocurriría pedir otra pieza"...Ahora no tocamos nada comparado con aquello: misa y procesión y ya hemos terminado...Además muchas veces no se habla de un tema muy importante: en tiempos de mi padre y de mi abuelo todas las piezas del baile eran complicadas: entradillas, mudanzas, corridos y jotas difíciles, para acabar de propina con un pasodoble. Actualmente es al revés: todos son bailes de época reciente para terminar con una jota. Es significativo...Mi padre era mejor dulzainero que yo -continúa Félix- pero en su época, por ejemplo, no se hacían voces ni se armonizaban las melodías, tenían otro sentido de la música que yo creo que ahora se ha superado y mejorado. Aunque nosotros partíamos de una sensibilidad básica -había domingos que tocábamos en el salón al unísono con el organillo- yo he cuidado especialmente la afinación desde que volví en 1978 ante la exigencia de combinar la dulzaina con otros instrumentos".
Cuando le argumentaba que un músico como él tenía por fuerza que ser más versátil y poseer un repertorio muchísimo más amplio que sus predecesores, me recordaba que ya desde los años 30 del siglo XX la Sociedad de Autores enviaba partituras a todos los puntos de España donde hubiera músicos capaces de tocarlas:
-Yo recuerdo estar bajando muchos años a Santiago de la Puebla, cercano a Salmoral, para pagar a Autores y para dar de alta las canciones que tocábamos.
Lamenta Félix que su padre, que trabajó como sastre y nunca se preocupó de su jubilación, no recibiese, cuando ésta llegó, alguna compensación de Autores por su trabajo y por las cuotas que había estado pagando durante tantos años.
En realidad “Los Talaos” son, como grupo, uno de los más antiguos en activo. Desde que el abuelo Estanislao comenzase, allá por 1888, a recorrer los pueblos de Avila y Salamanca, hasta la última generación, todos los miembros de la familia Sánchez consideraron el grupo como el núcleo aglutinador de su abolengo y como la bandera permanente de su estilo a la que había que honrar y venerar. Su disposición constante ante las muchas solicitudes y llamadas que les requirieron por su calidad y seriedad, aseguró la permanencia del grupo en el panorama musical español. Incluso actuaciones fuera de España permitieron que la crítica y los especialistas europeos descubrieran con admiración el arte y la brillantez de una dulzaina bien tocada que combinaba el mejor estilo peñarandino (dicen que el más elegante de España) con la acendrada tradición abulense.
Quien repase el curriculum de “Los Talaos”, tendrá que rendirse ante la evidencia de una trayectoria permanente de éxitos y premios. Lo que tal vez no encuentre ahí -porque los sentimientos se resisten a dejarse imprimir en la escritura- es el afecto y la admiración que Félix, Teo, Paco y demás componentes del grupo despertaron en el público y entre sus propios compañeros de profesión.