Joaquín Díaz

PRESENTACIÓN DE LIBRO DE TERESA SALVADOR


PRESENTACIÓN DE LIBRO DE TERESA SALVADOR

El libro Algunos peces del estanque (color amatista)

23-05-2016



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Antes de nada quiero agradecer a Antonio Basanta, a la editorial Fuente de la Fama y a Teresa Salvador que me hayan invitado a presentar la novela Algunos peces del estanque (color amatista). Sobre todo porque en esa tarea -he tenido que leer la novela un par de veces- ha ido implícita la recuperación del sentido de la lectura y sus cualidades. Alguna vez he recordado que Giambattista Vico, a quien algunos autores consideran como uno de los fundadores de la semiótica ya a comienzos del siglo XVIII, aseguraba que la imaginación siempre fue para el ser humano más fructífera que la lógica y situaba el origen del lenguaje en un gesto diferente y creador al que seguía inevitablemente una evolución de la palabra y por último un cambio en su significado. Así, explicaba, por ejemplo, que de la palabra “lex”, con que originalmente denominaron los romanos la recogida de bellotas, salió el verbo legere que significó recolectar. De ahí provino el uso de lex como colección o recolección, luego como “grupo de gente que se reunía para cosechar”, después “grupo de gente” que simplemente se reunía, de donde finalmente vendrían a deducirse las normas o leyes que se promulgaban en esas reuniones. Leer sería por tanto, algo así como recoger palabras y ponerlas en común. Para Vico la evolución o el progreso eran algo tan natural como la degeneración o el olvido, aunque, para ser constructivo, alegaba múltiples cualidades en favor de la memoria. Escribía en su Scienza Nuova: “La memoria tiene tres aspectos distintos: es memoria cuando recuerda cosas, es imaginación cuando las altera o las imita y es invención cuando les da un nuevo giro o las coloca del modo adecuado y en la relación correcta dentro de la historia”.
Una exposición reciente que tuve que organizar, dedicada a los impresos publicados en los dos últimos siglos acerca de acontecimientos históricos, me hizo reflexionar sobre dos cosas: una, que la historia era, hasta tiempos recientes, una asignatura que estudiábamos desde niños y que siempre venía en un paquete con la geografía; y otra, que su etimología abarcaba significados tan diversos y distantes como "investigación" y "mistificación", o lo que es lo mismo estudio e invención. También tuve ocasión de percibir que la historia que recibimos como legado patrimonial se escribe las más de las veces en forma de novela, es decir como un escrito en el que diversos relatos cuentan vidas y sucesos de personajes cuyos destinos se entrecruzan, con la casualidad o la causalidad como razón integradora.
Para la primera reflexión había una explicación lógica: la historia iba unida a la geografía porque desde hace siglos, pero en particular desde que los países dejaron de ser antiguos reinos proteicos para convertirse en Estados con sus límites perfectamente marcados y definidos, el territorio que ocupaban y que los identificaba era el teatro único de todos sus hechos y la razón principal de la existencia de una patria, es decir de una extensión de terreno donde se nacía, acaso porque nuestros padres vivieron allí y quisieron que nosotros también lo hiciéramos.
Ese lugar -se llamara ciudad, pueblo, aldea, alquería, caserío- presidía casi siempre los primeros años de la vida y volvía cada vez que los recuerdos o los sueños daban alas a la memoria.
La segunda reflexión, la de que la historia es como una novela mal contada o parcialmente interpretada me permite invertir el argumento y afirmar que una novela bien escrita es una historia, o un conjunto de historias, que pueden entretenernos, intrigarnos y hasta hacernos pensar. Para que tal cosa suceda se precisa un orden y un concierto. Un orden, que nos permita observar los elementos que componen el edificio del relato de acuerdo con una norma, y un concierto porque esos elementos, que son como los materiales con los que ese edificio se construye, deben aparecer y administrarse en el momento justo y con la dosificación que los haga eficaces y oportunos.
Después de este planteamiento, podría dar la sensación de que cualquiera tiene capacidad para escribir una novela. Me permitiré una precisión más para no alegrarle innecesariamente la tarde a nadie. Cualquiera -en efecto- podría "vivir" una parte de una novela, como de hecho lo hacemos a diario, combinando nuestros relatos con los de quienes nos rodean y participando en las historias de otros como ellos lo hacen en las nuestras. Pero escribir es harina de otro costal. Y harina fina en el caso que hoy nos reúne a todos aquí.
No voy a malgastar el tiempo justificando mi presencia en este acto por la amistad que me une con Teresa Salvador desde hace muchos años. Tampoco voy a cometer la grosería de decir cuántos años...Simplemente voy a recurrir al texto que preparé para la presentación de un libro suyo de danza, en el que me refería a su habilidad para plasmar lo que sus dotes de observación le transmitían: "Teresa recoge una tradición reciente y lo hace de forma fiel a su propia memoria, sin recurrir apenas a dictados ajenos a su entorno. Tiene además la sensatez de no discriminar ni eliminar nada de lo escuchado o aprendido, sabiendo sacar partido de todo lo positivo que el baile encierra".
Ese "tiene la sensatez de no discriminar lo escuchado o aprendido" me viene muy bien para la presentación de hoy porque refleja exactamente el estilo sobre el que basa su forma de escribir: no elimina nada de lo que percibe o recibe de la vida pero además tampoco lo almacena o acumula desordenadamente. Cada una de esas percepciones es colocada en el lugar en que precisamente explica o da la clave de su origen y existencia. Hay situaciones de las que aparecen en esta novela que van unidas a referencias geográficas -la historia y la geografía unidas otra vez como las quería el ministro de educación Claudio Moyano- pero también a hechos históricos puntuales y señalados cuyas fechas han quedado grabadas a fuego en nuestras memorias, casi siempre por motivos cruentos o dramáticos. Las referencias geográficas nos ayudarán a situar a los personajes creados u observados por Teresa en lugares familiares, aunque a veces sus descripciones sean tan precisas que nos obliguen a recordar y reconsiderar nuestras propias percepciones, desde luego mucho menos ricas y detalladas.
Tal vez -como sucede casi siempre en este tipo de presentaciones- debería decir algo acerca del argumento de la obra, pero me temo que es tan difícil de explicar como la vida, como las vidas que en realidad contiene. Porque el argumento son sus mismos personajes, sus perfiles nítidos y al tiempo incongruentes, sus comportamientos definidos pero veleidosos, sus tramas vitales que se cruzan en el telar de la existencia con otras cuya urdimbre va a modificarlas quitando, o añadiendo algo que las refuerce. La tejedora nos convence y tiene oficio. Trabaja a veces en una dirección que nosotros no tomaríamos o que nos parecería intrascendente, pero siempre que el hilo toma un camino la madeja se mueve y traza un nuevo recorrido que lo tensará y lo situará correctamente en el marco. Esa habilidad para escribir y describir tiene mucho que ver con la paciencia y la eficacia de la artesanía. El artesano trabaja con seguridad de siglos y en un tiempo mágico e inconcreto pero ocasionalmente - de pronto- su dedicación se centra en una tarea, en un arabesco, en una voluta, en un giro, que requieren toda su atención y sus manos parecen ayudadas entonces por un montón de vidas que traducen un patrimonio a unos pocos movimientos.
De esa manera parece trabajar Teresa. Tal vez sea mejor que ella misma nos lo explique, si quiere. Pero a mí me da la impresión de que nos llama de lejos para contarnos algo, nos invita a que nos acerquemos y luego se convierte en nuestros ojos, revelándonos con minuciosa exactitud todos aquellos datos que serán precisos para entender el argumento y las reacciones vitales de sus personajes. No se conforma con descorrer la cortina tras la cual se encuentran los protagonistas de la novela sino que coloca el foco sobre cada uno de ellos dando tanta o más importancia a las sombras -es decir a aquellos enfoques que pueden dar más dramatismo a la imagen- que a las propias luces.
Decía el poeta Francisco Brines que "a determinada distancia toda vida es de pena". Sin embargo, a la distancia que nos coloca Teresa de los personajes de su obra, todos ellos nos resultan al mismo tiempo familiares y ajenos, amables e irritantes, tiernos e injustos, necesarios o contingentes. O sea, tan humanos y reales como nosotros mismos, de ahí mi recomendación de leer esta novela, es decir de agavillar sus palabras y considerarlas como una cosecha común.