14-02-2014
Muchos pensadores de la antigüedad clásica vieron en el agua el principio de todas las cosas, de ahí que innumerables veces fuese considerada también un símbolo maternal o una fuerza pasiva pero susceptible de ser utilizada. Athanasius Kircher, el jesuíta pensador que quiso convertir en ciencia las cosas más peregrinas que se le ocurrían, ideó –para explicar el ciclo de las aguas- una especie de circuito en el que el líquido de los mares entraba, gracias a unos grandes remolinos, en unas cavernas muy profundas cuya presión conducía el agua hasta la cima de las montañas por medio de unas arterias subterráneas. Si se perforaba la tierra, esas arterias dejaban salir el líquido –caliente o frío, según la temperatura de la corteza de la tierra-, a la superficie, dando lugar a los manantiales y a las aguas termales.
Las creencias y leyendas más antiguas contribuyeron además durante siglos a acrecentar la necesidad de dar al agua un sentido mágico al considerarlo símbolo de purificación por lustración, y así lo confirman la ceremonia cristiana del bautismo o las creencias que todavía subsisten acerca del poder limpiador de las aguas en determinadas fechas del año, renovación cíclica que llegaba en forma de flor aparecida en las superficies cristalinas la mañana de San Juan. Purificación también, pero por destrucción, es la que acontecía en múltiples leyendas de la mitología universal en las que un diluvio o el agua salida a borbotones del fondo de la tierra, anegaba y aniquilaba a los seres humanos, castigándolos casi siempre por algún extravío o por falta de virtud (recordemos el caso cercano del Lago de Sanabria y su famosa leyenda). No es extraño, por tanto, que desde tiempos remotos se considerara la posibilidad de que existieran dos ámbitos –el mundo y el inframundo- en los que las aguas (de vida en el primer caso y amargas en el segundo) se comportaban de modo diferente y proporcionaban bien o mal, según la ocasión lo requiriera.
En cualquier caso, el agua ha sido considerada, en numerosas culturas, uno de los elementos primordiales del planeta. Elemento húmedo y fecundador, contribuyó a que algunas religiones personificaran las aguas para poder agradecer así de forma votiva todos los dones recibidos de su actividad. El hecho de ser considerada como uno de los cuatro elementos vitales, junto con el fuego, la tierra y el aire, fue la causa de que se tomara como símbolo de tantas cosas y principio de la existencia desde los albores del pensamiento.
Pero independientemente de todo eso o tal vez por ello, el agua formó parte cotidiana de la vida humana ofreciéndose u ocultándose al individuo para que éste ideara fórmulas de captación y de utilización que vinieron a ser consideradas, con todo derecho, como ingenios o artificios sancionados por la costumbre.
Los autores de este imprescindible trabajo aceptan el reto de "conocer, apreciar y proteger los sistemas hidráulicos tradicionales para entregárselos a las futuras generaciones" y no sólo porque siguen siendo necesarios sino porque el sentido común y el uso continuado certifican la pertinencia de esos métodos antiguos con más solidez que los propios materiales en que fueron construidos.