14-12-2000
Todavía me conmueven los versos de don Jorge que nos invitan a respirar, a convertir el aire en saber, en amor, en alegría. Ese aire limpio y mesetario, antiguo y nuevo, que compartimos quienes, desde el medio rural, queremos entrar con esperanza y dignidad en el nuevo milenio. Habremos de traspasar ese umbral dejando atrás los miedos, los recelos, las equivocaciones; nos debe conducir el deseo trasparente de mejorar las condiciones de vida, de educación, de coexistencia. ¿Y por qué no creer que ese aire es nuestro? ¿Por qué no confiar en nuestras fuerzas, en el poder de la voluntad común? La vida en los pueblos ha cambiado más en los últimos 50 años que en el resto del milenio. Las mujeres se han incorporado con fuerza a la actividad cultural desde su papel de depositarias de la tradición; los hombres están aprendiendo a disfrutar de la nueva vida que la tecnología les propone. ¿Hay algo que se parezca más a una germinación? Ese aire que alza sus dones hacia nosotros porque respiramos, ese aire antiguo y nuestro nos invita a implicarnos, a esforzarnos, a renovar el apego jamás interrumpido por nuestra tradición y nuestro patrimonio.