14-06-2001
La palabra "Aleluya", que hoy da nombre a la mayor parte de los papeles que nos han reunido aquí, procede del hebreo y tiene un origen religioso. Significa "alabad al Señor" y se utilizó en la Biblia con ese sentido en los Salmos números 105 a 107, 111 a 114 y 116 a 118.En el libro del Apocalipsis del Nuevo Testamento, en varios versículos del capítulo 19, se pone primero en boca de una multitud que se alegra por la caída de Babilonia y posteriormente dicha por los 24 ancianos y los cuatro vivientes que la usan para alegrarse por las bodas del Cordero, es decir por el establecimiento del Reino Celestial. A partir de los primeros siglos de nuestra era y especialmente desde el IV, la Iglesia introdujo el término en la liturgia, aplicándolo al momento en que el pueblo se alegraba por la resurrección de Cristo.Al alba del Sábado santo, después de rezados los tres nocturnos y tras ser bendecida la luz y el incienso, el diácono cantaba el "Exultet iam angelica turba", pidiendo que resonaran en el templo las voces de todo el pueblo.Una vez bendecido el cirio pascual, el celebrante decía las Profecías, textos extraídos del Antiguo Testamento para instruir a los catecúmenos, costumbre ésta que fue conservada incluso después de que la propia Iglesia decidiera en un momento dado bautizar a sus nuevos miembros nada más nacer para evitar que fallecieran sin haber recibido el sacramento.Estas profecías eran, como se puede suponer, fragmentos bíblicos con los que se pretendía enseñar al catecúmeno lo más interesante de la doctrina cristiana, destacando algunos pasajes que, por sus posibilidades plásticas, ya habían sido muy utilizados en la iconografía con fines generalmente didácticos. Así, la primera profecía era el primer capítulo del Génesis, con el episodio de la creación del mundo. La segunda, la leyenda del diluvio universal y el arca sobre el que Noé salvó a su familia y muchas especies de animales. La tercera, el sacrificio de Isaac. La cuarta, la aniquilación del ejército egipcio por perseguir al pueblo hebreo. La quinta eran palabras de Isaías recordando la misericordia que el Señor prometió al rey David. La sexta, del profeta Baruch, hacía ver a los israelitas,
cautivos en Babilonia, el resultado de haber abandonado la verdadera sabiduría. La séptima, de Ezequiel, recordaba la promesa de Dios de sacar a los muertos de sus sepulcros para llevarlos a la Tierra de Israel. La octava, la predicción de Isaías de la llegada de Jesucristo. La novena, con texto del Exodo, conmemoraba la institución de la Pascua hebrea comunicada por Dios a Moisés. La décima eran las palabras de Jonás a la ciudad de Nínive. La undécima, el canto de Moisés en el Deuteronomio tal como se escribió en un libro que se colocaría al lado del Arca de la Alianza.La duodécima, por último, era el episodio en que Nabucodonosor ordenó echar al horno en llamas a Sidrac, Misac y Abdénago por no adorar una estatua de oro que había mandado levantar.
Terminadas las Profecías y tras ser bendecida la pila con el agua, los cantores entonaban lentamente el Kirie mientras el sacerdote, con ornamentos blancos, iba hasta el altar y desde allí cantaba solemnemente el Gloria. Ese era el momento en que las campanillas de los monaguillos y las campanas de las torres de las iglesias comenzaban a sonar, acompañadas por el estruendo de las armas de fuego y el golpear de mazos de madera, de los llamados "matajudíos" contra el suelo. Se izaban las banderas que habían ondeado a media asta durante la Semana Mayor, se descubrían las imágenes y los altares y se encendían los cirios que la gente había llevado a la iglesia para que se los bendijeran y para que protegieran después el hogar durante el resto del año. Algunas personas portaban jarras para acarrear posteriormente a su casa el agua que se había bendecido, mientras que otras, en el exterior del templo y mientras duraba el tañido de las campanas se dedicaban a recoger piedras del suelo, generalmente en número de nueve, que les protegerían de las tormentas.
En lo que todo esto sucedía, se rezaba la Epístola de la misa a cuyo final el celebrante pronunciaba por primera vez desde la vigilia de la Septuagésima la palabra Aleluya, que iba a acompañar ya cualquier rezo de la Iglesia durante toda la Pascua. El ritual católico, que siglos atrás había permitido decir Aleluya a lo largo de todo el año litúrgico, redujo su uso a partir del papa Dámaso para no banalizar la palabra y trató de celebrar el instante en que se volvía a utilizar después de la seriedad de la Cuaresma, de la forma más solemne posible.
Desde tiempos antiguos se recomendó hacer una procesión por el interior de la iglesia o por el claustro de los conventos:"In diluculo festi Resurrectionis in pluribus conventibus inmediate post Matutinas in memoriam tanti beneficii fit processio, et deportatur Sanctissimum Eucharistiae Sacramentum per claustrum, sicut in die Corporis Christi, cum magna solemnitate", dice el libro de los oficos de Semana Santa de la Orden de Predicadores. Unas Constituciones Sinodales de 1548 pertenecientes a la Diócesis de Palencia, en el libro III capítulo segundo, insisten: "Justa y santa cosa es, que los trabajos y tristezas que las almas de los fieles cristianos han tenido con los oficios de la semana santa, en que se celebra la memoria de la muerte de nuestro señor Jesucristo, sean consolados con algún gozo y regocijo espiritual de su gloriosa Resurrección en el día y hora más cercana que resucitó, por mostrar un poco de agradecimiento a tan grande beneficio recibido. Por tanto, ordenamos y mandamos que en todas las iglesias de nuestro obispado, donde no hay costumbre de se hacer, se haga el día de la Resurrección una procesión solemne con el santísimo Sacramento a la hora que sale el alba, como se hace en la nuestra santa iglesia catedral y vayan todos los clérigos y legos acompañando el santísimo Sacramento. Y porque con mayor fervor y devoción lo hagan,otorgamos cuarenta días de perdón a los que se hallaren presentes, y los que llevaren cera encendida los ganen doblados. La cual procesión ha de ser al derredor de la iglesia, y no habiendo comodidad, por el cuerpo della. Y encargamos mucho a los alcaldes y regidores de los pueblos tengan mucho cuidado con que esta santa obra no cese ni se olvide, y en los lugares donde hay muchas iglesias, si en alguna de ellas hubiese costumbre de hacer la procesión el día de la resurrección, salga la procesión de la misma iglesia donde hubiere la tal costumbre y todos los clérigos de las otras iglesias con las cruces se junten y vayan a ella y acompañen y asistan a los clérigos de la parroquia donde hubiere la costumbre, y si no la hay, todas las iglesias se junten con cruces y clérigos en la iglesia donde sale la procesión el día de Corpus Christi, y de allí salga, como dicho es".
El Corpus y la Resurrección, denominadas popularmente el Dios grande y el Dios chico, fueron pues, los momentos en que, dentro o fuera del templo, la multitud aclamaba a Cristo con alegría.
Veamos ahora, en particular, la costumbre de arrojar papeles al paso de las procesiones. Sabemos que el demostrar la alegría lanzando pétalos de flores, papeles o pequeños fragmentos de piel es uso antiquísimo. Probablemente las fiestas barrocas contribuyeron en España a centrar una tradición y a dejarla reducida a unos términos que hoy, por desusados, se nos antojan excepcionales.Una de las primeras menciones que hallamos sobre el hecho de arrojar papeles que ya se llamen aleluyas nos la da el Diccionario de Autoridades en la voz "Aleluya" y en su tercera acepción que presenta en plural:"Aleluyas. Se llana por analogía las estampas de papel o vitela, que se arrojan en demostración de júbilo y alegría el Sábado Santo, al tiempo de cantarse la primera vez solemnemente por el celebrante la Aleluya. Y se les dio este nombre porque en ellas está impresa o escrita la palabra Aleluya al pie de la imagen o efigie que está dibujada en la estampa".Estamos, pues, ante una costumbre antigua, venerable y permitida por la iglesia aunque poco documentada, de lanzar al aire papelillos con la palabra aleluya y algún dibujo alusivo a la fiesta de la Pascua o su significado.
Ya en nuestro siglo, M.Matosés, en el prólogo de su librito Aleluyas finas, nos ilustra algo más acerca de la costumbre que, como he dicho, hoy tenemos por excepcional:"Nuestros vendedores ambulantes de Madrid (y aun creo que los de todas partes), son algo dados a la hipérbole y no vocean sus mercancías sin encarecer la superioridad de ellas. Así, gritan por esas calles de Dios:¡Judías como la seda! ¡Tomates como la grana! ¡Peces vivos del Jarama!¡Bellotas mejor que castañas!, etc, etc, etc.
De uno de esos gritos callejeros está tomado el título de este librillo, título que tiene para mí cierto saborcillo primaveral, clásico, recordador de días ya muy lejanos de mi juventud.
Después de transcurridos los sombríos días de Semana Santa,
días de lluvia menuda, de barro resbaladizo en las calles, de color plomizo en el cielo y de frío húmedo en los cuerpos, llega la Pascua Florida con las primeras sonrisas del sol, las primeras caricias de la temperatura y las primeras flores de la primavera, llevando al cuerpo y al espíritu cierto aroma de juventud, de alegría, de satisfacción.
Los teatros se abren de nuevo con espectáculos alegres, los circos de caballos ofrecen a los entusiasmados muchachos amenas y variadas distracciones, los aficionados a las corridas de toros se animan con la previsión de próximas emociones y la iglesia organiza procesiones por barrios para llevar al lecho del enfermo el pan de la eucaristía.
Estas procesiones modestas y reducidas, conocidas con el nombre de Minerva o el Dios grande, se componen de un pendón, un par de estandartes, un palio, un coche de gala (generalmente de la casa de Medinaceli), dos monaguillos vestidos de rojo, sacudiendo alternativamente sendas campanetas de dos manos, una charanga de cazadores del ejército y una compañía de soldados con el ros colgado a la espalda, el fusil terciado y el paso uniforme y reposado que los acordes de música marcan.
Al entrar en una calle la procesión, un murmullo de regocijo se oye por todas partes, la gente, vestida de día de fiesta se agolpa a los balcones que están engalanados con colgaduras, la charanga toca una regocijada marcha triunfal, una nube de flores y ramos cae sobre el palio bajo el cual marcha el sacerdote vestido de lujo conduciendo las sagradas formas, y una turba de muchachos de todas clases, edades y condiciones se agolpa bajo algún balcón librándose una batalla para arrebatarse unos a otros los puñados de aleluyas y estampas que arrojan al paso de la procesión y que desde las alturas descienden revoloteando con regocijo de los muchachos.
Por todas partes se oyen gritos de alegría que se confunden con los acordes de la música y con las voces de los vendedores que pregonan: ¡Lilas, de la Casa de campo, lilas! o bien ¡Fresa, de Aranjuez, fresa! o lo más característico del momento, la voz de una mujer que vende
Aleluyas, finas Aleluyas
que va a pasar Dios, Aleluyas"
Don Jacinto Benavente recordaba en un artículo de ABC la importancia que para él también tuvo este tipo de impresos y la forma de utilizarlos en determinadas festividades: "Si yo dijera que las aleluyas fueron mi iniciación en la literatura, no faltará quién piense que de tales principios no podían esperarse mejores fines. Mi disculpa es que todos los chicos de aquel tiempo nos pirrábamos por las aleluyas.Particularmente en los días de procesión, y más que en ninguna otra en la llamada del Dios grande.Desde muy temprano acudían los vendedores de aleluyas pregonándolas a gritos:¡Aleluyas, Aleluyas finas, que pasa la procesión!.Los chicos nos apresurábamos a comprarlas, pues era costumbre tirarlas recortadas al paso de la procesión y desde mucho antes. Chicos y grandullones se peleaban por cogerlas al vuelo, y para nosotros era regocijado espectáculo ver cómo andaban a empujones y a golpes por atraparlas hasta revolcarse por el suelo. Solía suceder que antes del paso de la procesión se habían agotado las existencias y había que acudir a los altos poderes familiares para obtener una ampliación de crédito que nos permitiera la adquisición de nuevos pliegos, pues sin aleluyas la procesión ya no tenía atractivo para nosotros..."
Más cercano a nuestros días Serrano Anguita escribía en la sección "Aquí Madrid", de un diario de la capital de España: "Las que han desaparecido son las aleluyas, que eran indispensables para arrojarlas al paso de las procesiones, en un alegre revoloteo multicolor. Se hacía un copioso consumo de ellas en la tarde del Viernes Santo y en la del Corpus, y cuando desfilaban por las calles los cortejos del Dios Grande y el Dios Chico". Serrano Anguita, que se confiesa autor de centenares de pareados de los de las viñetas siguiendo el ejemplo de Larra o Narciso Serra, termina su artículo descubriendo que ese pregón de las ¡Aleluyas, finas Aleluyas, Aleluyas que va a pasar Dios!, se repetía en las calles de la ciudad de Madrid "en los días de fiesta solemne".
Pese a ser una costumbre tan estimada y tan divertida, hay poca documentación sobre la forma de ejecutar el simpático y
multicolor arrojamiento o echazón, palabra que he usado por parecerme más explosiva y expresiva. Conocemos grabados sobre niños que van vendiendo los pliegos e incluso de aleluyeros vendiendo pliegos a niños (véase el Abecedario de vendedores y oficios editado por Marés en 1873), pero escasean -al menos yo no las he encontrado-, las láminas en las que se pueda observar la costumbre en cuestión de arrojar los papelitos sobre la procesión o sobre el público que la acompañaba. Entre esos escasísimos ejemplos hay un dibujo de Cibera que acompaña la edición decimonónica del periódico "El Duende Crítico de Madrid" y en concreto la hoja del 12 de abril de 1736, en el cual se puede observar al Duende que se incorpora de un catafalco sobre el que reza la leyenda: "Aleluya, Aleluya, que el Duende se sale con la suya" (naturalmente se refiere a que el periódico y su incansable artífice volvían a la carga después de un período de ostracismo).Delante del ataúd, y en ademán de mostrar triunfalmente algo, un niño señala hacia la parte derecha del espectador, donde otros pequeños están arrojando alborozadamente unos papeles de un tamaño como de octavo. Sin duda el grabado, publicado en 1844, reproduce la costumbre -existente todavía en la época en que se xilografía- de arrojar esos trozos de papel o vitela con dibujos bíblicos y las palabras Aleluya, Aleluya en el interior de la iglesia.Los temas favoritos de esos billetes u octavillas eran, por supuesto, la Resurrección de Cristo y la de las almas que esperaban su redención, pero también el arca de la alianza, Moisés ante la zarza ardiendo, David tocando el arpa, Abel (símbolo de la fe) ofreciendo su sacrificio, las insignias de la pasión, un cordero Pascual, unos porteadores de un enorme racimo de uvas, los cuatro símbolos de los evangelistas e incluso algunos ángeles con diferentes objetos asimilables a la época del año de que hablamos, como un ancla, tradicional sustituto de la cruz en la iconografía cristiana; tampoco puede pasarse por alto la costumbre de utilizar, en determinadas diócesis, catedrales, colegiatas o iglesias, algunos dibujos de santos de especial significación por su sabiduría o por sus poderes taumatúrgicos (es conocida la costumbre de hacer con el recorte de un san Blas, por ejemplo, una bolita y hacérsela tragar el enfermo de anginas para conseguir su restablecimiento).Es decir, en el fondo de todo, la necesidad de convencer con la imagen, de enseñar a través de la ilustración e incluso de sanar por simpatía.
Por lo que vamos viendo, la costumbre de recortar estos pliegos puede haberse ido tomando de otros orígenes, contaminándose y aplicándose a diversos fines, pues conocemos el uso que de los rodolins o redondeles tijereteados hacían los muchachos cuando jugaban a la oca o a la lotería. También sabemos que en pliego, y generalmente con 16 figuras, se editaban esos dibujos que en tamaño octavo se arrojaban el Sábado Santo dentro de la iglesia, según nos dice el Diccionario de Autoridades. Está menos documentada pero es muy popular, asimismo, la costumbre de las sombras chinas o de los soldados que eran pacientemente tallados por los niños. También conocemos la costumbre de los estrechos que se llevaba a cabo la última noche del año sorteando los "motes" o papelitos identificadores que se habían impreso de dieciseis en dieciseis. Por último algunos autores nos han referido la práctica, ya extendida a las solemnidades mayores -tanto en el interior como en el exterior del templo y en ocasiones como el Corpus, Pascua o particularmente en la comunión anual de los enfermos-, de comprar aleluyas para recortar sus viñetas y arrojarlas como lluvia multicolor sobre los desfiles religiosos. Queda la duda de si algunas prácticas descritas por determinados autores para pintar la procesión del Corpus, por ejemplo, tendrían que ver con la antedicha costumbre y esos "irisados menudillos de papel que salpican el rostro de las muchachas que se resguradan de los diminutos proyectiles con fingida medrosidad", no son sino los papelillos recortados y enrollados pero con un uso más profano.
Aquí y allá van apareciendo descripciones de los días de la Semana Santa en medio de las cuales se habla como de pasada de un hecho, tan festivo y natural en el momento que se está refiriendo como raro hoy día.
En cualquier caso, si tuviese que hacer una interpretación o exégesis de la echazón de papelillos en la fiesta de Pascua, me inclinaría por la teoría de que la Iglesia destinaba especialmente este día al bautismo de sus nuevos hijos; si bien es cierto que un sentido práctico fue rebajando desde los primeros siglos la edad de los catecúmenos, también lo es que buena parte del simbolismo deseado para la liturgia de ese día se mantuvo y, en particular, el referente al momento tan significativo en que la sabiduría desciende sobre el nuevo miembro de la Iglesia del mismo modo que en el bautismo de Cristo el Espíritu Santo se materializó en forma de paloma.Todavía en el siglo XVI hay referencia a gastos, sobre todo en las catedrales, para la adquisición de tórtolas, palomas y otros pájaros destinados al Sábado de Gloria. Dado el escaso interés que siempre tuvo la Iglesia en mantener dentro del templo cualquier costumbre, por antigua y popular que fuera, que pudiese alterar el orden, no es extraño encontrar ya en ese mismo siglo contratos con determinadas personas que acordaban con los Cabildos imitar a los pájaros en tales circunstancias o en otras similares, como la de la ceremonia de la Resurrección, eludiendo así la necsidad de que hubiese revoloteando por el interior del edificio animales no controlados. Julián de Chía, en el capítulo II de La música en Gerona habla del pago que se hizo en 1523 por el Corpus a un tal Pedro de las Rocas "qui sonavit unam philomenam" y continúa escribiendo sobre ese instrumento que en catalán se denomina "rossinyol": "Yo lo he pitado cuando niño en el pueblo donde me crié, cabalmente en el día del Corpus y metido con otros chicos de mi edad entre el ramaje con que estaban adornadas las calles de la carrera".
Toda esa preocupación por los símbolos y por la escrupulosa observancia de la liturgia está plasmada en este texto de la Consueta de la Catedral de Granada donde se puede leer:"...y estando todos así, va solamente la cruz con los acólitos que están con ella, y tras la cruz solamente los cantores, a do está el monumento, y llegados cantan los cantores a fabordón "quis revolvet nobis lapidem ab hostio monumenti" , y antes que los cantores digan la postrera sílaba de la dicción monumenti, ha de tener cuidado uno de hacer caer la piedra que está a la puerta del monumento y tañen las trompetas y juntamente sueltan dos escopetas ( si no hacen daño a los ornamentos) y salen los dos ángeles ataviados como se dijo, con sendas hachas, uno de una parte del monumento y otro a la otra y pónense a los cantos del arco del monumento, y hacen inclinación al monumento y dicen, "Ihesum, quem queritis" , etc, como es dicho;y luego empiezan los cantores "Te deum laudamus" y tocan otra vez las trompetas y suena la música de las aves y tañen los órganos..."
Toda esta parafernalia no es sino herencia de los conocidos Oficios del Sepulcro o de la Resurrección, autos o escenificaciones representados en los monasterios medievales y que posteriormente pasaron a algunas catedrales e iglesias españolas. Continuando con la arriesgada labor de exégeta no sería descabellado pensar que al igual que el canto de las aves se sustituye primero con profesionales que se contrataban para silbar y luego con las flautas de agua que terminaron llevando los niños de la Doctrina, del mismo modo el vuelo de las palomas sobre las cabezas de los catecúmenos pudo sustituirse con papeles arrojados desde el coro cuyo contenido didáctico tuviese que ver, tanto con la infusión de la sabiduría como con la fiesta de la Resurrección. El paso del tamaño mayor -en octavo- al menor se daría a finales del XVIII con la implantación casi generalizada de las 48 viñetas y la reducción del tamaño de los dibujos gracias a la evolución de la xilografía, y su uso en los actos públicos callejeros quedaría confirmado a partir de finales del XVIII o comienzos del siglo XIX.
La dispersión de los datos consultados, la escasez de iconografía, la ambigüedad de los hechos simbolizados, puede que todavía arrojen algo más de inconcrección si cabe al género que nos ha reunido aquí. La palabra aleluya pone en común sobre un pliego de papel a muchos juegos y costumbres que ya existían por lo menos desde la invención de la imprenta.Imágenes alegóricas, religiosas o de soldados fueron recortadas a lo largo de los siglos con distintos fines y tal vez sólo llegaron a nosotros algunos de esos flecos a partir de los cuales he trazado estas breves líneas.