28-09-2015
Comenzaré por explicar la labor de los ciegos vendedores de pliegos porque aunque su menester y su dedicación son conocidas más o menos por todos hay muchos matices que se desconocen. Tal actividad tenía su origen en la costumbre, practicada ya por los ciegos en los primeros siglos de la edad media, de vender estampas para fomentar la devoción popular. Antes incluso de que la imprenta comenzara a funcionar y a servir como medio de difusión del conocimiento humano, ya tenía el ciego la intuición de que su trabajo, aunque consistiese sólo en rezar una oración por algo o por alguien, podía valerle de materia de trueque. Vemos por tanto desde las primeras peticiones de privilegios, la intención del ciego de separarse de vagabundos y mendigos con quienes no deseaba ser confundido y a quienes las leyes impedían moverse del círculo de las seis leguas alrededor de la población en que viviesen. Sin embargo para los ciegos y principalmente para ese comercio de estampas, oraciones y pliegos que se establece a partir del siglo XV, era primordial la movilidad y la prerrogativa de utilizar determinados emplazamientos de forma privativa. De este modo, en muchas de las cofradías, hermandades y gremios que se crean para agrupar y a veces educar apropiadamente a las personas privadas de la vista –de la vista corporal, como dijera muy bien Cristóbal Bravo, uno de los ciegos más singulares del siglo de oro español-, en muchas de esas cofradías, digo, el mayordomo se constituía en jefe de una severa organización que, previo pago de cantidades sustanciosas, dotaba a los ciegos de los mejores emplazamientos para vender su mercancía y les defendía de las agresiones de otros gremios o particulares que quisiesen hacer uso de esos lugares sin haber satisfecho el impuesto. A veces no era necesaria esa defensa pues el propio ciego sabía hacer valer sus derechos adquiridos y si esto no funcionase echaba mano del hecho de que, por tradición o por experiencia, había aprendido a vender mejor su mercancía.
Numerosos autores dramáticos han hecho uso de la figura del ciego, bien tomándola como recurso plástico, bien como tópico musical y de comunicación, bien como representación de un personaje capaz de emitir un mensaje autónomo dentro de la obra a representar. En todos esos casos y alguno más, el ciego, pese a ser habitualmente un personaje secundario, capta lo mismo la atención del público subido sobre las tablas que apoyado en la esquina de más bullicio o a la puerta del mercado más concurrido de cualquier ciudad. Desde algunos de los Pasos de Juan de Timoneda a los esperpentos de Valle Inclán -tal vez el escritor que más utiliza al ciego para transmitir determinados mensajes en toda la historia de la literatura española-, el personaje que nos va a ocupar aparece en cientos de escenas siempre fiel a sí mismo y representando un rol que el auditorio entiende sin necesidad de acotaciones que lo expliquen, aunque, eso sí, con una personalidad muy rica en matices y muy compleja.
A modo de recordatorio mencionaré algunos de los géneros y obras en donde aparece la figura del ciego con cierta relevancia. Juan de Timoneda -por cierto impresor y por tanto conocedor de las costumbres y del negocio de los invidentes- publica hacia 1565 en su obra Turiana y bajo el seudónimo de Ioan Diamonte, un paso y un entremés sobre el tema; el primero se titula "Paso de dos ciegos y un mozo" y el segundo "Entremés de un ciego y un mozo y un pobre". En éste un ciego y su lazarillo, atentos a los posibles clientes que les van a encargar el rezo de una oración a cambio de una limosna, discuten con un mendigo acerca de los métodos para atraer a los parroquianos y del mejor lugar para lanzar su mensaje. Sainetes con ciegos los publica Ramón de la Cruz bajo los títulos de "La casa de tócame roque" y "La plaza mayor", a los que se podría añadir el texto anónimo denominado "El ciego por su provecho". Tonadillas abundan, pero por abreviar traeré aquí sólo las más significativas: dos de Luis Misón tituladas "Los ciegos" y "Una dama, un paje y un ciego de las enigmas". Entre las zarzuelas el repertorio es también extenso pero citaré solamente tres de las más populares: "El señor Joaquín", "Vivitos y coleando" y "Los timplaos". Para finalizar la relación, y tratando de justificar mi aseveración anterior -aparentemente exagerada sobre Valle Inclán-, diré que el genial escritor incluyó ciegos en su "Farsa infantil de la cabeza del dragón", en sus comedias "Cara de plata" y "Romance de lobos", en "El embrujado" de su Retablo de la avaricia la lujuria y la muerte; en el esperpento "Los cuernos de don Friolera", en "Tirano Banderas", en "La corte de los milagros" y "Viva mi dueño" de El ruedo ibérico, y hasta en sus Claves líricas, en concreto en la número XIV donde relata el crimen de Medinica, que leeré al final, tal y como si estuviera describiendo un cartelón pintado con doce viñetas a las que antepone y pospone una explicación y un epílogo.
¿Qué significa esta abundancia de textos dramáticos en los que aparecen ciegos?. Para mí, dos cosas: primera, que autor, actores y público conocen y reconocen con facilidad al personaje, construido sobre referencias de la propia realidad y sobre textos documentales y literarios (muchos de ellos pertenecientes al género picaresco del siglo de oro), a partir de los cuales el personaje es igual a sí mismo, repitiendo las actitudes y lugares comunes que se esperan de él. Esto, más que al hecho de que los ciegos conocieran esas descripciones que se hacían de sus personas atuendo o actividad, se debe a la existencia de verdaderas escuelas -fomentadas a veces por las propias hermandades y cofradías en que se reunían- donde los invidentes aprendían a desarrollar su oficio según unas normas antiguas y útiles. La segunda razón por la que se explicaría tal abundancia de apariciones sobre la escena de nuestro personaje, sería la de haberse convertido para los autores de teatro con el tiempo en un verdadero recurso dramático, de cuyas funciones y posibilidades arquetípicas echaban mano cada vez que venía a cuento.
En realidad, si hemos de ser sinceros, además del hecho de comunicar noticias es que se produce una lucha despiadada por el control de un mercado más importante y numeroso de lo que a veces se pudiera pensar y conviene tener presente que la poesía, sobre todo esa poesía de tipo popular que encandilaba a la gente, solía estar en segundo término, Joaquín Alvarez Barrientos recuerda que, antes que los ciegos, ya los juglares mantuvieron también relaciones mercantiles bajo capa de una actividad artística y cita a Platón para mencionar que el filósofo criticaba a otros que también vivían de la palabra, los sofistas, por haberse convertido en mercaderes del espíritu. Barrientos concluye que los ciegos no sólo eran mercaderes “porque aceptaban dinero a cambio de palabras útiles o halagüeñas, sino también porque eran productores de un discurso cuyos intercambios internos de significado eran idénticos a los cambios de mercancías en las transacciones monetarias”.
Estamos, pues, ante un mercado con una oferta muy variada en la que lo económico predomina. Para hacernos una idea del volumen comercial que generaba la venta de pliegos bastará con recordar que la imprenta Santarén, de Valladolid, pasa de ser una de las últimas en importancia en la ciudad a comienzos del siglo XIX a constituirse en la primera hacia los años sesenta de ese mismo siglo compitiendo con otras de Madrid gracias a la impresión de esos papeles volanderos. Las tiradas no ofrecen lugar a dudas: cada impresión, según el título y previsiones de venta, oscilaba entre cinco mil y quince mil ejemplares, haciéndose de alguno de los temas varias reediciones. En un país con tan acendrada afición a los relatos, tan sentimental y apasionado, solían tener éxito seguro todas las historias que los ciegos llevaban impresas y que se encargaban de “representar” con su voz característica y sus exageradas formas. Aunque el papel se vendiese muy barato había ganancia para todos: inventor, impresor y difusor del mismo.
Uno de los temas que hoy están presentes a diario en la transacción de imágenes, ideas y formas artísticas es el de los derechos de autor. Podría decirse que la complicada legislación actual, siempre abierta a modificaciones según las innovaciones tecnológicas, surge precisamente para corregir los vicios y abusos de este mercado libre que proponían los ciegos. Que sepamos, la primera voz autorizada que protesta seriamente por el uso indebido de su nombre y sus obras es Lope de Vega, autor tan popular como hoy podría serlo el novelista de más éxito. No es extraño, por tanto, que Lope protestase de esta manera ante el rey con un Memorial que dice en su primera página: “Antiguo remedio fue, y permitido, que los ciegos aprendiesen oraciones y las rezasen a las puertas (si bien tan mal compuestas que antes quitan la devoción, como la mala pintura) para que viviesen y se sustentasen pidiendo limosna por este camino...pero ser pregoneros públicos de mentiras y aleves difamadores de nuestra nación, es artificio nuevo de algunos hombres, que se valen de ellos como de ministros y oficiales para ganar de comer, siendo ellos ricos y con oficios en la república y aun en la casa real, de que merecerían ser depuestos”.
¿Qué está denunciando Lope de Vega? Probablemente su cargo de censor oficial de libros y defensor del Santo Oficio le mueve a escribir lo que es evidente: que algunas costumbres se relajan por culpa de personas sin escrúpulos y que, en este caso además, se están propagando ideas políticas o sociales subversivas, siendo sus instigadores personas que viven, y bien, de la Administración, y sus propagadores los ciegos copleros. Algunos estudios recientes revelan un dato muy importante que nos sorprende en un siglo como el nuestro, apellidado de la comunicación. Los verdaderos dueños o propietarios de esas cofradías de ciegos solían ser personajes con mucho poder y más ambición que tenían de esa forma a su disposición una infraestructura mensajera capaz de difundir una noticia por toda la península en veinticuatro horas. Sin embargo, digo, Lope se queja fundamentalmente de otra cosa. ¿Cómo es posible advertir a un público inocente de que una obra que aparece como suya no lo es, o, por el contrario, de qué forma castigar que alguien tome sus poemas y no diga que son suyos? La preocupación no es sólo literaria. El Fénix de los ingenios acaba suplicando al rey que se sirva remitir esas advertencias a quien pueda remediar el mal, de cuya acción él recibirá “particular merced y beneficio”.
Veamos otro caso: En un pliego de comienzos del XVII, un autor confiesa: “Este soneto último me lo pidió un amigo, a quien se lo di, el cual, antes de que yo lo sacase a la luz le imprimió sin mi intervención; púsole con un coloquio de pastores, que salió hará tres meses, y aunque sea ventaja mia que otros apliquen mis obras a su nombre, siendo ellas tan cortas como mi caudal, con todo siento mucho que se hagan dueños de mi trabajo y gocen de lo que no les costó ninguno. Sirva de aviso al lector”.
A nosotros nos sirve para recordar que la gestión de los derechos de autor en el mundo genera tal cantidad de miles de millones que sus cifras asustarían y nos alterarían el pulso si no fuese porque se confunden con muchas otras que nos llegan por los mismos canales de información y crean una capa de material aislante que amortigua y diluye los datos para no sobresaltarnos tan a menudo.
Pero este es un tema que por sí solo reclamaría una o varias conferencias. Hoy simplemente voy a tratar de analizar cuáles son las cualidades y defectos que caracterizan al personaje y que le confieren esa potencialidad expresiva, comenzando por las externas.
1. El ciego como vendedor. Que el ciego desarrolló desde tiempos antiguos un sentido comercial, ya lo demostré con documentos en el estudio previo a la colección de textos que publiqué para la Fundación ONCE. Allí resaltaba el interés que antes he mencionado de los ciegos en no ser confundidos con pobres y vagabundos, para lo cual intentaron crear desde la Edad Media un mercado cuyos productos despertaran constantemente la atención del público pareciendo frescos a pesar de no serlo; ya he dicho muchas veces que la fecha de caducidad no la han inventado las modernas y ejemplares empresas de alimentación sino los copleros que expedían cédulas para la curación de todo tipo de enfermedades y que limitaban temporalmente su eficacia para que el público volviera a comprarlas.
El ciego llevaba papeles impresos con crímenes, terremotos, inundaciones y todo tipo de sucesos sorprendentes y vendibles, pero también con juegos de manos, modelos de cartas de amor, libros de adivinación de sueños, oráculos y hasta oraciones milagrosas o consejos evangélicos. Tal vez por esta razón (o bien porque vendían los evangelios en forma de pequeños amuletos) cuando Valle Inclán hace una acotación para anunciar la aparición del coplero, escribe: "Asoma en la puerta de la venta un ciego de los que la gente vieja llama aún evangelistas, como en los tiempos de José Bonaparte; antiparras negras, capa remendada y, bajo el brazo, gacetas y romances. De una cadenilla, un perro sin rabo, que siempre tira olfateando la tierra". Otra explicación al calificativo de "evangelista" podría ser la de que el coplero, como los ángeles, venía también pregonando nuevas (para el caso no importa si buenas o malas, ciertas o falsas).
2. El atuendo. Tan característicos debían de ser el sombrero y la capa del ciego como el tono de su cantinela, ese que Don Ramón de la Cruz denominaba "aire común". La indumentaria podía variar más o menos, pero la capa en concreto, sucia por el polvo de los caminos y raída -no se sabe si por la falta de recursos o por acrecentar el efecto dramático-, esa es imprescindible. Valle la define como "anguarina portuguesa" cuando habla de sus ciegos gallegos, pero podemos verla en toda la iconografía que, sobre todo a partir del siglo XVIII, genera el personaje. Manuel de la Cruz, Juan de la Cruz, José Ribelles, Leonardo Alenza, Francisco Lameyer y muchos otros retratan un figurín inalterable en el que destacan chapeo y sobretodo. La costumbre no es solamente española, como se desprende de la observación de los retratos que Holbein, De la Tour y otros pintores europeos realizan sobre la figura del ciego. El primero, en concreto, dibuja en su Danza macabra a un invidente con sombrero, capa y bastón de cuyo extremo tira la muerte para hacerle tropezar.
3. El acompañamiento. Elisabeth Frenkel, en su Diccionario de motivos de la Literatura Universal, afirma que la combinación del ciego con el lazarillo contribuyó a la constitución de la novela picaresca. Da como precedentes la Turiana de Juan de Timoneda y el Cancionero de Sebastián de Horozco, aunque reconoce que ambos casos -más El Lazarillo de Tormes y tantas obras similares- recurren seguramente a una fuente popular común.
No siempre el lazarillo es un niño o niña. Aparecen también mujeres -habitualmente esposa o hija del invidente- pero sólo en algún caso excepcional el lazarillo aventaja en edad al ciego (como el de Manuel de Llano que crea el personaje de Salín, niño ciego al que guía un anciano mendigo). En El pilluelo de Madrid, Wenceslao Ayguals completa un grupo de cuatro ciegos "con otro a medio cegar que les servía de lazarillo". Es frecuente también la estampa del perro guía como acompañante y así lo reflejan Manuel de la Cruz, Juan de la Cruz o Francisco Lameyer en grabados y Bayeu o Alenza en óleos.
4. Instrumentos musicales. Por costumbre, la figura del ciego aparece unida a un instrumento musical. La imagen se repite y es antigua: Pero Tafur, en sus Andanças e viajes de un hidalgo español, advierte ya la frecuencia de esta unión así como la movilidad de los ciegos músicos; hasta la corte del duque de Borgoña, en Bruselas, llegan sus voces: "Allí fallé en su corte dos ciegos naturales de Castilla que tañen vihuela darco e despues los vi acá en Castilla".
Sobre la zanfona, uno de los instrumentos más frecuentemente representados en manos del ciego, ya publiqué hace bastante tiempo un artículo en el que describía tres grabados del siglo XIX donde se podía apreciar esta combinación. Durante esa misma centuria, por cierto, la guitarra va sustituyendo en el favor de los ciegos a la antigua lira mendicorum.
La Ilustración española y americana del 22 de abril de 1898 publicaba un hermoso dibujo del madrileño Fernando Albertí en el que aparecen dos ciegos, uno con guitarra y otro con bandurria, interpretando en plena calle el contenido de una copla, seguramente alusiva a la guerra con los Estados Unidos o a sus preliminares. Una niña les sirve de lazarillo y está entregando la copla impresa a una doméstica que va o regresa de la compra y que está buscando en el monedero la perra chica con que adquirirá el papel, que leerá después en casa a trompicones y que recordará a voz en grito todas las mañanas al hacer las tareas de la casa.
Otra combinación de instrumentos puede ser la de violín y guitarra (Lameyer y Alenza la retratan en algunos de sus dibujos), aunque lo más frecuente es que el propio lazarillo acompañe al instrumento principal con una pandereta o con unos hierrillos (las furriñas de que habla el pie de la acuarela de Manuel de la Cruz o "las fariñas o aquellos hierros que tocan los ciegos" según aparecen descritos en "La jardinerita", tonadilla de Castel.
Mesonero, buen conocedor de las calles de Madrid, menciona un organillo, un tamboril y una dulzaina como acompañamiento ocasional de algún ciego. Por último, José Subirá, al hacer recuento de los instrumentos que aparecen en las tonadillas, recoge unos "salterios de ciegos", expresión que responde probablemente a una terminología errónea, como la que Valle Inclán utiliza (todavía con escasa formación musical) cuando llama zampoña a la zanfona y escribe que destaca, colgada a la espalda del ciego y bajo su capa, como si fuera una joroba.
5. El artista. Para completar esa visión externa a la que tanto se recurre en obras literarias y dramáticas habría que hablar del aspecto o vitola de artista del ciego. No sólo porque su personaje es de los pocos capaces de representar dentro de la representación, sino porque su escuela de la vida, su clara vocación pregonera, le destacan como un artista de la comunicación y de la puesta en escena.
El orgullo lógico por crear, difundir, comunicar, vender y volver a vender toda su mercancía, lo percibe Charles Davillier, viajero por España, quien encuentra en Burgos a un ciego que le canta una seguidilla. Al terminar, respetuosamente, el barón reflexiona: "es evidente que nuestro ciego se consideraba un artista que se ganaba honradamente los cuartos que le echaban".
Vayamos a las características internas que se adivinan en la personalidad del ciego, empezando por las más positivas:
1. Celoso defensor de su libertad. Y cabría añadir, "generoso luchador en el mantenimiento de la de los demás". Aunque sobre este extremo no hay acuerdo en los autores que, según las épocas, hacen a los ciegos valedores de éstas o aquellas ideas ("nunca habréis advertido en ellos la misma unidad de opiniones", dicen Ferrer y Pérez Calvo), siempre se manifiesta un sentimiento claro de orgullo por la profesión antigua y una demanda de respeto hacia el ejercicio de sus funciones, que incluyen, como es bien sabido, la difusión de cultura y la propagación de novedades, sean éstas ciertas o no. Cuando a alguien se le ocurre rozar siquiera esa libertad, la sensibilidad del ciego se defiende con sus armas preferidas. El diario "El Norte de Castilla" del 25 de abril de 1860 publicaba la riña acaecida entre un ciego vendedor de papeles y un tabernero; cuando aquél se siente vencido por su rival, se pone a gritar para incitar al público en su favor: "A dos cuartos, lo que ha pasado entre un ciego que defendía a Su Majestad la reina y un tabernero que hablaba bien del general Ortega". Este general, como se puede suponer, había abrazado la causa de don Carlos en contra de su soberana y fue condenado por un consejo de guerra a ser fusilado por traidor. Es fácil adivinar por tanto la intención del ciego y el resultado de la pelea.
Antonio de Trueba, hablando de los textos de los romances, dice que Perico el ciego era, entre sus autores, uno de los más decentes y prolíficos. Lo cierto es que Perico el ciego fue, junto con el ciego Cornelio del Escorial y con la ciega de Manzanares, uno de los personajes más notables del siglo XIX; de la gracia y buen humor de que hacía gala nos da idea esta copla que, según dicen, era una de sus favoritas:
Ojos que te vieron ir/ por esos mares afuera
cuándo te verán venir/ para alivio de mis penas.
Repito ahora lo que ya escribí en otra ocasión a propósito del carácter valiente y decidido, crítico y mordaz, de algunos ciegos copleros, "quienes, pese a su disminución física, llegaban a jugarse el tipo por un ideal que trataban de transmitir a través de su repertorio, preocupados como estaban por el desarrollo de la sociedad en que vivían". A veces ese jugarse el tipo era simplemente con el fin de comer a diario, pero la actitud crítica y arrojada venía a englobarse automáticamente junto a esas otras acciones más heroicas que habían buscado fines más nobles.
2. Intuición. Esos posibles fueros se los conceden con pleno derecho su atención al público y su intuición para complacerle. El lazarillo que acompaña a los cuatro ciegos en El pilluelo de Madrid, le comenta a éste: "El caso es que un amigo de usted, señor estudiante, nos ha informado de que trata de dar algunas funciones en esta buhardilla. Y como nosotros andamos siempre oliendo donde guisan, nos hemos dirigido aquí a ofrecer nuestros servicios, por si tiene usted la bondad de que mis compañeros y yo formemos la orquesta, si es que ya no tiene apalabrados a otros.
-Hasta hoy, le respondí, no he buscado a nadie, pero como se hace preciso divertir a los amigos en los intermedios de las sombras chinescas, no hay inconveniente en que ustedes asistan siempre que sepan cantar, porque algunas noches habrá que complacer a los espectadores con ciertas cancioncillas.
-Por canciones no hay que llorar, exclamó el más autorizado de los ciegos: yo soy el maestro de capilla, quiero decir de esta cuadrilla, y a mi cargo queda el dar gusto al público poniendo en música las letrillas que usted nos regale; y si no sirve de incomodidad, cantaremos un instante para ver qué le parecen nuestras voces".
Más adelante, el mismo ciego reconoce su capacidad para "distinguir" sin ver al público, afirmando exageradamente que le basta escuchar a una persona para adivinar su aspecto: "En la voz te lo he conocido y no extrañes esto porque podría decirte, si estuviese dentro de un círculo de mujeres cuál era la más hermosa y lo adivinaría por la voz".
3. La desconfianza. Dentro de los defectos que caracterizan la figura del ciego y contribuyen a crear un arquetipo está la desconfianza en todo y todos los que le rodean. Valle Inclán capta esta clave en "El embrujado" cuando escribe que el ciego oye todo pero no cuenta nada.
Esta actitud, que podría calificarse de prudente, se torna desconfiada cuando nuestro personaje no puede tener fe ni en su propio lazarillo. En el paso que antes mencioné de Juan de Timoneda, Palillos, el mozo del ciego Martín Álvarez, se jacta ante el público de haber robado seis ducados a su amo. Cuando Álvarez se encuentra con Pero Gómez, otro ciego, éste le recomienda que para conservar su dinero a salvo lo cosa como él al sombrero llevándolo siempre cerca de la cabeza. Palillos, que está escuchando todo sin ser visto, le quita el gorro y provoca el recelo de Gómez hacia Álvarez al pensar que están solos y que nadie sino éste ha podido ser el ladrón.
4. El fingimiento. Muchos de los títulos de las obras que mencioné al comienzo incluyen la palabra "fingir". Después de lo visto hasta aquí, yo hablaría más bien de despreocupación por una verdad que no es la suya. El ciego crea su propia realidad y a ella se atiene, importándole muy poco si para transmitir esa realidad a los demás en su propio beneficio necesita saltarse algún mandamiento. La tradición de trucos y simulación avalada por la literatura y la propia vida es bien antigua y, según Elisabeth Frenkel, tiene su origen escrito en la farsa francesa de "El mozo y el ciego".
Frenkel aborda el tema de la simulación de los defectos físicos y se extiende en una abundante relación documental que demuestra que el fingimiento de una carencia física para la obtención de una limosna segura no estaba circunscrito a la ceguera, como es natural.
En realidad, finja o no su dolencia, el ciego que se sube a los escenarios se queja constantemente, tanto de su suerte como del resultado económico de su esfuerzo. En la tonadilla de Misón "Una dama, un paje y un ciego de las enigmas", recita el personaje con un tonillo de oremus:
A este pobre que está casi ciego,
vergonzante, que tiene la barriga adelante,
la espalda atrás, y en esas llagas
las piernas sueltas, y en esas quebradas
en una mano cinco dedos y en la otra tres y dos
den una limosna por amor de Dios...
La cantinela constante del "no se vende nada/ esto va muy malo/ vamos a otra parte/ no se vende un cuarto", que repiten hasta la saciedad los ciegos de las tablas, contrasta con la idea que el espectador tiene del coplero y de sus beneficios.
A lo largo de esta charla he tratado de trasmitir la idea de que el ciego de la calle, ese coplero cuya presencia fue indispensable en la vida pública española durante más de cinco siglos, fue también un recurso espléndido utilizado por los autores y escritores a la hora de comunicar algo. De su figura familiar, adornada con especiales características -poco estudiadas por conocidas-, se desprendían valores y defectos que he intentado reseñar y que sirvieron de base a dramaturgos y literatos para crear un tipo que era capaz de representar dentro de la representación. De este modo, el autor ideaba una parodia que, si bien funcionaba independientemente como unidad de menor relieve que la obra misma, quedaba fusionada, integrada con ella.
Dice el proverbio que una imagen vale más que mil palabras, pero ¿cuánto vale una imagen reforzada con palabras?. La televisión y otros medios de comunicación han convertido en historia al ciego y su cartelón, pero la fuerza que poseían esa figura y esa escena quedarán para siempre fijadas gracias a descripciones tan exactas y vivas como la de Ramón del Valle Inclán cuando pinta en sus Claves líricas el crimen de Medinica:
Crimen horrible pregona el ciego
y el cuadro muestra de un pintor lego,
que acaso hubiera placido al Griego.
El cuadro tiene fondo de yema,
cuadriculado para el esquema
de aquel horrible crimen del tema.
Escena primera
Abren la puerta brazos armados,
fieros puñales son levantados,
quinqué y mesilla medio volcados.
Sale una dama que se desvela,
camisón blanco, verde chinela,
y palmatoria con una vela.
Azul de Prusia son las figuras
y de albayalde las cataduras
de los ladrones. Goyas a oscuras.
Escena segunda
En la cocina tienen doblada
dos hombres negros a la criada,
moño colgante, boca crispada.
Boca con grito que pide tila,
ojos en blanco, vuelta pupila.
Una criada del Dies illa.
Entre los senos encorsetados
sendos puñales tiene clavados,
de gotas rojas dramatizados.
Pompa de faldas almidonadas,
vuelo de horquillas, medias listadas:
Las botas nuevas muy bien pintadas.
Escena tercera
Azules frisos, forzado armario,
jaula torcida con el canario,
vuelo amarillo y extraordinario.
Por una puerta pasa arrastrada
de los cabellos, la encamisada.
El reló tiene la hora parada.
Manos abiertas en abanico,
trágicas manos de uñas en pico:
los cuatro pelos en acerico.
Escena última
Un bandolero -¡qué catadura!-
cuelga la faja de su cintura,
Solana sabe de esta pintura.
Faja morada, negra navaja,
como los oros de la baraja
ruedan monedas desde su faja.
Coge en las manos un relicario,
y con los pelos de visionario
queda espantada frente al canario.
Comento
¡Madre!. Qué grito del bandolero.
¡Muerta! qué brazos de desespero.
¡Sangre! A sus plantas corre un reguero.
¡Su propia madre!. Canta el coplero.
Y el viejo al niño le signa austero:
Corta la rosa del romancero.
Momento en que yo también corto el hilo de esta charla con la esperanza de haber aportado algún dato interesante sobre este personaje imprescindible en la historia de España.