Joaquín Díaz

PRESENTACION DE LIBRO DE LUIS DIAZ


PRESENTACION DE LIBRO DE LUIS DIAZ

Leyendas

30-05-2008



-.-

La civilización del ocio, esa en la que nos encontramos inmersos y de la que disfrutamos hoy, nos ha traido muchas costumbres novedosas que, si bien no han modificado las esencias del individuo, al menos le han aportado nuevas formas de mirar y nuevas sensaciones que se derivan de esas miradas. La contemplación de un paisaje durante una excursión de fin de semana, por ejemplo, no nos provoca las mismas impresiones que pudo producir a un pastor o un agricultor del siglo XVIII, pendientes ambos del crecimiento de los cultivos o de los pastos, del diseño lógico de las sendas o de los peligros inherentes a las zonas boscosas. Lo que sí que nos ha aportado esa contemplación, es la certeza de que la naturaleza no existe en estado puro. No sólo porque probablemente advertiremos la presencia de plásticos o cascos de botella –elementos que distraerán nuestra atención de sensaciones más estéticas o elevadas- sino porque percibiremos una cierta “manipulación” en el panorama observado. Alguien trazó aquí un camino aprovechando determinadas características del terreno, otro creó allí un plantío deliberadamente para usar las ventajas de la humedad en el suelo y alguien más sembró de cereal aquella planicie para sacar partido a los aperos que otros mejoraron para él. En suma, en toda visión general de un paisaje, por natural e intacto que nos parezca, aparecerán las huellas de diferentes y sucesivas manos que intervinieron en una evolución interesada.
El paisaje, por tanto, como elemento abarcable y definible de aquella misma naturaleza intervenida, es el resultado de multitud de aciertos y contradicciones históricas y sociales que han venido modificando su primitiva esencia. En la modificación de ese paisaje ha tenido mucho que ver la mano del hombre, así como innumerables y sucesivas tecnologías agropecuarias que se aliaron para crear un medio -que hasta ahora se denominaba rústico o rural para diferenciarlo del generado en espacios donde se concentraba de foma más intensa la población-, cuyos patrones han cambiado con tanta celeridad en los últimos tiempos que ya no se pueden calificar con el término tradicional sin provocar equívocos.

Pero del mismo modo que la mano del individuo ejerció una influencia modificadora sobre su entorno, las bases de su pensamiento se fueron estableciendo sobre antiguas creencias que generaron mitos, conformaron relatos legendarios, hicieron nacer fórmulas de comunicación, etc. El individuo de hoy, al igual que lo hicieron sus antepasados, piensa, cree, se expresa, transmite, advierte a otros, se muestra satisfecho de lo que consigue…Pero no pensemos que esa civilización del ocio, de la tecnología o de los avances informáticos le ha servido para solucionar sus contradicciones, sus angustias o sus problemas vitales. Muy pocas personas de las que hoy leen un horóscopo, por ejemplo, se figuran la afición que en tiempos no tan lejanos despertó la adivinación del futuro por medio de los astros, de las cartas o de otros signos. Los almanaques y pronósticos perpetuos trajeron hasta nuestros días la idea de que la libertad del individuo estaba condicionada por un hado inexorable o por un determinismo fatal. La afición hacia esas previsiones o vaticinios no se ha perdido. Cada uno cree en unas fórmulas o en otras –o finge no creer en ninguna- pero el resultado es que la curiosidad por el destino que pueda aguardarnos o por la suerte que nos depare el futuro sigue siendo muy grande, hasta en los más escépticos.
Muchas personas se preguntan si la tendencia en el individuo a preservar los conocimientos del pasado es un mecanismo de defensa, una inclinación genética o un sentimiento de responsabilidad. El primer supuesto nos situaría ante un sistema según el cual, el abandono de las experiencias previas sería un grave error para el ser humano y el colectivo en el que vive. El segundo concepto tendría que ver con la impresión de aquel sistema en los genes, para proteger a la especie de desviaciones cuyo resultado se conoce y se teme. La tercera posibilidad tiene más que ver con el voluntarismo del individuo y le facultaría para actuar en la medida de sus deseos sobre un legado secular cuyo uso y manipulación, como hemos visto, le competen. Desde los albores de la humanidad el individuo necesitó creer en algo superior a él que diera sentido a su existencia y le ayudara a prolongarla más allá de la muerte física. Las distintas culturas y civilizaciones que han ido dejando su huella en la historia confirman la idea de que un ser o una fuerza más elevados controlaban y juzgaban al ser humano y sus hechos. De esas fuerzas se ha hablado y escrito todo lo que uno pueda imaginarse, porque muchas veces el hombre las personalizó, las convirtió en compañía cotidiana y las confirió un rostro. Mitos de todas las épocas reflejan las obsesiones y necesidades de nuestros antepasados que se plasmaban en leyendas acerca del origen de nuestra especie, relataban sus presuntos pecados, narraban el castigo infligido por ellos y creían posible la regeneración a través de un sacrificio o por medio de la venida a la tierra de un dios. El diluvio, el fin del mundo, el más allá, son ideas que perpetúan todavía hoy antiguas creencias de cuyo origen y desarrollo es responsable el ser humano con toda su carga de sueños, de esfuerzos y de preocupaciones. Muchas de esas creencias han llegado al pensamiento actual desprovistas del significado y simbolismo que tuvieron, por eso no es de extrañar que su identificación sea dificultosa hasta para los expertos. Sin embargo en antiguas oraciones, en conjuros, en relatos aún vigentes puede vislumbrarse la importancia que en otras épocas tuvieron determinadas convicciones y su traducción puntual a términos de expresión popular.
Sorprende, a cualquier persona que se haya molestado en saber qué piensan sus vecinos sobre ellos mismos, la similitud de temas encontrados al revisar lo que podríamos denominar repertorio común. Sabemos que, en general, un individuo necesita crearse un repertorio de expresiones como factor descriptivo de su personalidad, como elemento que le servirá para integrarse dentro de una identidad y como base para usar y disfrutar de un lenguaje colectivo. En cualquier caso ese repertorio le servirá de referencia cultural, de referencia geográfica, de referencia generacional o de referencia emocional. ¿Qué pueden tener en común un vals, un romance, una copla, un tango, un cuento de fantasmas, una adivinanza y una leyenda? Pues sin duda al individuo que los memoriza y que los hace suyos compartiendo con otras personas de su entorno algunas de las claves para mejor comprender y traducir al lenguaje vital todos esos temas y sus conexiones. El esfuerzo por relacionar los conocimientos con la vida es como la piedra angular que permitirá que el arco de la ciencia no se desplome por el peso de cada una de sus piezas. Quienes trabajamos en el terreno de los conocimientos legados por la tradición lo tenemos muy claro: nada en la vida de los individuos se produce aisladamente. Cualquier hecho que tenga que ver con el desarrollo de la personalidad, con la expresión artística, con la relación con otras personas o con el entorno, se conecta indefectiblemente con otros aspectos adyacentes, de tal modo que resulta imposible la comprensión perfecta de ese mismo hecho sin conocer las circunstancias que lo provocaron.
¿Y de dónde procede el impulso que lleva a un individuo a elegir este tema en vez de aquél? Probablemente de la tensión de fuerzas que se produce entre lo conocido y lo desconocido en nuestro cerebro. Frente a la incógnita y el misterio, se generarán el miedo, el valor y el sentido de protección que trataremos de trasmitir a nuestros descendientes a través de relatos ejemplares. Frente a lo ya experimentado, frente a lo ya vivido, tenderemos a repetir aquellos patrones que sirvieron a otros antes que nosotros para solucionar sus problemas de angustia, de dudas, de incertidumbres, de relación…
El texto que acaba de editar Luis en La Esfera de los libros habla de todo esto y ofrece ejemplos abundantes de la preocupación del individuo por transmitir sus pensamientos y experiencias en forma de relato. Ahí están, por ejemplo, las primeras explicaciones a la época oscura en que Hispania nace como voluntad y necesidad, con sus héroes legendarios. Ahí también la contradicción permanente entre el amor y la muerte, la relación espeluznante con los muertos y con el más allá, la andróctona o matadora de hombres que ya menciona Heródoto en sus escritos, el límite sutil entre el sueño y la vida –entre el presagio y la realidad-, el comportamiento humanoide (con todos sus defectos incluidos) de algunos animales, los seres numinosos, el pavor a que un ser sin cuerpo toque el nuestro, el miedo a que nos extraigan órganos, etc. etc. No nos extrañe tampoco que los héroes de esos relatos estén forjados en la desgracia o en la adversidad. Su valor, precisamente, radica en el ejemplo, en sus capacidades para sobreponerse al destino, para superar el nacimiento en bastardía, para derrotar a la sociedad contraria, para vencer las prohibiciones y pruebas. También todo eso contribuye como factor de selección a que un tema se transmita con categoría de leyenda. Porque responde a una ideología, y al decir ideología utilizo la definición de Guy Rocher, quien describió el término como “un sistema de ideas y de juicios, explícita y genéricamente organizado, que sirve para describir, explicar, interpretar o justificar la situación de una persona o un grupo y que, inspirándose ampliamente en valores, propone una orientación precisa para la acción histórica de ese grupo o de esa persona”. Nada más y nada menos. Luis desentraña en este libro la maraña de la mentalidad a la luz de la antropología y su aportación, además, es rica y entretenida pues probablemente no exista una persona que no encuentre entre los ejemplos ofrecidos, alguno que le vincule directamente a su infancia o a su pasado.