Joaquín Díaz

CONTESTACIÓN AL DISCURSO DE MERI MAROTO


CONTESTACIÓN AL DISCURSO DE MERI MAROTO

Ingreso en la Academia de la pintora Meri Maroto

24-06-2009



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"Excelentísimo Señor Presidente, compañeros de Corporación, señoras y señores: Desde que Tespis, a quien se atribuye la invención de la tragedia, personalizó al protagonista del teatro y lo sacó del coro que interpretaba los ditirambos en honor de Dionisos en el siglo VI antes de Cristo, la historia nos ofrece numerosísimos ejemplos en los que el nombre de aquel primer actor nos sugiere hasta qué punto su actuación debía sacrificar el propio gusto y la propia personalidad en aras de la función que se le hubiera asignado. Estoy seguro de que tanto Juan Antonio Quintana, esposo de Mery como Lucía, su hija, habrían deseado estar aquí esta noche pero las obligaciones de uno y otra les tienen sujetos al escenario sobre el que todos los días reciben el justo aplauso por sus interpretaciones. Ambos me piden que sus nombres figuren en el preámbulo de mi intervención, no sólo como las personas más cercanas a la nueva académica sino como admiradores y deudores de su trabajo y de su obra.
Cumplido el deber al que me comprometí con mucho gusto, debo decir que la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción se complace en recibir hoy como miembro de número a una artista versátil cuya trayectoria es ejemplar por muchos conceptos. Las diferentes facetas en que ha desarrollado sus trabajos avalan y certifican esa versatilidad, capaz de aglutinar o resumir misteriosamente su pensamiento y su forma de expresión. Parece como si desde un tiempo inaprensible, su nombre de pila, Emérita, hubiese predeterminado la calidad de su vida y de sus obras. A quienes nos hemos dedicado a la hagiografía nos resulta cercano y comprensible el origen y el significado del nombre de los santos porque muchas veces, lejos de usar o abusar del patronímico hereditario para designar a una persona, se echaba mano de las virtudes o peculiaridades que adornaban su vida para sacar de ellas la esencia de ese hagiónimo con el que se le conocería y reconocería por los siglos de los siglos. De esa manera tan justa como natural el nombre o antropónimo llevaba, junto al contenido etimológico, una carga de significados que extendían y amplificaban su concepto: Lucía, por ejemplo, era un nombre que tenía en su origen un sentido de luminosidad y su fiesta la situaba la Iglesia, por tanto, en una época del año cercana al solsticio de invierno, como previendo que, a partir de la celebración de su día, las horas serían más luminosas y la oscuridad se iría disipando. Para completar la significación, se hacía a la santa protectora de la vista, el sentido por medio del cual el ser humano percibía y disfrutaba de aquella misma luz, y se reforzaba la imagen con una iconografía característica que después se perpetuó, en la que aparecía Lucía con la palma del martirio y un plato en el que mostraba los ojos como atributo y símbolo.
Si alguien se adentrara en una investigación onomástica de nuestra nueva académica podría an y amplificaban su sentidodra presirrollado sus trabajos avalan esa versatilidadue han alertado de las dificultades que podra encontrarse por tanto con una personalidad destinada por el hado, y por los avatares de ese mismo hado, a acumular méritos tan fecundos como notables: Emérita, o sea la que atesora méritos. Los griegos y los romanos creían que los dioses predeterminaban el destino de una persona, sus actos y decisiones pero en particular la duración de su vida. La mitología griega atribuía el control del destino de cada persona a tres deidades: Cloto, que hilaba la trama de la vida; Láquesis, que decidía cuánto había de durar esa misma vida, y Átropos, que se encargaba de poner fin a la vida de cada individuo cuando se cumplía su tiempo. Mery ha conocido y tratado a las tres diosas, con la misma familiaridad y respeto con que se sitúa ante el papel, ante el lienzo o ante la materia para plasmar su idea, para crear.
Aun siendo plenamente consciente de la importancia y necesidad de esa creación, no es sin embargo partidaria de explicar detalladamente tan doloroso como complicado proceso. No quiere transmitir mensajes y menos consignas estéticas: "la obra de arte es algo que se siente, no necesita explicarse", agrega con tanta naturalidad como honradez 1.
Pero no avancemos más sin antes mencionar parte de esos méritos que no solo le dan nombre sino que ilustran y enriquecen su recorrido vital. El listado de exposiciones y muestras en las que ha participado con su obra es tan largo como el de los premios y reconocimientos recibidos. Salas de exposiciones, muestras individuales y colectivas, han sido testigos de su trabajo incansable aunque siempre contenido, con una elegante tensión que lo avalora. Su biografía está ya en los diccionarios y al alcance de todos. No así sus motivaciones y menos aún las ilusiones y esfuerzos dedicados a una pasión creadora. Las palabras con las que se intenta describir una existencia o dar forma a un currículo son sólo grafismos o sonidos que revelan unos resultados, pero jamás ahondan en el pozo profundo y oscuro de donde ha salido ese agua que al aflorar a la superficie nos refresca y nos vivifica. Esos hontanares le pertenecen al artista, para bien o para mal, y solo a él o a ella les es dado poseerlos y llegarlos a comprender cabalmente.
Tal vez de esas profundidades proceda la angustia que acompaña al artista como la piel a la carne. Todas las religiones que han tratado de explicar el origen del mundo a través de un acto creativo hablan del vacío previo, y de la luz o la palabra que inundan ese vacío después, dando sentido finalmente al universo y a la vida.
Inés Gutiérrez-Carbajal, al hacer la semblanza de la nueva académica en su obra Pintura del siglo XX en Zamora, divide su obra en tres períodos, atribuyendo al segundo, el dedicado a la búsqueda de la figura, el proceso más inquietante en el que, en palabras de la autora, Mery pasa de representar maniquíes o mujeres arbóreas a humanizar poco a poco sus alegorías: "En esta línea -escribe Inés- encuentro en sus representaciones elementos tales como cabezas, de las que surge un abigarrado mundo restallante de colorido, ojos espantados, gritos emergiendo de las bocas. En todas se aprecia cierta carga de expresionismo surreal, semejante a un sueño de pesadilla, de formas más deshechas que en su pintura anterior, caracterizadas por líneas expresivas, semejantes a fugas que intentan borrar a otras. Un mundo femenino tormentoso y atormentado, sin paz ni sosiego, de angustia. Sólo a veces deja atrás el desorden, se acerca más a la luz, contemplando la claridad de un mundo menos complicado, donde la figura se encuentra más humanizada" 2.
En efecto, la angustia del creador, simbolizada en el acto de trazar las líneas de un dibujo es para Mery el acto más inquietante del artista. El momento en que su oficio y su imaginación deben coordinarse para hacer nacer un conjunto de líneas que constituyan un perfil o una forma identificables. Justamente lo contrario que le sucede cuando quita materia de un bloque informe. Es como si eliminar lo que le sobra a ese bloque le transmitiera un sosiego, una paz derivada del cumplimiento de un deber perentorio al que le empuja un sentido estético o acaso un impulso inexcusable. Lo importante, sin embargo, es ese impulso, la liberación de la energía, mucho más que el resultado de su acto. La belleza o fealdad quedan entonces en segundo plano, derivándose el bienestar emocional del acto creativo, antes que de las consecuencias de ese acto. Tal vez por eso Mery ha reclamado en ocasiones un necesario equilibrio de los sentidos que permita que coexistan la belleza y la fealdad. "Creo en la belleza de lo feo -asegura-, en una temática revulsiva que, a la vez, sea hermosa como obra artística" 3.
Esa tensión, ese antagonismo entre categorías, lo sitúa Mery dentro de la necesidad personal de hacer obvio lo contradictorio, aportando una dramaturgia irremediable que subyace en toda su obra. Y entiendo la palabra dramaturgia en el sentido que le adjudicó Ephraim Lessing cuando se vio necesitado de unas reglas cercanas a la realidad que alejaran la tragedia y la comedia de la simple ficción. Fernando Herrero, ese gran "crítico" vallisoletano (y digo lo de crítico con mayúsculas, algo tan infrecuente ya en nuestros días) escribía hace muchos años acerca de la "dramaturgia latente de largo alcance" que podía hallarse en la pintura de Mery y añadía acerca de la concepción dramática, conflictiva, de las artes plásticas: "Una concepción del mundo desde el conflicto que es expresada en el color, en el dibujo, el propio contexto de los objetos. He ahí uno de los misterios del arte y de la comunicación entre las diversas formas de la creación, con el hombre como último destinatario" 4.
Mery Maroto lo resume en una frase definitoria: "Todo en el arte está relacionado". La frase es tan cierta como insólita en el mundo actual. Uno de los aspectos más destacados de los sucesivos y aparentemente renovados sistemas educativos es el de la recuperación de la interdisciplinariedad como medio eficaz para relacionar los conocimientos y extraer de ellos un mayor provecho. El asunto, por supuesto, no es nuevo, pero si ahora puede parecérnoslo es porque hemos ido prescindiendo de la sensatez y nos hemos ido alejando de tal modo de la auténtica diana que ya no hay instructor capaz de corregir el ángulo de tiro.
Hubo una época en que Mery percibió la necesidad de expresar lo que sentía con el lenguaje de las palabras: quería escribir, según su propia confesión. Y de hecho escribió. Tal vez seducida por la llamada del teatro y fascinada por la posibilidad de entregar algún secreto a las nuevas generaciones, redactó un sugestivo cuaderno para la Diputación de Valladolid dentro de una colección que dirigió Luis Miravalles. En ese cuaderno, titulado "Escenografía y vestuarios", la nueva académica explicaba claramente su concepto de la dramaturgia traduciéndolo como "creación de una nueva realidad". Y decía: "No es fácil realizar un trabajo totalmente realista de una época determinada. Y además creo que hasta puede perjudicar a la labor creadora. Me explicaré. Un trabajo donde todos los elementos son como fotografías de los trajes, muebles, lugares, copiados hasta el más mínimo detalle de la realidad de una época, tiene el peligro de que el resultado final sea más arqueológico que artístico; porque no se trata de reproducir un mundo sino de crearlo. Lo mejor es recordar las formas para después quedarnos con la esencia de ellas y jugar con libertad" 5.
Hoy, cumpliendo con la normativa de esta institución, la nueva académica entrega dos obras suyas que constituyen por sí mismas un verdadero discurso de entrada, al que ha añadido hace unos instantes algunos apuntes redactados desde la emoción y el afecto. El óleo titulado "Mujer que espera" podría contener para el espectador un mensaje tan sugerente como podrían serlo unas líneas de escritura para un grafólogo: una mujer, en el centro descentrado del lienzo, espera en actitud tensa, su mano derecha abarcando y sujetando los dedos de la izquierda con cierta rigidez y una angustia controlada. A su lado, una maleta cuyo contenido es tan personal como desconocido. Suponemos que en ella irán todos aquellos efectos que darían carácter y añadirían rasgos a la personalidad de esa mujer que espera. La autora no los desvela: la maleta es siempre un objeto que sugiere cambios, que augura movimiento, que delata necesidad de avanzar, de progresar, pero está enigmáticamente cerrada. Al fondo, la figura se relaciona con su propio paisaje, hecho de ramas gruesas y troncos de árboles grises sobre los que estallan luces y colores que parecen emanar de la misma paleta que planeó la figura. De este modo, persona, personalidad y fondo con paisaje se integran en un retrato de la vida, recuerdo e imagen de tantas existencias que esperan en digna actitud, con el único acompañamiento de su memoria y sus ilusiones contenidos en el equipaje, a que algo suceda y desbarate esa perfecta e instantánea composición que nunca podrá volver a tener el mismo resultado.
Crear es siempre difícil, desde luego, es duro y angustioso pero también es una invitación única a un viaje por las formas y el espacio que Mery Maroto realiza con elegante equilibrio, con riqueza de matices, con esa perfecta ejecución que refleja un momento rico y meditado.
Reflexiva, sonriente, escueta en sus palabras y en sus expresiones, Mery en realidad nos habla con su actitud y con sus manos; manos que parecen trazar líneas imaginarias y silenciosas en el aire, del mismo modo que los cabellos de sus figuras se agitan sugiriendo un movimiento que se graba en el soporte elegido con la misma convicción con que los maestros canteros, en épocas pretéritas, dejaban impresa su marca en los sillares de una catedral. Con la misma fortaleza inconsciente con la que el árbol penetraba en el humus para que sus raíces profundizaran en la tierra. Muchas religiones antiguas hicieron del bosque un lugar lleno de misterios y propicio para el culto: enigmas, miedos y ensueños se encerraron en él con arcana insistencia. Quien se adentraba en el bosque se exponía a descubrir los secretos de la vida con todas sus consecuencias. El secreto de los árboles era tal vez permanecer callados para no recordar aquella edad en que personas y árboles fueron una misma cosa. "Todo es silencio", tituló Mery uno de sus lienzos en el que María Aurora Viloria descubría unos árboles perdidos en el asfalto, tal vez restos arcaicos de esa memoria profunda, de aquel tiempo perdido que la artista idealizó como si fuese una parte más de su misma existencia."