Joaquín Díaz



TEXTO PARA LA FUNDACION VILLALAR

Libro para colegios de la Fundación Villalar

27-04-2010



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Desde hace unos años, no sé si muchos o pocos, hay una obsesión en la sociedad por proteger a los jóvenes desde edades muy tempranas evitándoles cualquier contratiempo y creando a su alrededor una especie de cápsula que les aísla de la realidad o que les crea otra más cómoda y más individualista. Esa protección, a mi juicio errónea, que afecta al esfuerzo, al trabajo bien hecho, al perfeccionamiento individual y colectivo, ha ido confinando la creatividad a unas burbujas incomunicadas, transformando además el aprendizaje y la evolución personal en una carga sin sentido, pesada e inútil. Tampoco insistiré demasiado en esa laxitud social que se ríe de la excelencia y ensalza sólo a quien ha obtenido más beneficio en menos tiempo sin importarle los medios. Ni es nuevo el problema ni dejará de existir nunca: recordemos aquel “Florebat olim studium”, uno de los Carmina Burana, que hace más de siete siglos denunciaba una situación similar: “En otro tiempo florecían los estudios, hoy todo es ociosidad. En otro tiempo florecía la ciencia, hoy prevalecen las diversiones. La picardía es ya algo precoz en los niños, pues, llevados de su falta de voluntad, aborrecen la sabiduría. En los siglos pasados no se daban descanso en los estudios hasta llegar a los noventa años; pero ahora a los diez arrojan el yugo y se las dan de sabios. El ciego arrastra al ciego; pájaros sin pluma se echan a volar; siendo pequeños asnos se ponen a tocar un instrumento de cuerda; saltan en la clase como becerros y atacan a los pregoneros con la esteva del arado”.
Es posible que tanto en el siglo XIII como ahora mismo hayamos perdido el significado de las cosas, hayamos olvidado para qué se usa una esteva o qué se puede obtener con ella, pero probablemente (entonces como hoy) es necesario un renacimiento que plante cara a la desidia y restablezca el criterio sólido por encima de la simple opinión. Y han de ser las nuevas generaciones las que reaccionen.
Afortunadamente, la vida no es sólo eso. Lo mejor de la historia de los individuos no queda escrito en los manuales al uso ni se deja atrapar por normativas fijadas por la rutina. Quien no dé rienda suelta a su curiosidad mal podrá penetrar el sentido de la existencia. He insistido en muchas ocasiones en que hay que estudiar siempre el texto y el contexto de las expresiones humanas. De ese modo sabremos situar en su correcto lugar la duda y la solución: “Siempre estamos usando una pedagogía de la respuesta –decía Paulo Freire-. Los profesores contestan a preguntas que los estudiantes no han hecho”.
Conviene, por tanto, replantearse la forma en que el patrimonio tradicional pueda llegar a los niños de hoy, mostrándolo como una parte de un tesoro, pero nunca, desde luego, como algo anticuado o ajeno a su vida; como algo lejano y desvinculado de su entorno: como una especie de segunda educación contrapuesta a la moderna, a la de hoy en día. Adquiriría así la cultura un doble carácter, una doble intención que en realidad no tiene ni debe tener. El lenguaje con todas sus formas de expresión, los ritos, las costumbres y, sobre todo, ese modo de afrontar la existencia sin hacer tabla rasa del pasado y procurando respetar lo precedente como legado precioso de nuestros antepasados, debe servirnos para el presente e integrarse sin problemas en una educación plural. Y ese es el modo en que pretendemos –desde nuestra experiencia en el contacto con profesores y alumnos- ofrecer estos conocimientos a los niños de hoy. Agradecemos a la Fundación Villalar la oportunidad que nos ofrece de estar presentes, una vez más, en el ámbito educativo, pero en este caso dirigiéndonos a un público de edades concretas y desde un medio y un soporte determinados.