Joaquín Díaz

POESÍA NECESARIA CON SU MÚSICA


POESÍA NECESARIA CON SU MÚSICA

Presentación del CD

18-03-2003



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La historia de la España del siglo XX, cuando apenas hemos entrado en el siglo XXI, parece inabarcable. Nadie podría condensar en palabras los sentimientos, pasiones, sufrimientos e ilusiones de quienes vivieron y murieron en aquellos años. Algunos poetas y músicos, testigos vitales de esa centuria agitada, fueron ofreciendo su particular mirada, su interpretación casi siempre angustiada del entorno. Aunque esa interpretación y las soluciones aportadas fuesen diversas, a todos les unía la misma ansiedad por transformar la realidad, la misma voluntad de lucha contra la injusticia arbitraria o contra la opresión insensata. Superada con dificultad y mucho dolor una guerra civil, algunas voces comenzaron a sugerir y aportar nuevos lenguajes. Los primeros nombres se fueron haciendo familiares en las reuniones con gusto a lo prohibido: Chicho Sánchez Ferlosio, Raimon, Jose Antonio Labordeta...Después vinieron otros que abrieron los salones recónditos a un público cada vez más numeroso: Paco Ibáñez, Luis Eduardo Aute, Joan Manuel Serrat...En todos había una similar rebelión contra el ambiente, social y culturalmente insostenible; en todos, la búsqueda de una identidad que diese sentido a tantas existencias agobiadas por la escasez de horizontes, la monotonía y el silencio. En todos, también, el mismo deseo de utilizar la poesía y la música como antídoto contra el veneno de los odios sin remedio. En esos nombres y en otros que después vinieron se vio reflejada una sociedad mayoritaria que hablaba por sus bocas, que se emocionaba o se enardecía al escuchar palabras cuyo sentido hubiese variado si se hubiesen pronunciado en otro país y en otras circunstancias, pero cuyo fondo quería ser universal y duradero. Probablemente esos artistas no ofrecían nada nuevo, pero su reflexión, su postura al abrir la ventana para mirar afuera, su actitud honesta y convencida fue semilla que cayó en buen terreno. Las cosechas no duran para siempre; sirven para alimentar o para producir nueva simiente y eso mismo fue lo que sucedió. Otras generaciones aprendieron en aquellos cancioneros a amar y a criticar; a dar y a exigir.

Creo, sin embargo, que merece la pena mencionar un fenómeno más que sirvió –de aglutinante a veces, a veces de soporte- a tantas voluntades: el deseo de compartir, de comunicar todo lo que estaba pasando. Ya fuese de viva voz, ya a través de un invento relativamente nuevo y en evolución, el disco, cuyas cualidades mejoraban y se ampliaban a la luz de nuevas técnicas, esa generación que se alzó con la herencia difícil de transformar lo prosaico, se caracterizó por la solidaridad y el espíritu comunicativo.

En un intento seguramente insuficiente de resumir, dejaré reducidas a tres las cualidades que, al cabo de los años y las circunstancias, me parecen más singularizantes y ejemplares de aquellas personas y de aquella época en la que todos nos sentimos un poco protagonistas, dueños de nuestras actitudes y conscientes del papel que debíamos jugar en la sociedad:

1. Nuestra generación fue beligerante pero comprensiva; es decir, luchó por determinadas causas, aun sabiendo que eran causas perdidas, y creyó en ellas. A veces incurriendo voluntaria y pertinazmente en la ingenuidad.
2. Esa generación dio muchos tipos solitarios pero solidarios; a pesar de que las tendencias sociales comenzaban ya a inclinar a muchas personas hacia el individualismo, la palabra solidaridad fue una bandera bajo la cual nos refugiamos confortablemente.
3. Muchas ideologías del pasado confluyeron en ese siglo y en esos años creando un tipo de individuo tan entusiasta como desesperado. Frente a los avances tecnológicos que proporcionaban bienestar, los más inquietos de esa generación soportaron crisis de angustia existencial.

El disco que ahora presentamos ha tratado de aunar voluntades y tendencias dispersas en el tiempo y en el espacio. Creo que el resultado final es brillante y que cabría hacer otro disco con material y personas distintas que volvería a ser brillante porque detrás de la época elegida y sus protagonistas hay mucha fuerza escondida que, como un molino, trituró dificultades y generó luz para varias generaciones más.
Todo esto y lo que cada uno quiera o pueda aportar de su propia emoción o de su recuerdo, va implícito en esta antología para uso y alivio de caminantes.
Sólo me queda agradecer a la Diputación de Valladolid la posibilidad de haber hecho este disco y a todos los que han participado en él su aportación artística y su generosidad. Muchos de esos artistas, técnicos y colaboradores nos acompañan hoy –gracias por el esfuerzo de venir, algunos desde tan lejos- y a otros les gustaría haber estado y se disculpan pero se encuentran trabajando fuera de España (Paco Ibáñez, Alberto Cortez, Ismael Serrano). Creo que las circunstancias por las que atraviesa el mundo no permiten el lujo de tomarse vacaciones. La palabra y la música deberían ser los únicos peces que surcasen las espaldas del mar de puerto a puerto; los ángeles atroces no deberían volver a salir de las páginas de los libros sagrados que cuentan los horribles errores del pasado. Esta palabra y esta música tal vez no estén de moda, porque no cuentan lo que se quiere oir. Cuando el escritor Herman Hesse escribió su “carta a la juventud alemana” después de una guerra terrible, justificó así la aparente insuficiencia de su mensaje: “El que está ante vosotros no es un orador popular, ni un soldado, ni un rey... es un viejo ermitaño, un bromista, el inventor de la última risa, el inventor de tantas tristezas últimas. De mí no aprenderéis cómo se gobiernan los pueblos, ni cómo se reparan las derrotas. No puedo enseñaros cómo se dirigen las masas ni cómo se aplacan los hambrientos. Esas no son mis artes.”
Nuestras artes, digo yo también, son otras y suelen alimentarse allí donde habitan el olvido, la instisfacción o el desasosiego. Por eso nuestra voz, por más que sólo alcance el ámbito de un disco o sus oyentes, vuelve a ser necesaria.