Joaquín Díaz

LAS CANCIONES DE FEDERICO MORETTI


LAS CANCIONES DE FEDERICO MORETTI

Para el CD del músico

24-02-2009



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Hace ya muchos años cayó en mis manos un curioso documento que es tal vez el origen de esta grabación. Un amigo había encontrado en el sobrado de una casa en ruinas un libro de Ovidio, salido de la imprenta de los jesuitas de Villagarcía de Campos, cuya cubierta de pergamino escondía -probablemente para darle algo de volumen- unos papeles (algo así como un cuadernillo) con anotaciones musicales. Revisando esas partituras, todas de la misma época (entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX), reparé en una de las canciones pues era la única que añadía a los ritmos de moda el nombre de su autor. Con seguridad las partituras habían servido de repertorio a un violinista cuyas preferencias estaban en la órbita de lo “popular”. Ya sé que escribir ahora “popular” es sin duda diferente a hacerlo en la época de que estamos hablando, pero hay que reconocer que el uso de esas canciones, aunque fuesen de autor conocido -o precisamente por ello-, había sido muy frecuente y habría servido posiblemente para reunir y hacer bailar a mucha gente en algún salón de baile de Tierra de Campos, lo cual le confería sin más discusión el título de popular. La canción que traía apellido se titulaba “Vallss de Moretti”. No es el momento de ponernos a hacer la historia del vals ni de dilucidar si es acaso más antigua la variante vienesa que la francesa, pero lo evidente es que el baile estaba poniéndose de moda en ese momento en España porque buena parte de las canciones del susodicho cuadernillo eran valses y -aunque se percibe que aún no estaba “fijada” definitivamente la grafía, puesto que el copista escribió balses, valses y vallsses- por lo que se ve ya eran bailes muy aceptados. El vals había hecho furor en París desde 1797 lo cual, unido a la idea de que su práctica era un tanto pecaminosa, provocó tratados condenatorios como el de Salomon J. Wolf titulado Prueba del hecho de que el vals es la causa principal de la debilidad del cuerpo y del alma de nuestra generación: expresamente recomendado a los hombres y las mujeres de Alemania.
Por lo demás, Moretti no era un desconocido para mí –tenía en la biblioteca un ejemplar facsimilar de su Gramática razonada musical, conocía sus Principios para tocar la guitarra de seis órdenes y había consultado brevemente la reedición inglesa de sus “Doce canciones” a cargo de Brian Jeffery (1977). Sin embargo jamás se me había ocurrido acercarme a alguna de sus canciones y mucho menos cantarla. Esa reticencia se debía, sin duda, al hecho de que su música estaba –al menos en apariencia- en una órbita distinta a aquella en la que me movía habitualmente, que era la de la música de tradición oral o como mucho la música popular transcrita en cancioneros por recopiladores de los siglos XIX y XX. Algunas noticias aparecidas en textos de Celsa Alonso y Javier Suárez Pajares (con quien estuve a punto de contar para esta grabación si no hubiese sido por mi impaciencia), acerca de la popularización de partituras y canciones de Moretti en todo el ámbito nacional, me animaron finalmente a buscar en serio su música y a estudiar su vida. Los datos esporádicos y aislados que nos han llegado sobre su existencia nos hablan de un Moretti bipolar: militar y músico. Me atrevería a añadir que se tomó la primera actividad como un oficio y ejerció la segunda con pasión. Pese a alguna apreciación de Jeffery en la que parece desconfiar de la sinceridad del músico a la hora de manifestar sus sentimientos por medio de sus canciones (“It gives the overall impression of cynicisme rather than a passion”) prefiero pensar que el halo de pesimismo que envuelve algunos de sus textos y la patente desconfianza que muestra hacia el amor son producto de la época tanto como de sus propias experiencias, lo que descarta un fingimiento en sus reacciones y nos conduce más bien al uso de unas formas de expresión en las que el propio artificio era la causa de malos entendidos y de dramáticos distanciamientos. En cualquier caso, me quedo con la idea, que se desprende de las opiniones de sus contemporáeos, de que Moretti era un apasionado y de que quien padece por la música bien puede hacerlo por muchas otras razones, entre las que (y de ello habría más muestras de las que podrían caber en todos los libros del mundo) el amor es una de las más frecuentes y poderosas.
En fin, puesto tras la pista de la música de Moretti y gracias a los buenos oficios de Mª Carmen Bravo Peláez y de Teresa Pérez Daniel que me allegaron manuscritos y partituras de la Biblioteca del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid y de la Biblioteca Nacional respectivamente, me puse a revisar las casi dos docenas de muestras de las que, con el criterio del gusto propio, descarté unas diez. Tuve muchas dudas pero no fueron sobre las canciones sino más bien sobre la vigencia de las teorías que tanto me preocuparon en otras épocas acerca de la música artística (lo que los alemanes llamaron kunstlied) y la música popular (volkslied). Moretti despejaba en un instante y con una sola canción (“Las habas verdes”) cualquier dilema que se nos pudiera plantear sobre la calidad artística del autor popular –es decir del que ha sido capaz de captar el “estilo” popular- pero también sobre la posibilidad de influencia recíproca entre la literatura y la oratura, como diría mi buen amigo Juan José Prat Ferrer. Los textos de Moretti nos descubren las preocupaciones del artista de su tiempo, demasiado abrumado por sus propios sentimientos como para darse cuenta de que la sociedad, el mundo, la política y tantas otras cosas estaban cambiando. Andrés Ruiz Tarazona escribe en la ajustadísima y esclarecedora semblanza de Moretti que hace para este CD, que la época es también la de Goya, como lo es sin duda la de otros músicos italianos como Boccherini que viven en España pero admiran y comprenden la música del país –incluso la popular- a despecho de la preponderancia del género operístico. Estoy seguro de que la influencia de Moretti sobre otros músicos españoles de su entorno se hizo notar en la evolución del repertorio de salón y que su popularidad llenó una época difícil que daría paso a un nacionalismo musical cuyas consecuencias todavía hemos llegado a conocer.
Agradezco a todas las personas que han contribuido con su ayuda y consejo a la realización de esta grabación y, en particular, a los músicos que han colaborado, sin cuyo concurso todo habría sido más difícil.