02-08-2001
Tonadilla. Pieza músico literaria en un acto, para ser cantada en el teatro por uno o varios intérpretes con acompañamiento de guitarra o de pequeña orquesta; de asunto popular, tuvo en la segunda mitad del siglo XVIII su mayor esplendor, sirviendo de contrapeso a la gran influencia que ejerció sobre la escena española, la música extranjera, en particular la italiana.
La palabra tonadilla proviene de tonada y ésta, a su vez, de ton o tono; durante más de dos siglos se aplicó a un tipo de canción -más bien a su aire o melodía- popular, religiosa o teatral pero corta y sin naturaleza dramática; en realidad a comienzos del siglo XVIII no se diferenciaba demasiado de la jácara (son de carácter popular muy apropiado para ser entonado a la guitarra) con la que convivió durante algún tiempo. Primero se denominaba tonadilla al número breve que se cantaba al inicio de una función teatral o dentro de ella; más tarde a la música que se utilizaba para bailar en el escenario y finalmente a la letra y música que se interpretaba al acabar los sainetes y entremeses o en el intermedio de las comedias. Poco a poco esas piececillas cortas y populares fueron ampliando su duración y tratando asuntos distintos a los de las obras mayores entre las cuales se insertaban, con lo que comenzaron a tener un carácter propio y a ser atendidas con más interés por autores e intérpretes llegando a convertirse en un género de amplísima aceptación. Fueron compositores y actores quienes, efectivamente, consiguieron encumbrar la tonadilla al lugar preferente que ocupó en los gustos de las más variadas audiencias, desde la nobleza al pueblo llano, ayudando también a su difusión, sin duda, los copleros ambulantes -especialmente ciegos- que, dado el general aplauso de que gozaba el tema, comenzaron a publicarlo en pliegos, llegando a solicitar licencia para imprimir y difundir por provincias tales piezas a través del Correo de los ciegos, derecho que les fue denegado. La naturaleza popular y satírica que caracterizó a la tonadilla desde su irrupción como género, es considerada por algunos de sus estudiosos como un despertar nacionalista frente a la agobiante tiranía de formas y estilos foráneos; esa reacción, más del pueblo que de los autores, estimuló sin embargo el ingenio e interés de éstos dando origen a obras de cierta entidad con episodios hablados e intervención de la práctica totalidad de la compañía, llegando a durar en ocasiones casi treinta minutos. Uno de los más celebrados autores de tonadilla, Blas Laserna, declara en un Memorial que el tipo más común de composición tiene tres partes, "Introducción, copla y seguidillas", modelo que siguen casi todas las piezas del género durante su época de auge; las excepciones se reducen a tonadillas cortas cercanas al juguete lírico, tonadillas largas al estilo de las óperas cómicas y tonadillas mixtas (de miscelánea, de "pasos" sin enlace entre sí, de "piezas" con argumento propio y diferente, etc). Los autores, con sospechosa frecuencia, se mostraron partidarios de no firmar sus obras, de hacerlo con apellidos que no eran exactamente los suyos o de atribuir la paternidad de lo creado al propio intérprete, lo cual evidencia un cierto temor, no sólo al censor de los teatros, sino a una respuesta negativa del público que daría al traste con el poco o mucho prestigio adquirido como letristas y músicos. Sin embargo, dentro de la simbiosis autor-intérprete-público que requería la puesta en escena de la tonadilla, quien soportaba más las consecuencias -tanto del éxito como del fracaso- era el actor, que tan pronto recibía el calor popular como sufría una grita enfurecida; el ámbito en el que se vertían estas obras daba oportunidad a la audiencia para que "participara" de forma espontánea. Así, ese particular apasionamiento que en ocasiones acompaña el temperamento del español, se concretaba en distintos bandos o formaciones (irreconciliables y que otorgaban su favor a una u otra tonadillera) apodados "chorizos", "polacos" y "panduros", adscritos a los coliseos de la Cruz, del Príncipe y de los Caños, donde tenían lugar las representaciones. No eran ajenos a este fervor los argumentos de tono costumbrista presentados o los personajes que intervenían en ellos, pues las profesiones más populares (abates, caleseros o carreteros, memorialistas, soldados, barberos), los caracteres de moda (petimetres, majos, tunos, payos) o los retratos gentilicios (gitanos, negros, moros, franceses, italianos) provocaban con frecuencia entusiasmos o fobias alejados de la reflexión. En cualquier caso, las épocas de mayor esplendor del género trajeron una cierta tranquilidad a los músicos de profesión, pues además del favor esporádico otorgado por la nobleza a sus composiciones, recibían la recompensa adicional de la autorización para organizar funciones en su propio beneficio, amén de los cargos que podían ocupar en las compañías como ejecutantes de algún instrumento, compositores, copiantes, maestros de coro, etc. La orden del Conde de Aranda permitiendo sacar la música de entre los bastidores y el hecho de que la tonadilla adquiriera otros vuelos -siendo sustituídas la guitarra o el arpa de acompañamiento por una formación orquestal- proporcionaron trabajo a muchos músicos y sacaron circunstancialmente de la pobreza a algunos que sólo podían mantenerse de clases particulares mal pagadas.
En lo que respecta a su forma poética ya hemos dicho que copias (de ocho y seis sílabas) y seguidillas (de siete y cinco), con abundantes irregularidades, caracterizan al género que, en lo musical, ofrece una clara y determinante raíz hispánica cuyos rasgos, amedida que pasa el tiempo, van degradándose y confundiéndose, primero con aires italianos y posteriormente franceses, hasta quedar diluida la propia índole. No obstante, el uso de instrumentos populares -además de los habituales de la orquesta (violines, oboes, violoncellos, contrabajo, trompa, fagot, clave, etc.)- para dar un toque rústico, pastoril o de extracción "villana" (recuérdense esas zampoñas, dulzainas, yerros, tablillas, gaitas gallegas, panderos, sonajas, etc.), unido al carácter de las melodías y ritmos, concedió a las coplas y seguidillas del género un acento "nacional" que hace hablar a Don Preciso (Colección) de "genio español", y le empuja a denostar a los compositores que, siguiendo el "gusto músico del día" se pasan a la "confusa algarabía" de los italianos o abrazan la música francesa, incapaz de "mover los afectos".
Libretistas como Pedro Rodríguez, Sebastián Vázquez, Ramón de la Cruz, Luciano Comella y Tomás Iriarte, unidos a músicos (ocasionalmente letristas también, para abaratar las funciones) como Antonio Guerrero, Luis Misón, Jacinto Valledor, Blas Laserna, Galván, Palomino, Pla y Rosales produjeron tonadillas para actores y actrices versátiles y completos de la talla de María Ladvenant, Teresa Garrido, Mariana Alcázar, Miguel Garrido, María Antonia Fernández "La Caramba", Tadeo Palomino, Mariana Raboso, María del Rosario Fernández "La Tirana" o Lorenza Correa, quienes las interpretaron "a solo" o "a dos", "a tres", "a cuatro" y más voces.
Acaso entre las etapas señaladas por José Subirá (Tonadilla) en su espléndido estudio (fue él quien acuñó el término "escénica" para aplicarlo a la tonadilla teatral), como más características del género -1.Aparición y albores (1751-1757), 2.Crecimiento y juventud (1757-1770), 3.Madurez y apogeo (1771-1790), 4.Hipertrofia y decrepitud (1791-1810) y 5.Ocaso y olvido-, sea esta última la menos concreta, pues, si bien es cierto que tras la Guerra de la Independencia la tonadilla se desvanece como género teatral, vuelve a encarnar en algunos intérpretes (creadores y comunicadores individuales de un estereotipo nacional) quienes mantienen, a veces excesivamente condicionados por circunstancias sociales o políticas, ese "fondo diferenciador" que distinguió -aunque fuese de una forma harto elemental y simplificada- lo "español" de lo que no lo era. De este modo, apoyada en géneros de más enjundia como la Zarzuela y compitiendo con estilos llegados de fuera de nuestras fronteras como el cuplé, la tonadilla sobrevive hasta nuestros días recuperando su sentido original, es decir, convertida de nuevo en canción suelta representativa de lo hispánico, si bien reducidas esas "esencias nacionales" a lo andaluz y contaminadas en buena medida por otras formas musicales como el flamenco.
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