Joaquín Díaz

UN GRITO SINGULAR


UN GRITO SINGULAR

Los gritos para vender en la calle

31-05-2007



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Desde que en el siglo XVI el individuo empieza a ser protagonista de la historia y de su expresión a través del retrato, innumerables artistas –pintores y grabadores principalmente- dedican su atención a la figura humana pero también a los ámbitos en los que aquel mismo individuo vive y se relaciona. Las primeras colecciones de grabados en los que aparecen vendedores ambulantes surgen precisamente en el límite entre los siglos XV y XVI, y representan oficios en los que se presume una obligada relación entre quien comercia o trata y un público comprador. Justamente por esa necesidad de comunicación, quienes dibujan o retratan al vendedor suelen hacerlo en actitud de marchar –lo que parece transmitir la idea de esa imprescindible trashumancia de su negocio- o voceando la mercancía –con una mano haciendo de pantalla para que su pregón llegara más lejos o fuera mejor dirigido-, unas veces en solitario y otras rodeado de expectantes espectadores cuyos ojos parecen sustituir a los oidos por lo abiertos que están y la fijeza que manifiestan al observar al artista de la comunicación. La invención de la fotografía, lejos de apartarse de estos modelos –cuyos autores suelen advertir en el título que son “tomados del natural”-, viene a contribuir a mejorarlos, retratando el “paisaje” en el que desarrollan su actividad, que suele ser la calle, un mercado o una fiesta ritual. Hay algo, sin embargo, que desaparece en ese tránsito entre la representación pictórica y la instantánea fotográfica, y ese algo es el pie con el que, ya desde el siglo XVI, suelen complementar la imagen los grabadores o editores. Ese pie trata, en una o dos líneas, de completar la ilustración con la traducción literal de un sonido cuyos ecos parecen reflejarse en la prolongación de algunas vocales del grito, en las interjecciones que abren y cierran las frases seleccionadas, en la transcripción de ese pregón familiar que sugiere el ámbito sonoro o parece subrayar de él lo que interesa. Todo eso, como digo, desaparece al llegar la fotografía cuyo lema parece ser el conocido dicho “una imagen vale más que mil palabras”. Es curioso, sin embargo, que en los orígenes mismos de las imágenes renacentistas que inauguran la galería de retratos de vendedores ambulantes, ya hubiese un músico, Clèment Janequin, que compuso una canción –Voulez ouyr les cris de Paris?- en la que trataba de reproducir las llamadas de atención de los mercaderes callejeros en la capital de Francia. Tenía que ser un músico quien sintiese curiosidad por las cantinelas de los vendedores y las transcribiese –con adiciones personales- a papel pautado. Tales cantinelas respondían a unas formas muy decantadas por el uso y muy pulidas, que a todas luces resultaban altamente eficaces, desde los recursos tradicionales del pregón escueto hasta la improvisación calculada del charlatán. Del mismo modo que el ciego llamaba la atención de sus potenciales clientes con una serie de fórmulas melódicas altisonantes, así los vendedores callejeros echaban mano de proclamas sonoras en las que el ritmo, la entonación, el volumen y lógicamente el mensaje, contribuían a la identificación del producto y del vendedor. Había, pues, en ese pregón, varios elementos que interesaba comunicar: en primer lugar, si es que no quedaba suficientemente claro con la presencia física, qué se vendía; en segundo lugar, las cualidades del producto y por último las características concretas que lo hacían deseable y adquirible, como por ejemplo la procedencia o la frescura. Todos estos extremos y otros pueden comprobarse en las sucesivas descripciones literarias y plásticas que un oportuno aunque esporádico costumbrismo rescató del pintoresquismo banal para alzarse como pilar de un verdadero estudio de tipos populares. Uno puede viajar desde Lope o Quevedo hasta Antonio Flores, pero también desde Juan de la Cruz Cano hasta Eduardo Vicente, y completar el recuerdo personal o la imagen infantil de aquellas calles bulliciosas, con trazos artísticos o literarios que abarcan desde la Edad Media hasta el momento en que nuestra mentalidad –es decir, el conjunto de vivencias y conocimientos que transmitían sentido e identidad a nuestra vida- comienza a tambalearse bajo el peso de una moderna y aséptica visión del mundo y de sus habitantes. Marcel Jousse comparaba el papel de la memoria en el universo intelectual con el principio de la gravedad en el universo físico. Probablemente al individuo de nuestros días, que ya compra por internet y que sólo por curiosidad o snobismo se acerca a los mercados –de donde, por cierto, han desaparecido las balanzas, los cestos, los gritos y el trato físico- estas imágenes le resulten tan ajenas como la cultura que representan, pero nada de lo que acontece en el campo de la tradición es superficial ni mucho menos superfluo. Las leyes antropológicas del lenguaje –esas que unen la palabra a la acción, que identifican la voz con el gesto- sirven para marcar el camino del acercamiento entre individuos y para facilitar su comunicación, de modo que la pretensión de eliminar gratuitamente alguno de sus códigos puede provocar el desequilibrio vaticinado ya por el jesuita francés hace casi un siglo. Aunque las fotografías expuestas no sean un documento nuevo, en el sentido antropológico, aportan esa posibilidad de participación visual e interpretativa en algo que fue y ya no es, no sólo en su conjunto cultural sino en su realidad química. Ningún invento conseguiría reunir de nuevo a estos personajes que aparecen en las instantáneas, ni lo que representan (es lo que Roland Barthes llamaba el “temps écrasé”), pero nuestra imaginación –hayamos participado o no de la época y de sus consecuencias- nos dará pautas para nuevas e interesantes lecturas personales.


Joaquin Diaz

Bibliografía
Roland Barthes: La Chambre claire. Note sur la Photographie. Paris, Seuil, 1980
Carmen Bravo Villasante: “Pregones callejeros”. En Revista de Folklore Tomo I, Valladolid, Caja de Ahorros Popular, 1981
Antonio Flores: Ayer, hoy y mañana o la fe, el vapor y la electricidad. Barcelona, Montaner y Simón, 1893
Miguel Gamborino: Los gritos de Madrid, 1817. Calcografía Nacional
1950
Marcellus Laroon: The cryes of the City of London drawne after the life. London, Pierce Tempest, 1687
Les cris de Paris. 18 xilografías (c. 1500), Bibliothèque nationale de France (Bibliothèque de l`Arsenal).
Eduardo Vicente: Tipos de la calle. Madrid, Afrodisio Aguado,