Joaquín Díaz

LOS BAILES EN VALLADOLID


LOS BAILES EN VALLADOLID

Noticias sobre bailes en diarios vallisoletanos

05-04-2006



-.-

No es extraño que, visto lo visto y dada la complicación de las danzas y los muchos bailes que se necesitaban conocer para llenar tantas horas, hubiese maestros y academias encargadas de impartir enseñanzas para comportarse en tales reuniones como correspondía. Serafín García, ya lo hemos visto, enseñaba a bailar temas como el galop o «los lanceros». El primero era un baile de origen húngaro cuyo movimiento imitaba el galope de un caballo y se hacía en dos tiempos. Acerca de los «lanceros» dice Curt Sachs que ya el maestro de danza Hart publicó un tratado titulado Les lanciers. A second set of quadrillas for the piano fore donde se describe la forma de danzarlo. Parece que incluso anteriormente, hacia 1817, ya se bailaba en Dublín. Tiene 5 vueltas: La dorset en 6/8, Victoría en 2/4, Les moulinets en 6/8, Les visites en 6/8 y Les lanciers en 4/4. Otros autores opinan que fue el maestro de danza francés Laborde quien lo créó en 1856 y que al año siguiente fue llevado a Alemania por el ballet prusiano de la corte.

Algo se ha hablado de los salones habilitados para baile; incluso se llegó a instalar una carpa en la explanada de San Benito con ambigú y todo incorporado. La gente de las clases populares, sin embargo, frecuentaba el salón de las Moreras (llamado «Delicias del Pisuerga») o los llamados «bailes de candil», también en interior de casas de las afueras. Estos bailes podían ser peligrosos, como se deduce de la noticia publicada el 4 de julio de 1871: «Al exigir el dulzainero de Fuera el Puente la cuota de costumbre a una de las muchachas que parece no hizo más que empezar a bailar, se armó un altercado entre aquél y un defensor de la dicha bailarina del que resultó herido éste y conducido al hospital, poniendo a disposición de la autoridad al agresor». Por la noticia, parece que el director del baile era el dulzainero y que exigía un tanto por pieza bailada al no existir una empresa que le contratara y que, por tanto, abonara sus servicios. A veces, hasta el juego de pelota de la calle Luis Rojo se convertía en improvisado salón de danza; todo menos que la alegre juventud asistiera a los bailes al aire libre o a los de candil cuyo final «no suele acabar con la misma armonía que empieza». En realidad, por lo que parece, era raro el baile popular que no concluía con escándalo de algún tipo.

El motivo para organizar todos estos saraos era diverso; El santo de un vecino, el santo de la parroquia... Hasta un «matrimonio civil» nos describe un cronista bajo las iniciales M. A. en el Norte de Castilla: «Reunidos ya todos los convidados, la orquesta, que se componía de un guitarrillo, un serpentón y dos flautas, preludió la introducción de un vals que tuvimos que romper mi amigo y yo a ruego de la reunión, aunque de mejor gana hubiese roto la cabeza a aquellos energúmenos... Así como a algunos les toca bailar con la más fea a mí me tocó bailar con una chica más grande que un civil a caballo». Describe la vera efigie de aquel «elemento» y continúa: «Cuando oprimí aquel talle para entregarnos a las vertiginosas vueltas del vals, la «chata», que así la llamaban sus convecinos, se echó sobre mí de tal manera que creí que el mundo se me venía encima. Del modo de bailar que tenía aquella endemoniada no digo más que me hacía envidiar el que se usa en los aristocráticos salones de Variedades. Después del vals vino una habanera que bailé con la novia, chica que sería muy guapa si tuviera una cara más bonita y a la habanera sucedió una polka, siendo mi pareja la mujer del tío Verdugo, cuya señora se tomaba la confianza de apoyar sus inconmesurables pezuñas sobre mis pies, mereciendo yo desde entonces figurar entre los mártires del Japón. Llegada la hora del descanso nos hicieron pasar a una habitación donde se hallaba establecido el ambigú. Las pastas inglesas estaban allí sustituidas por unos mantecados que debieron ser hechos en tiempos de Carlos IV y el rico Jerez y el espumoso Champagne, por un vinillo de Toro y un aguardiente de Chinchón capaz de arrancar de su sitio al obelisco de la Plaza».