18-06-2016
Debo reconocer que el libro del que hoy me toca hablar me ha emocionado. Lo digo evitando a propósito una sensiblería al uso que podría equiparar lágrimas con tristeza o utilizar indiscriminadamente palabras como alegría y exaltación. La emoción, en este caso, se debe simplemente a un sentimiento de afirmación bastante natural: algo parecido al momento en que, en aquellas películas que llenaron tantas horas de nuestra infancia, la bondad prevalecía y se castigaba la iniquidad. No quisiera asustar a Angelines desde el principio calificándole de "buena persona". Recurriré solamente a su inteligencia y preparación para construir un pórtico adecuado a la presentación de este texto que refleja una parte de su pensamiento y en el que se intuye además una vocación incontestable por la música.
Creo que este Música y vida que hoy nos congrega aquí es, en efecto, un libro de conversaciones -así al menos lo han planteado su editor-autor Julio Martínez, que es quien pregunta, y la protagonista de todas las contestaciones, Angelines Porres. Sin embargo a mí me ha sugerido otra cosa, tal vez más cercana a un ejemplario medieval que al consabido catecismo del padre Astete por preguntas y respuestas. Y digo que parece un ejemplario por varias razones: habla de la vida cotidiana, nos sirve de espejo para una correcta conducta personal y termina siendo un relato ameno para entretenimiento de todos. Tal vez sea exagerada en este caso la definición que Jacques Le Goff aplicaba a los ejemplarios medievales cuando escribía que son "relatos breves y dados como verídicos destinados a insertarse en un discurso -generalmente un sermón- para convencer a un auditorio mediante una lección dirigida a la salvación". No sé si la palabra salvación, que Le Goff usaba con un sentido religioso, es decir soteriológico, podría cambiarse aquí por una palabra más cercana a la liberación, esa liberación que se espera nos proporcione alguien en quien confiamos. De ese alguien esperamos asimismo que nos ayude a evitar los riesgos o a salvar las dificultades sin pedirnos nada a cambio. La actitud de ese alguien estaría por tanto más próxima al oficio de socorrista, que nos gana con su heroísmo y su determinación, que al de padre predicador.
Porque habrá que reconocer que todos los casos verídicos contenidos en este libro -casos tomados de la propia vida de Angelines- convencen al lector y lo encaminan por la senda del ejemplo sin necesidad de entrar en el terreno de lo virtuoso o de lo moral. Julio insiste en algunas palabras clave, como generosidad, entrega, esfuerzo, responsabilidad, disponibilidad, que serían desde luego como esos hierros que dan fuerza y cohesión a las estructuras de hormigón impidiendo que se quiebren o que se desmoronen. Pero hay algo más que mueve el ánimo del lector y es probablemente la naturalidad con que la protagonista acepta todos los hechos de su vida y sabe sacar partido de ellos. En la edad media, cercana todavía la latinidad, esa actitud se habría llamado edificante porque ayudaba a construir la propia casa, ese lugar que el ser humano se preparaba para habitar y para que fuese un reflejo de sí mismo. Hoy no sabría cómo denominar a esa actitud admirable, porque parece que se lleva lo feo y lo chocante, aunque pensadores como Umberto Eco justifiquen esa fealdad con la excusa de que probablemente será el signo de grandes transformaciones futuras...
En fin, mientras esas transformaciones llegan me quedo, para definir la actitud vital de Angelines, con la palabra ética, que es algo así como una necesaria guía del comportamiento humano. Vivimos tiempos socialmente convulsos pero si no prevalecen los valores del individuo, estamos perdidos. El hecho de que cada vez menos gente visite los archivos no justifica su desaparición. Y el hecho de que tengamos tanto empeño en que la libertad sea una tabula rasa no significa que nadie pueda escribir sobre ella.
Por eso decía que el texto presentado por Ediciones Fuente de la Fama tiene algo de ejemplario medieval y recurriré a una muestra del siglo XV para ilustrarlo:
El ejemplo primero del libro llamado "Exemplos muy notables" se abre con la frase siguiente: Aquí comiençan unos Exemplos muy notables e de gran edificaçión, especialmente para la persona que haya perdido alguna cosa que mucho amava.
"Cuenta un sabidor que llaman Vinçencio que como el rey Philipo de Francia hoviesse perdido un su primo e pariente que mucho amava, de lo cual hoviesse grand tristeza, vino a él un maestro en teología, e por lo consolar usó de tal exiemplo o fabla:
-Señor rey, como los vuestros cavalleros veniessen a un monte a caça de liebres con muchos canes e aves, las liebres hovieron consejo entre sí que fuessen a la mar e se lançassen e muriessen [en] ella. Y como viniessen a la ribera de la mar, vieron que muchedumbre de atunes fuían, pues eran perseguidos de los pescadores. E llamando a uno dellos preguntáronle por qué fuían, e él dijo que porque eran perseguidos e havían temor de la muerte. E como estoviessen en aquella fabla, vino un çiervo corriendo e muy cansado, al cual preguntaron por qué corría con tanta priessa. E él respondió que porque lo siguían e havía miedo. Entonçe las liebres dixieron: "Grand locura fiziéramos si por miedo de muerte e porque nos perseguían nos lançáramos en la mar, que, segund paresçe, non somos nós las que solamente son corridas e perseguidas, pues esto generalmente es a todas las criaturas".
E, assí, dixo el maestro sobredicho al rey:
-Señor, non hovo comienço la muerte en vuestro linage, nin se acabará en él, pues non hay criatura biva que della non sea ferida e perseguida. Por la cual cosa es sinrazón dolerse mucho el homne e haver grand tristeza si caçando la muerte en el monte de la presente vida tomare alguno de nós, pues que nin fue aquél el primero nin será, como dicho es, el postrimero".
No sé si el proverbio que dice "el sabio sabe callar" es verdaderamente de Salomón o lo tomó el rey sabio del acervo popular. Hace días, asistiendo a la presentación de una novela de esta misma editorial escuché a Antonio Basanta algo similar cuando nos recordaba que el lenguaje tiene palabras para todo menos para lo que no debe tener. Y nos decía que a quien pierde a su cónyuge se le llama viudo o viuda y a quien pierde a su padre se le llama huérfano, pero no hay palabra para aplicar a quien pierde un hijo. La vida, como la música, es un misterio inexplicable y tendremos que reconocer que encontrarse con el misterio no significa comprenderlo ni mucho menos asimilarlo.
Hace muchos años, al descubrir la obra "Las Barricadas misteriosas" de François Couperin pensé que había encontrado una pieza en la que estaba comprendida todo el encanto y el poder de la música. Y sin embargo, cada vez que volvía a escuchar la breve obra tenía una sensación distinta que además tampoco coincidía con las sensaciones que sentían quienes la estaban escuchando conmigo. Después de un concierto de Igor Kipnis en el que interpretó la pieza tuve la suerte de compartir mesa y mantel con el clavecinista y al comentar con él que yo percibía las barricadas como una sucesión de obstáculos que el autor iba salvando al ritmo de un trote de caballería, me miró muy extrañado. Para él las barricadas se traducían simplemente en las progresiones de las sucesivas tonalidades que Couperin invitaba a enlazar haciendo uso por cierto del dedo pulgar. Su mujer Judith hizo énfasis además sobre las enigmáticas paradas que el autor sugería, como quien se prepara mentalmente para elevar su cuerpo gracias a un salto. Y sin embargo años después escuché a Scott Ross asegurar que a él le recordaba un tren avanzando...(escuchar)
En fin, la música y la vida, vuelvo a repetir, son un misterio pero habitualmente los silencios, los ritardandos y las síncopas las hemos de colocar nosotros para que ambas -música y vida- tengan sentido, y hay que reconocer que Angelines lo ha hecho y lo hace siempre con maestría. Lo cual no obsta para que sus recuerdos nutran los nuestros con situaciones, lugares y personajes que a quienes tenemos ya algunos años nos resultan tan familiares y cercanos. Don Julián García Blanco, Mariano de las Heras, María Luisa Velasco. El colegio de Huérfanas Nobles. El Conservatorio al que aquel músico inefable y divertido que se llamaba Andrés Herguedas bautizó como el Observatorio de la Música, probablemente porque estaba situado muy cerca de su tienda y podía observar las salidas y entradas de alumnos y profesores desde una atalaya privilegiada...
Voy terminando. Estas conversaciones, este Música y Vida no defraudará a quien lo lea porque está elaborado con cariño y naturalidad por quienes son sus autores que transmiten con la misma confianza el entusiasmo y la prudencia, sabedores ambos de que su concurso es necesario para salvar adecuadamente esas barricadas misteriosas que aparecen a veces en nuestra existencia.