21-03-2002
Con todas las reservas que cualquier hipótesis lingüística pueda suscitar -sobre todo cuando la etimología nos remonta a términos prerromanos- cabría suponer que la palabra URUEÑA está compuesta por dos sufijos de muy antiguo origen. El primero sería UR, con el significado de "agua" y el segundo UEÑA (de ONNA), supuestamente precéltico y preibero, con el significado de "corriente de agua". Una de las primeras menciones conocidas de la villa se encuentra en la documentación del Monasterio de Sahagún, donde aparece como ORONNA. Los topónimos prelatinos relacionados con el agua no son infrecuentes en la provincia de Valladolid y no habría más que referirse a los ríos Duero, Pisuerga o Esgueva para comprobarlo. Por otra parte, hoy mismo, se puede comprobar que una enorme bolsa de agua se extiende por el subsuelo de Urueña con diferentes corrientes o venas que surten abundantemente a todos los pozos de la población y que, hasta hace unos años incluso, mantuvieron siempre alimentado el lavajo situado al pie del muro norte del castillo. Esta abundancia de agua, que confirmaría plenamente el sentido del topónimo, se ve ampliada o complementada con los numerosos topónimos que en el término de Urueña apuntan en la misma dirección. Los primeros asentamientos, hoy despoblados, incluyen en su etimología el concepto de acuífero: Pozuelos, ya mencionado en el año 954, de cuya existencia quedarían hoy los nombres de los pagos "pozolico", "pozuelo mediano",etc; San Pedro y San Pablo de Cubillas (cuevillas u oquedades de donde fluía y fluye el agua), nombre de un antiguo monasterio Real cuya iglesia vendría a ser con el tiempo la actual ermita de la Anunciada, de donde partía el sendero de Valdefuentes; Marfeliz, otro despoblado situado en la parte norte del término y del que hoy sólo se conserva el topónimo y la certeza de que allí hubo una fuente. La leyenda de que existió un asentamiento llamado Marfeliz, llega hasta nuestros días. Parece probable incluso que dicho asentamiento fuese parroquia, pues en un documento de Fundación de Mayorazgo perpetuo en favor de la Anunciada otorgado por Don Blas Pérez Minayo en el siglo XVIII, se habla de una tierra "de la iglesia de dicho Mar". El teso de Marfeliz estaba a menos de un kilómetro al norte del camino de Villagarcía y a la misma distancia de la carretera que baja al molino llamado de las cuatro rayas porque estaba en el centro de cuatro términos. Por último, el pago denominado “la laguna del moro” nos hace sospechar que, al igual que en muchos otros lugares de la Península, el término “mor” –con el que se designa a pantanos o lugares oscuros en algunas lenguas prerrománicas- se convirtió, con el tiempo y el uso, en “moro”.
Esta abundancia de agua y bosques propició sin duda el establecimiento de monasterios en la Edad Media. Recordemos al menos los tres más importantes:
Del primero de ellos, denominado de San Pedro y San Pablo de Cubillas, queda la iglesia (actual ermita de la Anunciada) edificada probablemente sobre los restos de una iglesia mozárabe y cuya fecha de construcción oscila entre los años 1120 y 1150. Fue monasterio Real y Fernando II creó un bastión circular para su defensa del que todavía se pueden observar las huellas de los cimientos en el llamado "pago de la torre", en un montículo que queda al lado norte de la ermita, en la finca denominada “La huerta”.
El segundo monasterio, llamado de Villalbín y dedicado a San Nicolás, fue mandado construir por la Infanta doña Urraca, hija del rey Fernando I y de la reina Sancha, quien en el 1087 hizo donación a tal efecto a la diócesis de Santiago de unos terrenos de su propiedad. En el siglo XVI vienen a habitarlo los franciscanos quienes lo ocupan hasta la desamortización del año 1835 en que fueron exclaustrados cuarenta frailes. Este monasterio fue protegido especialmente por los Condes de Urueña; precisamente, acerca de uno de los primeros condes y duque de Osuna que fue enterrado allí, se cuenta la siguiente anécdota en una crónica franciscana escrita por Fr. Francisco Calderón: “Es tradicion, asi en este Convento, como en todo su contorno, que estando orando esta devota Princesa (la madre del conde y marquesa de Peñafiel) en su Oratorio en la Villa de Urueña media legua deste Santuario, delante de una Santissima Imagen del Niño Jesús, pedia al Señor con gran fervor diese a este su primogenito, Duque ya de Osuna, y gran soldado, eficaces auxilios para su salvacion; observando que peligraba mucho, viendole divertido en vicios de Principe mozo y entre los estruendos de la milicia. Estando en este fervor la habló la santíssima Imagen y dijo: Hija, cuídese él. ¡Caso notable! al salir esta voz de la Santissima Imagen inclinó la cabeza, y asi persevera asta hoy; sin duda condescendiendo con la generosa oracion de su sierva, como se vio en el efecto, mejorando su vida el Duque; y con exemplo del mundo, que le avia visto ser poco para su fervor todo él, mando en su testamento le enterrasen en este Convento a los pies de su Santa madre, mirandose indigno de estar su igual en la sepultura. Asi se executo el año de 1625 que fue el siguiente a su muerte, que le sobrevino en Madrid. Esta milagrosa Imagen mando la Duquesa por su ultima voluntad se colocase en este Convento en el altar de enmedio, enfrente de su sepulchro, donde esta hoy con gran veneracion, y continuado milagro”.
El tercer monasterio, denominado del Bueso y consagrado a Nuestra Señora de la Anunciación, fue primeramente ocupado por beatos hasta que en el siglo XV pasa a pertenecer a la Abadía de San Benito en Valladolid. En tiempo del Catastro del Marqués de la Ensenada (1753) estaba atendido por tan solo dos monjes. Acerca de la fundación de este recinto monástico se conservan curiosos documentos; el más detallado, debido a Fray Mancio de Torres que dejó escrita una historia de la Abadía de San Benito, dice así:
“Primeramente, el dicho Domingo Rodríguez (comisionado por el obispo de Palencia para la fundación) entró en una parte de la dicha casa y oratorio hasta la huerta de arriba y vistiose de vestiduras y ornamentos sacerdotales pertenecientes al dicho acto de fundación -y otros, asimismo vestidos, que le administraban las cosas necesarias para la dicha fundación.- y tomó una cruz de palo en sus manos y púsola en un lugar de la dicha casa, donde había de ser hecha la iglesia y altar, y adoróla él y los que allí estaban: y tomó agua bendita según la costumbre eclesiástica y la derramó por aquel lugar donde estaba la dicha cruz, y dijo las oraciones y oficios pertenecientes, y acostumbrados a tal acto; y tomó después una piedra y bendíjola con ciertas oraciones y oficio según se contenía en un libro que ante sí tenía para hacer el dicho oficio de fundación: y derramó el agua bendita sobre aquella piedra, y con un cuchillo hizo ciertas señales de cruz santiguándola y diciendo sus oraciones y letanía y bendiciones y puso la otra piedra en cimiento y fundamento y diciendo siempre sus oraciones y tomó asimismo otras cuatro cruces de palo y púsolas la una hacia el oriente, la otra hacia occidente, la otra a septentrión, y la otra a meridión dejando grandes espacios en medio, así para la iglesia como para el Claustro, y ceminterio, y oficinas, y a cada cruz dijo sus oraciones y oficios según convenía a tal acto; y con la otra agua bendita derramándola con hisopo por todo aquel circuito y lugares que quedaban de dentro de las dichas cruces, diciendo las oraciones y salmos en tales actos acostumbrados, y tornose a la otra cruz primera, que había puesto en medio y diciendo su letanía y prefacio de las otras oraciones en el tal acto necesarias, puso tres candelas de cera encendidas en la dicha cruz y asimismo otras tres en cada una de las demás cruces, y todavía continuando sus oraciones y agua bendita por todo el dicho campo y limitación que estaba de dentro de las dichas cruces: y señaló lugar para iglesia, y Claustro y lo otro restante dentro del dicho circuito que fuese para cementerio, y sepulturas, y oficinas necesarias y de fuera de lo sobredicho señaloles y dioles cierto espacio de término dentro del que tuviesen su clausura, y señaloles asimismo en el dicho lugar que había de ser para iglesia dónde estuviese el altar, y erigió en él cruz para que perpetuamente allí fuese adorada, según el tenor y forma de lo a él cometido y mandado por el dicho Sr. Obispo, y en la dicha licencia y comisión. Y luego el dicho Domingo Rodríguez dijo Misa en el Altar que primeramente había sido hecho en el dicho oratorio que de antes era y mandó e intituló que fuese llamado de aquí adelante el dicho Monasterio,de Stª María de la Anunciación del Bueso”.
Precisamente, uno de los tesoros más grandes con que cuenta Urueña es la imagen de la Virgen de la Anunciación, tal vez procedente de aquel Monasterio. Los Urueñeses la veneran con cariño y los forasteros admiran ese maravilloso templo en el que está entronizada y que, como he dicho, fue monasterio Real. Muy pocas personas, sin embargo, saben a ciencia cierta su antigüedad -hasta hace poco se habló de que era una talla del siglo XVIII- y pocas personas, asimismo, se han preocupado por estudiar y completar su historia. La costumbre de vestir a las Vírgenes es muy antigua (ya hay documentación sobre tal hecho en el siglo XV) y parece que procede del deseo de los feligreses de adornar a las imágenes con las mejores galas, dado su cariño hacia ellas, o de la necesidad de cubrirlas porque se habían deteriorado con el tiempo o las malas condiciones de conservación. Hay que decir que esta costumbre no siempre estuvo bien vista por la Iglesia, que intuía en esa práctica el peligro de adornar a la Virgen demasiado a la moda de cada época o con prendas inadecuadas y que además deseaba firmemente que los fieles reconocieran y apreciaran el valor artístico de las imágenes. Una buena talla de un buen escultor que hubiese plasmado con realismo un Cristo crucificado, por ejemplo, no sólo movía a devoción y a meditar sobre la Pasión y muerte de Jesús sino que permitía a cualquiera que se colocase ante la imagen mejorar su sentido estético y disfrutar con una auténtica obra de arte.
En Urueña, la costumbre de vestir a la Virgen se inicia en el siglo XVIII. Previamente, y en concreto en 1677, el obispo del Burgo de Osma Antonio de Isla, urueñés ilustre, quiso arreglar a sus expensas la iglesia del antiguo monasterio de San Pedro y San Pablo de Cubillas, para entronizar en ella la imagen de la Anunciación a la que él veneraba particularmente y que en ese momento estaba en la llamada Ermita Vieja, pequeño edificio situado a tres kilómetros de Urueña en el mismo valle donde está el llamado prado de la Villa o prado comunal. Seguramente Antonio de Isla mandó repintar la imagen y situarla en el altar mayor del presbiterio para demostrar su cariño por aquella talla antigua. En 1684 visita Urueña para comprobar el resultado de su encargo y toda la población le rinde público homenaje. Tres décadas más tarde, y siguiendo probablemente el ejemplo de don Antonio, Luis Pérez Minayo crea un Mayorazgo perpetuo en favor del santuario de la Anunciada. Tanto él como su hermano, Blas Pérez Minayo, fallecido un año antes, contribuyeron con donaciones testamentarias a realzar la veneración hacia la imagen y fueron con toda probabilidad quienes ayudaron a costear en buena parte la construcción del camarín, que se lleva a cabo a mediados del siglo XVIII. La devoción por la Anunciada aumenta más aún en la Villa a partir de ese momento y creo que de esta época procede la costumbre de vestir la imagen, ya que en el libro de visitas del obispo de Palencia, diócesis a la que pertenecía Urueña, que comienza en 1771 se pueden observar varias anotaciones aconsejando que "se quiten las cintas [de la imagen] que la ridiculizan" o que se evite vestirla pues se la da un aire demasiado "mundano".
Urueña es una caja de sorpresas. Tal vez la sorpresa del viajero sea grande cuando se acerca a sus muros y contempla los restos de un pasado de esplendor, o cuando se deja herir íntimamente por los atardeceres arrebolados en que se convierten el paisaje y sus cielos; pero aquella sorpresa aumenta cuando se descubre la documentación que su historia y sus personajes han generado, particularmente en los llamado siglos medios. La Edad Media fue -además del período en el que el ser humano comienza a darse cuenta del sentido de la vida, aspirando a que su nombre o su memoria permaneciesen en el recuerdo de las siguientes generaciones- un período de luchas y algaradas constantes. No es extraño, por tanto, que en esta tierra tan indefendible se levantaran muros que dejaran en su interior a hombres y mujeres, cuyo territorio, vidas y haciendas se pretendían proteger. La muralla, sin embargo, no es una fría sucesión de piedras. En ella sus constructores proyectan sus necesidades, utilizando la imaginación y creando puertas, portillos, poternas, adarves, barbacanas, almenas, saeteras y muchas otras alteraciones de lo que podría ser un simple muro, convirtiéndola de ese modo en una obra de arte. A le Edad Media, época de esplendor para Urueña, siguen varios períodos que yo calificaría como señorial (de influencia de señores y nobles), eclesiástico (el de los obispos urueñeses: hasta cinco sucesivos, que construyen nobles edificios en la Villa) y decadente (durante el siglo XIX y el XX hasta la fecha en que la Diputación de Valladolid adquiere una casona e inicia una revitalización cultural y monumental). La realidad parece superar, incluso, las primeras expectativas. Quien se acerque a Urueña podrá comprobarlo. La invitación está hecha.
Joaquín Díaz