Joaquín Díaz

VARIACIONES


VARIACIONES

ABC

Sobre las variaciones Goldberg

13-06-2007



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La música es, además de la sucesión de sonidos y silencios ordenados según un criterio, una forma de expresión que sugiere o provoca en el ser humano diferentes estados de ánimo. Como tal forma de expresión necesita un lenguaje, y ese lenguaje, como tantos otros sistemas de comunicación, ha de ser compartido por emisor, difusor y receptor, que en este caso serían respectivamente quien crea la música, quien la interpreta y quien la escucha. El mensaje que se quiere transmitir suele tener elementos reconocibles -altura de las notas y su conjunción, timbre, armonía, etc- e indeterminados, que constituyen un conjunto de factores insinuados para que el receptor imagine y sea capaz de interiorizar algunas claves de ese mensaje o pueda servirse de ellas para crear con su fantasía estados estéticos. Pero la música, además de todo eso, es un lenguaje universal, entendiendo la palabra en su sentido etimológico. Así, la música sería una forma de expresión capaz de contar todas las cosas, de verter el pasado y el presente de los individuos o de los grupos en fórmulas válidas. Algunas religiones antiguas aceptaban que el mundo fue creado por una voz o un grito divinos, otras atribuían a los dioses de la palabra la invención del arte musical y otras, en fin, tenían sacerdotes especialmente dotados para el canto cuya facultad artística les suponía un privilegio. Cualquier situación anímica, relación social o manifestación ritual se expresaban o acompañaban con música en prácticamente todos los grupos étnicos y culturas del planeta. Otra cosa es el grado de comprensión que esas formas de expresión pudieran tener entre unas y otras culturas: una persona, fuera de su país o de su entorno cultural, podía cantar y no ser comprendida; en lo que respecta a la figuración gráfica, si bien es cierto que ha venido a representarse del mismo modo en todo el mundo occidental, todavía hay muchas culturas musicales que presumen -y pueden hacerlo- de ser ágrafas. Pero en el caso de la literatura musical, la notación siempre fue un recurso para describir de modo aproximado cómo se quería que se interpretara una melodía o una obra, para lo cual el mismo músico usaba un grafismo comprensible y común. Otra cosa sería si hablásemos de emociones. Rara vez los sentimientos íntimos del autor al componer la pieza eran reconocidos después en esos términos italianos siquiera fuesen usados y aceptados por todos (allegro, forte, piano, diminuendo, etc.). A lo largo de mi vida siempre me han interesado las versiones, es decir las diversas formas de interpretar o revivir lo que se había transmitido a través de una grafía inteligible pero fría. A veces la afición a recopilar esas versiones me ha llevado no sólo a recoger miles de interpretaciones en el ámbito de lo popular o de las canciones sencillas, sino a adquirir todas las ediciones de una obra concreta de la historia de la música. Una de esas obras podría ser Las variaciones Goldberg, de Juan Sebastián Bach. La primera versión que escuché fue la de Wanda Landowska y, para ser sincero, me impresionó mucho más la leyenda que había alrededor de la grabación y de la artista que la propia interpretación. La segunda versión fue la de Gustav Leonhart, de la que tampoco saqué conclusiones positivas por pensar que al artista le había ganado la partida el estudioso. También escuché sucesivamente, aunque sin resultados convincentes las variaciones de Ralph Kirkpatrick y las de Igor Kipnis, que compré tras escucharle en un concierto y compartir cena y conversación con él y otros amigos músicos. Me apasionó la siguiente, la póstuma del pianista canadiense Glenn Gould, personal, matizada, de rica sonoridad, con un trabajo increíble sobre la mano izquierda y un perfecto equilibrio entre las líneas melódicas que tan pronto se desarrollaban independientes y orgullosas como compartían una armonía deslumbrante. Las Variaciones de Scott Ross y las más recientes de Céline Frisch, ambas dominadas de principio a fin por la técnica, me hicieron apreciar en todo su esplendor las posibilidades sonoras de un instrumento que sólo se parece al piano en el teclado y a veces ni siquiera en eso. En cualquier caso ya estoy esperando la próxima versión como si en la interpretación del artista, en su traducción del arte estuviese la solución magistral, el aceite esencial para que la vida no se oxide del todo.