Joaquín Díaz

SOBRE BERNARDO DEL CARPIO


SOBRE BERNARDO DEL CARPIO

Acerca del héroe popular

07-05-2012



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La aparición de las “nuevas mitologías”, apoyadas por medios tan poderosos como la televisión o el cine y basadas en obras literarias de reciente creación, plantea de nuevo la eterna necesidad del ser humano de inventar mitos para su existencia. Ya desde la mitología clásica aparecen personajes que encarnan los valores más esenciales y primarios, disfrazados bajo diferentes ropajes. Esos personajes, llamados de muchas formas en diferentes civilizaciones y culturas, presentan frecuentemente similitudes en sus comportamientos y en sus reacciones hasta el extremo de confirmar la existencia de unos arquetipos casi permanentes en el tiempo que atañen a todo el género humano y que le sirven de espejo. Carl Jung pensaba que tenemos una propensión a crear símbolos y atribuía a los sueños el papel de compensadores de una realidad incómoda o catalizadores capaces de explicar las necesidades del individuo: «No se trata de representaciones heredadas, sino de posibilidades heredadas de representaciones. Tampoco son herencias individuales, sino, en lo esencial, generales, como se puede comprobar por ser los arquetipos un fenómeno universal». Freud llamaba a esas imágenes, análogas a los mitos primitivos, “remanentes arcaicos”. En cualquier caso, parecen reminiscencias de modelos muy antiguos a través de los cuales se expresaban algunas comunidades y justificaban su comportamiento. La sociedad tomaba así como ejemplo a héroes construidos sobre los valores que tenía o quería tener esa misma sociedad. En buena parte, esos valores iban construyendo el perfil del héroe al que se quería imitar. Escribía Aristóteles en su Poética: "Y ya que los que imitan mimetizan a los que actúan, y éstos necesariamente son gente de mucha o poca valía (los caracteres casi siempre se acomodan exclusivamente a estos dos tipos, pues todos difieren, en cuanto a su carácter, por el vicio o por la virtud) los mimetizan del mismo modo que los pintores: o mejores que nosotros, o peores o incluso iguales". (Poética, Madrid, Editora Nacional, 1982 págs. 61-2).
Mejores, peores o iguales que nosotros.
En realidad no sabemos bien si el héroe Bernardo deja de pertenecer a la Historia en un momento dado para entrar por derecho propio en el mundo de lo legendario o si procede de él directamente a través de algunas crónicas. Cierto que algunos de los hechos narrados sobre su vida en los romances podían ser falsos, pero contribuían a dibujar al personaje con rasgos, ya fabulosos ya ambiguos, en los que se apoyaba la imaginación popular para hacer su propio e interesado retrato. El matrimonio no consentido, por ejemplo, que es el origen del nacimiento de Bernardo, ya aparece en la leyenda de Don Pelayo como el detonante de la reacción del rey asturiano contra Munuza. El enfrentamiento al poder o la prudencia para no enfrentarse a él son otros dos elementos que aparentemente se contradicen y sin embargo son virtudes complementarias en un héroe, capaz de discernir y elegir lo mejor para actuar. Finalmente el diálogo que se le atribuye con las armas de su propio padre antes de vestirse con ellas le sitúan en el plano de persona prudente que hace el mejor uso del pasado para incorporar lo mejor de otros tiempos al presente.
A través de más de cincuenta ejemplos romancísticos, Bernardo va completando su biografía escasa gracias a textos escritos fundamentalmente en los siglos XVI y XVII –pero también en el XVIII y XIX- cuyo conjunto combina las hazañas más sobresalientes de su vida con determinadas circunstancias legendarias, asimismo atribuidas a otros personajes heroicos europeos, lo cual contribuye a darle un carácter más universal. Decenas de adjetivos, repartidos en éste o aquel romance, van sumando en Bernardo una serie de atributos que, según la época en que se analicen, podrían considerarse cualidades o defectos, pero que, en cualquier caso, nos ofrecen un lado humano del personaje con unos valores ejemplares que quedan siempre por encima de las reacciones momentáneas. Bernardo recibe los calificativos de lindo mancebo, joven hermoso de cuerpo y cara, esforzado, muy buen jinete de a caballo, gran lanzador de tablados, caballero aventajado, noble, gallardo, fuerte, de una valentía ejemplar (cada cual es Bernardo los que a Bernardo acompañan, dice un dieciseisílabo), aunque a veces reciba otros calificativos como bastardo, sañudo, traidor, loco desacatado, e incluso cobarde, que él -agobiado por las costumbres o las conveniencias sociales que le obligan a actuar incluso contra sus propias convicciones morales-, trata de desmentir con sus argumentos y con su actitud.
Podría parecer que esa actitud está más próxima a la que tendría el protagonista de una novela de caballerías (con virtudes como la valentía, el sacrificio, la lealtad), que a la propia de un héroe de la épica que no dudaría en recurrir a la exageración para conseguir su objetivo o su ideal. Por todo lo anteriormente dicho y pese a que hoy no están de moda muchas de las aspiraciones de Bernardo yo me inclinaría a pensar que es un héroe absolutamente necesario y ejemplarizante porque necesarias son sus virtudes en nuestra sociedad: espíritu de sacrificio, esfuerzo impagado, discreción, templanza, sentimientos nobles. Me quedaría para terminar con el lema que Gabriel Lobo y Lasso de la Vega, gran creador de romances de fines del siglo XVI, le atribuye a nuestro héroe en uno de sus textos cuando describe:
Un latiente corazón / puesto en un puño cerrado
por toda parte oprimido / roja sangre destilando
y un letrero que decía: / “Romper tengo de apretado”.
Qué hermosa divisa para un emblema modelo: el corazón roto por un empeño digno e intachable.