Joaquín Díaz

PREGÓN DE CIGALES


PREGÓN DE CIGALES

Ensalzando el vino joven

02-08-2001



-.-

No debe extrañarnos que entre la colección de grabados titulada "Los gritos de Madrid", realizada por el artista Miguel Gamborino a finales del siglo XVIII, y que representa en 72 imágenes a los pregoneros que iban voceando sus mercancías por la capital de España, -no debe de extrañarnos, digo- que entre esos grabados no aparezca ningún vendedor de vino. El vino es uno de los pocos y privilegiados productos que, si es bueno, se pregona por sí mismo. Antiguamente, para anunciarlo, bastaba con que a la puerta de la taberna donde se iba a despachar se colocara un ramo de olivo o de pino, costumbre que aún es recordada en aquella paremia que dice "Quien ramo pone, su vino quiere vender" o en aquella otra adivinanza:
Aquel brazo vencedor
de todo estado de gente
vivender con deshonor
atado como traidor
con ramo y públicamente,
vistiendo piel de animal
sin cabeza, pies ni manos,
quitándole cada caul
el espíritu vital
teniendo tres brazos sanos.
Vi ser a muchos vendido
por precio determinado
y entre todos repartido
y en lugar muy escondido
ser metido y empozado
do tenía tanto poder
y estaba tan esforzado
que a todos podía vencer
derribar y someter
por no haberle bautizado.

Esta costumbre de bautizar al vino, practicada por algunos vinateros para rebajar el grado y por otros para obtener mayores beneficios, dio origen a aquel refrán que dice: "Vino bautizado no vale un cornado; vino moro, plata y oro". El cornado era una moneda que duró hasta el reinado de los Reyes Católicos, de cuyo escaso valor cabe deducir el poco aprecio que se le tenía al vino aguado. "Agua al vino es desatino"; lo mismo que lo contrario, pues "Quien echa vino al agua, de dos cosas buenas hace una mala". Tal vez porque bajo tales circunstancias pierde el vino muchas de sus perfecciones, atenuándose su acción tónica y eliminándose su capacidad diaforética, cualidad que dio origen al famoso proverbio "Al catarro con el jarro", pues el enfermo que bebía vino caliente con romero y espliego macerados sudaba más y por tanto sanaba antes. Esta y otras razones hicieron exclamar a nuestros antepasados "Con aceite y vino bueno, media botica tenemos", dando a entender no solamente que ambos productos eran primordiales para una correcta alimentación, sino que además podían ser utilizados como bálsamo. Recordemos que ya el buen samaritano, en el capítulo décimo del Evangelio de San Lucas cura al pobre maltratado vendando sus heridas tras haber echado en ellas "aceite y vino". Por eso dice una paremia médica: "Aceite y vino, bálsamo divino", subrayando otra: "Cuidado con la llaga que el vino no sana", por desconfiar de la herida con la que no pueden las virtudes antisépticas, coagulantes y cicatrizantes de un buen zumo fermentado.

Este poder sanador y vitalizador se ve reflejado en casi todas las expresiones populares que tratan acerca de su fuerza y atributos, sean dichos, refranes, brindis o acertijos como éste, por ejemplo:
¿Cuál es aquel poderoso
que desde oriente a occidente
es conocido y famoso?
A veces fuerte y valiente
otras temido y odioso,
quita y pone la salud
muestra y cubre la virtud
en muchos más de una vez
y es más fuerte en la vejez
que en la alegre juventud.
Múdase en quien no se muda
por extraña preeminencia;
hace temblar al que suda
y a la más clara elocuencia
suele tornar torpe y muda.
Con diferentes medidas
mide su ser y su nombre
y suele tomar renombre
de mil tierras conocidas.
Sin armas vence al armado
y es forzoso que le venza,
y aquel que más lo ha tratado
mostrando tener vergüenza
es el más desvergonzado.
Y es cosa de maravilla
que en el campo y en la villa
a capitán de tal prueba
cualquier hombre se le atreva
aunque pierda en la rencilla.

La historia ha demostrado documentalmente en más de una ocasión que el vino posee ese poder que le atribuyen los poetas populares. En el Diario de un burgués de París en tiempos de Francisco I se puede leer la siguiente y curiosa noticia: "La mujer del señor La Vernade, magistrado de esta capital, falleció de reprente en julio de 1519. Se hizo la autopsia al cadáver y se vio que la muerte había sido producida por un gusano que le había perforado el corazón. Se aplicó sobre el gusano un trozo de miga empapado en vino y el animal murió de inmediato. De donde se sigue que es conveniente tomar pan y vino por la mañana, al menos en épocas de peligro, para no pillar el gusano". Tan llamativa noticia trae a cuento la creencia de que el hombre tiene en su cuerpo dos gusanos con los que convive (uno en el oído, al que, si muerde, se le aplaca con leche, y otro en el estómago al que todas las mañanas hay que anestesiar antes de que despierte con una copa de vino o de aguardiente). Esta suposición es tan antigua y está tan extendida que hasta hombres de ciencia incontestables se han interesado por el curioso fenómeno. Pasteur decía que el hombre en ayunas podía figurar con todo merecimiento entre los animales venenosos y ello porque en la saliva del ser humano recién levantado de la cama existe un parásito mortal que sólo desaparece si se le arrastra hacia el estómago con algún alimento o una bebida fuerte como el vino. De todo ello deducen algunos folkloristas que la expresión bien conocida de "matar el gusanillo" era la forma más práctica y tradicional de acabar con ese bicho maligno de dos tragos. Diego Gutiérrez, en sus preciosos Discursos del pan y del vino del Niño Jesús, habla de matar el gusanillo en un sentido totalmente diverso, pero lo traigo a colación por tener que ver con el tema; dice el autor que para matar el gusanillo "o revolvedera o coquillo que anda entre las vides, lo mejor es dejar un sarmiento sin podar, al que acudirá la sabandija, y dando un golpecito o dos en dicho sarmiento caerán los coquillos, y que si fuese revolvedera se quite con la mano". Dice también que si quien va a hacer el trabajo fuese "persona regalada" (es decir poco amiga de trabajar), con hacer esto un rato por la mañana hará mucha labor.

Sea por estas o aquellas razones, o simplemente por la acción termógena del alcohol ("más abrigan buenas copas que malas ropas") lo cierto es que el vino tomado a primera hora quedó como paradigma de remedio para la galbana matutina: "Remojar la garganta es saludable por la mañana", decían los antiguos, y a ellos me atengo al ofrecer aquí estas expresiones populares.

Decía al comienzo de este pregón que el vino no necesita de abogado pues él mismo se defiende: "Tu vino, tu mujer y tu caballo, para ti solo gozallo; por eso, no alaballo". Lo que siempre se hizo artesanalmente y con el mayor esmero era lógico que se considerara de máxima calidad. Las Ordenanzas de Valladolid, aprobadas y pregonadas en 1549, mandan que "cada uno venda el vino que hubiere cogido y tuviere de su cosecha", prohibiendo que se compre vino para volver a venderlo al no confiar en la calidad de un caldo cuya procedencia se desconoce. Esta normativa, fundamento de la actual denominación de origen, viene a ratificar el celo que siempre se puso en la elaboración del vino y el cuidado exquisito con que se guardaba en cubas, tinajas y soterraños siguiendo las normas que autores antiguos y la propia experiancia habían acumulado durante siglos. Unos de esos autores, Alonso de Herrera, es, por cierto, el primero que menciona la palabra clarete en castellano; su obra, titulada Agricultura General y publicada en 1513 es un compendio de sabiduría y un tratado todavía consultado con provecho tanto por agricultores como por estudiosos, reuniendo en sus páginas opiniones del propio autor junto a las clásicas de Plinio, Columela, etc. Bueno, pues en el capítulo XXX que se refiere a las propiedades del vino, escribe Herrera que "el tinto es bueno para las personas enjutas como son los coléricos y aun algo sanguinos y si los gotosos han de beber alguno esto es lo más seguro porque es más restrictivo y no deja correr los humores a los miembros. Lo blanco es bueno para las personas húmedas como son los flemáticos y para los que son apasionados de piedra, y lo roxo es para los melancólicos". Y continúa: "Alaban lo que en Francia llaman clarete, que como tiene el medio es bueno para todas las complexiones".

La cita es muy anterior a las consideradas por el Diccionario de Autoridades como las más antiguas, que eran las de Góngora y la de la Vida de Estebanillo González, donde éste habla de cómo curó de una peligrosa caída con varias "cantimploras de clarete y nieve".

Que la palabra clarete viene del francés lo afirman y reafirman los lingüistas, siempre atentos a descubrir etimologías curiosas; no estaría yo sin embargo muy seguro de los trasvases lingüisticos teniendo en cuenta la procedencia común del latín y la facilidad con que se traducen voces de tronco común. Veamos, por ejemplo, cómo soluciona un acertijo popular la traducción de la palabra vino a dos idiomas:
Cavilando sólo un poco
acertarás la bebida
que es muy buena y conocida
con cuatro letras no más;
yo te prometo y afirmo
caro lector y no miento
que esta bebida al momento
traducida la verás.
Pues si de las cuatro letras
por ejemplo quitas una
quedará sin duda alguna
traducida con las tres,
que quitándole una letra
que es la última, al instante
se pasa la muy tunante
del castellano al francés.
Y si ahora por capricho
francesa no quieres verla
borra otra letra y leerla
también tus ojos podrán
pues resulta lector mío
que de la lengua francesa
ahora, la muy traviesa,
se ha pasado al catalán.

Repito una vez más, y ésta será la última, que el vino nunca precisó pregonero, así como tampoco precisaron de él nuestros caldos en particular, conocidos y apreciados desde hace siglos en las mejores Cortes europeas. Lo que tal vez esté más necesitado de una voz pública que nos ayude a reflexionar es el interés por lo nuestro, por nuestras raíces, por nuestra propia historia. No podemos traicionar con nuestra actitud indiferente o pasiva todo el esfuerzo de las generaciones que nos precedieron tratando de hacer mejor nuestra existencia y sin huir de su pasado ni renunciar al riquísimo patrimonio de siglos. Por eso me da lástima ver que una bebida tan natural y recomendable (siempre que se ingiera en cantidades prudentes) como el vino, esté siendo sustituida en la preferencia de jóvenes y menos jóvenes por brebajes foráneos. Tras de un vaso de vino está la tierra, el trabajo de cientos de años por mejorar la calidad, los desvelos de miles y miles de personas que dieron color y forma a sus sueños. El vínculo del labrador con la tierra es un tipo de amor tan peculiar que ni siquiera los poetas han sabido describirlo, porque es una relación establecida sobre un lenguaje doloroso y mudo, pero tan hermoso como un amanecer o una puesta de sol.

Decía que estamos tirando piedras contra nuestro propio tejado aceptando que irrumpan en nuestras costumbres bebedizos extranjeros y desde luego menos saludables que el vino. Permítanme que medio en broma medio en serio haga mi pequeña aportación y ofrezca -parafraseando a Italo Calvino- tres propuestas para el próximo milenio. Frente al vulgar cubata, la Cigaleta (una parte de Cigales y otra de espumoso de Rueda con unas gotas de naranja), el Ruedata (dos partes de verdejo por una de aguardiente de Cigales) o el Riberata (vino de la Ribera cocido con castañas y canela).

Si hubiesen existido los periódicos en la Edad Media o en el Siglo de Oro, el pueblo en el que vivo, Urueña, o Cigales o Peñafiel o Rueda hubiesen aparecido todos los días en sus páginas porque la vida española, e incluso europea, se fraguaba aquí cotidianamente. Hoy tenemos que salir a buscar lo que perdimos porque todo se cuece en Bruselas o Mastrique, pero tampoco es cuestión de que vayamos coritos, con una mano atrás y otra delante, porque podemos recurrir a una indumentaria que nos distingue de los demás y nos identifica.

El tiempo en Castilla (no es éste el momento de buscar responsabilidades) se paró hace tres siglos. Se necesita una luz, una fuerza que vuelva a hacer girar la sombra de las horas como en los viejos relojes de las iglesias y trinquetes. Y esa luz, esa fuerza que otros tienen que inventar, la tenemos nosotros en la tradición. Tradición en el cultivo de las viñas, en la elaboración de los caldos, en el trasiego de los vinos.

Yo quisiera brindar por el buen juicio de todos para que sepamos apreciar y valorar nuestro patrimonio ante el futuro y para terminar con una palabra que esté en consonancia con el lugar que hoy nos ha acogido, digo Amén, que significa así sea. Muchas gracias.