Joaquín Díaz

PREGÓN DE FIESTAS EN RIOSECO


PREGÓN DE FIESTAS EN RIOSECO

Sobre San Juan y el solsticio de verano

18-06-2004



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La Iglesia estableció, desde los tiempos más antiguos, que la fiesta del nacimiento de San Juan había de ser una de las cinco más importantes del año litúrgico, junto con las de Pascua, Navidad, Ascensión y Pentecostés. De este modo, la Iglesia se aseguraba de que las celebraciones cristianas por el nacimiento del precursor no serían menores que las que festejaban los pueblos con otras religiones, acostumbrados a recordar el paso de la mitad del año con pólvora y luminarias. Ya en un libro del siglo XV, el Flos Sanctorum o flor de los santos, se relacionan nueve razones por las que San Juan fue siempre tenido en tanta consideración: la primera porque Santa Isabel (su madre) y María (la madre de Jesús) tuvieron el mismo mensajero, que fue San Gabriel. La segunda porque la propia Virgen hizo de ama del niño recién nacido levantándole del suelo nada más nacer. La tercera porque Dios permitió que el padre del niño, Zacarías, que había quedado mudo por incrédulo, recuperara el habla. Cuarta porque San Juan tuvo la honra de señalar a Jesús con el dedo pronunciando las palabras “He aquí el cordero de Dios”. La quinta porque descendió a advertir a los ocupantes del limbo que Jesucristo había venido. Sexta porque antes de ser concebido ya tenía nombre. Séptima porque nació venciendo a la naturaleza que había sentenciado definitivamente a su madre a no tener hijos. Octava porque ya sabía su nombre nada más nacer. Novena porque alabó a la Santísima Trinidad hasta el extremo de hacer exclamar a una de sus personas, el Hijo, que nunca nació de mujer persona tan grande como San Juan Bautista.
Por todo esto y por haber sido santo antes que nacido, viniendo al mundo como el lucero antes que el sol, la Iglesia quiso festejar su nacimiento, el único junto con el de Jesús que celebran los cristianos. Éstos, por su vida y muerte ejemplares y por la predilección en que Dios le tuvo, le hicieron patrono de múltiples oficios siendo invocado por sastres, tejedores, peleteros, curtidores, pellejeros, talabarteros, cardadores de lana, toneleros, arquitectos, albañiles, músicos y chantres, cuchilleros, pajareros, fondistas, deshollinadores, restauradores y viticultores, entre otros. Al conjuro de su nombre desaparecían meteoros como el granizo, enfermedades como la epilepsia o el delirio del baile y sensaciones negativas como el temor. Era asimismo protector de la vida y la muerte, en las embarazadas y en los condenados a la última pena. Probablemente por haber vivido siempre en contacto con la naturaleza se le relaciona con el fuego, el agua, el aire y la tierra, es decir con los cuatro elementos del universo.
Con el fuego, se le relacionaba por dos motivos principales. Por una parte, porque la noche de San Juan, que era en el calendario solar la del solsticio, se aprovechaba para encender hogueras en las que se quemaba todo lo malo o sobrante, es decir aquello de lo que uno podía o debía prescindir para iniciar un nuevo período con la casa renovada. De hecho, muchos muebles, enseres y objetos viejos tenían la fogata como fin porque su presencia en el hogar o en las tenadas se hacía superflua. Con las cenizas de ese fuego solsticial que había sido saltado un número impar de veces hacia un lado y hacia el otro, se solucionaban multitud de problemas referentes a la salud y en particular a afeciones cutáneas como erupciones, sarna o grietas. Por otro lado, algunas de esas hogueras eran pisadas en vez de saltadas para proteger y sanar los pies y sus enfermedades. Tanto en el caso de la hoguera como en el de sus rescoldos parece que el efecto buscado era una lustración o purificación cíclica relacionada con el momento del año (en el que el día iba a comenzar a ser más corto), con los productos que se habían de cosechar poco después o con la salud, elementos todos primarios y fundamentales para la vida humana. Pero también cabe atribuir la relación de San Juan con las luminarias y con sus cenizas a dos hechos claros: san Mateo habla de que el propio Cristo denominó al precursor “lámpara encendida y luciente” y por otro lado sabemos que, según la tradición, los restos del santo fueron quemados hacia el año 362, cuando se descubrió su sepulcro en Sebaste en tiempos de Juliano el Apóstata.
La relación de San Juan con el agua viene también de tiempos muy antiguos. Muchos topónimos nos recuerdan que las ninfas ocupaban, en épocas primitivas y según las creencias prerromanas, las fuentes y lugares en que un manantial o un pozo de agua corriente tuviesen, por una u otra razón, cualidades terapéuticas. Eran especialmente veneradas aquellas fuentes locas o santas en que el caudal se interrumpía repentinamente para volver a manar con misterio. Muchas de estas aguas tenían asociado, en particular en el oeste de la península, a un dios llamado Bande o Bandue que fue sustituido, ya en tiempos cristianos, por santos diversos pero especialmente por San Juan. Lugares como San Juan de Bande, en Orense, por ejemplo, son topónimos redundantes pues repiten el nombre de dos divinidades, del mismo modo que términos como hontalbilla duplican el concepto agua (fonte albilla o fuente de agua). Pues bien, San Juan, cuya iconografía nos recuerda abundantemente el episodio del bautismo de Cristo en el Jordán, quedó ligado para siempre con el agua y sus virtudes. Y no sólo con el agua de las fuentes y manantiales, como hemos visto, sino con la superficie de cualquier río o mar, que adquiría virtudes excepcionales en la noche y la madrugada citadas, o con el mismo rocío de la mañana cuyo contacto sanaba lepra, sarna, reumatismo, y cualquier otro tipo de dolencia cutánea. En un pozo bien cercano a donde nos encontramos, por cierto, el que había -y hay, aunque ahora oculto- en la iglesia de San Cebrián de Mazote, se celebró hasta hace menos de un siglo, la ceremonia de pasar por encima de su brocal a los niños quebrados para curarles de la hernia la noche de San Juan. La cualidad que adquirían las aguas al amanecer se conocía popularmente como “la flor del agua” y se atribuían a San Juan las propiedades que tenía la superficie cristalina, entre las que no era la menor la de dar la felicidad -muchas veces en forma de matrimonio dichoso- a quien era capaz de reconocer y coger dicha flor. Algunas muchachas creían que mirando en una jofaina el agua recogida de una fuente la noche de San Juan recibirían respuesta a cualquier pregunta relacionada con su futuro matrimonio.
También con el aire y su purificación tenía relación nuestro santo: algunos textos muy viejos narran que en el día de San Juan ciertas gentes quemaban “los huesos de todas las bestias que podían juntar, y esto porque así lo solían hacer los antiguos, pues había unos dragones que volaban por el aire y nadaban por el agua y andaban por las tierras, y así emponzoñaban el aire y el agua y la tierra, de lo que muchos morían. Y contra este veneno hacían fuegos de los huesos de las bestias por las tierras, por consejo de los sabios. Y este humo aéreo los hacía huir, y porque esta pestilencia se producía mayormente en este tiempo en que son los días grandes y las calenturas muy afincadas, por eso lo hacían en la fiesta de San Juan y todavía lo hacen en algunos lugares hoy en día”, nos dice un texto medieval.
La tierra, finalmente, era otro de los elementos tradicionales con que se relacionaba a San Juan y su fiesta. De hecho, la vida eremítica desarrollada por el precursor, le hizo vivir en el desierto alimentándose de productos como miel silvestre y bayas. Tampoco es extraño, por tanto, que quienes han intentado explicar las conexiones entre nuestro santo y la recogida de plantas y semillas durante la noche del 23 al 24 de junio, recurran al tópico de que todas las hierbas, incluso las malas, las venenosas, pierden su poder maléfico y son purificadas por el rocío de esa noche. El doctor Laguna, célebre científico segoviano que estudió la materia medicinal de muchas hierbas y plantas y que comentó el tratado de Dioscórides, aseguraba que la verbena, también llamada peristereon o incluso hierba sagrada, se denominaba así por ser útil para purgar la casa de adversidades si se colgaba en algún lugar visible. Además de ésto, hervida en aceite y aplicada como emplasto servía para resolver los dolores de cabeza antiguos y pertinaces, así como para fortificar los miembros inferiores, soldar las venas rotas y despedir por sudor los cuajarones de sangre recogidos en alguna parte del cuerpo. Otras plantas, como el corazoncillo o el helecho, de las que se aseguraba que sólo florecían la noche de San Juan, tenían aplicaciones diversas, bien recién cortadas, bien desecadas. Respecto al helecho, el Doctor Laguna tiene un parrafo que es un testimonio personal inexcusable en este pregón, pues escribe: “No puedo disimular la vana superstición, abuso y grande maldad (no quiero decir herejía), de algunas vejezuelas endemoniadas, las cuales tienen ya persuadida a la gente de que la víspera de San Juan, a la media noche en punto, florece y grana el helecho. Y que si el hombre no se halla allí en ese momento, se cae su simiente y se pierde, la cual simiente alaban para infinitas hechicerías. Yo digo a Dios mi culpa, que para verla coger, una vez acompañé a cierta vieja lapidaria y barbuda tras la cual iban otros muchos mancebos y cinco o seis doncelluelas mal avisadas, de las cuales algunas volvieron dueñas a casa. Del resto no puedo testificar otra cosa sino que aquella madre reverenda y honrada, pasando por el helecho las manos -lo cual no nos era a nosotros lícito- nos daba descaradamente a entender que cogía cierta simiente, la cual, a mi parecer, se había llevado ella misma en la bolsa, aunque también pudiera ser que realmente se desgranase el helecho entonces, pues por todo el mes de junio están aquellos flecos en su fuerza y vigor...”
En la encuesta del Ateneo de Madrid que reunió datos de toda España, fundamentalmente de la rural, a comienzos del siglo XX, una curiosa referencia a la zona de Rioseco hace mención a ese tipo de plantas desecadas que luego se espolvoreaban sobre la comida para producir éstos o aquellos fines. En concreto la nota dice: “Hay en algún pueblo (de la comarca de Rioseco) la creencia de que los hombres usan polvos llamados de vente conmigo, que administrados a la mujer en algún dulce la captan la voluntad. Y por eso las mujeres se abstienen de tomar los dulces o las almendras que les dan los mozos en las reuniones”. La verbena, llamada también hierba de los ensalmos o de los hechizos, se desecaba y se reducía a polvo. Con él, nos cuenta Pío Font Quer, se hacían unos conjuros en los que un hombre que deseaba el amor de una mujer tenía que decir: “Yo te conjuro en nombre de Venus y de Cupido, del sol y de la luna, que Fulanita no pueda amar a nadie más y que me ame como a sí misma. Fulanita, acerca tu oido y olvida tu pueblo y la casa paterna, y sígueme...”. Como se ve, no andaba tan descaminada la encuesta del Ateneo...En cualquier caso, la noche precedente a San Juan y su mañana correspondiente, sobre todo a la salida del sol, tuvieron siempre un eco poético. Recuérdense los versos del romancero en los que se dice:
Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el conde Arnaldo
la mañana de San Juan...
Probablemente, la creencia muy difundida de que le sol bailaba al amanecer fue la causa de coplas como aquella en que se dice:
La mañana de San Juan
mañanita tan garrida
que baila el sol cuando nace
y ríe al morir el día.
Algo más prosaico pero muy recordado en el refranero era el hecho de la contratación para trabajar. Amos y criados solían ajustarse por San Juan, de ahí el dicho “por San Juan y por San Pedro, todos los mozos mudan el pelo”. También solía revisarse el precio de los alquileres de las casas, de donde viene la frase “por San Juan veremos quién tiene casa”.
Evidentemente, una gran fiesta como la del solsticio, cristianizada además con el recuerdo del precursor, no podía celebrarse sin muestras de alegría o sin festejos populares evidentes, independientemente de los ya mencionados del fuego, lustraciones por el agua y recogida de verbena u otras plantas. Por un texto de Vicente Espinel, El escudero Marcos de Obregón, sabemos la costumbre de la Corte Castellana de conmemorar el día de San Juan con festejos taurinos, y el protagonista de la obra se extiende en recuerdos varios de caballeros de su época destacados en el juego de los toros. Especial mención hace del Conde de Villamediana, Juan de Tassis, padre e hijo, que, al decir de Marcos, “entre los dos hacían pedazos un toro a cuchilladas”. Los recuerdos le llegan estando cautivo y precisamente al comprobar que también los moros celebraban la fiesta con grandes alardes. Esta celebración dedicada al profeta Alí -al que los cristianos llaman San Juan Bautista -según hace decir Espinel al moro que tiene cautivo a Marcos de Obregón- nos trae a la memoria un romance en el que se enumeran los pueblos o etnias que tenían la mitad del año como hito a celebrar:
Cuando de bellos cristales
y de aljofaradasperlas
cubre los vistosos campos
la rosada ninfa bella,
celebrando del bautista
aquella solemne fiesta
el ibero, el galo, el indio,
el scita, el libio, el persa...
Sea o no cierta la lista, sí es seguro el interés que despertaron desde la edad media en toda esta zona las fiestas en que eran imprescindibles los juegos de correr los toros por San Juan. En sus Crónicas de Antaño, Benito Valencia Castañeda nos lo recuerda, situando los juegos primero al pie del viejo castillo y después en el patio de la Villa una vez que se derribó la picota. Y también deduce de antiguos documentos que algo muy grave tenía que pasar para que no se corriesen los toros, tal era la importancia que para la población y para los Caballeros de la Hermandad de San Juan Bautista tenía la celebración del nacimiento del precursor de Jesús. Aunque Benito Valencia supone el origen de los juegos taurinos entre el XVI y el XVII, es más que probable que la costumbre se remontase a la edad media. Sabemos, desde las primeras ordenanzas otorgadas a diferentes localidades y por otros escritos y documentos, que había diferentes modos de diversiones taurinas. Las frases "correr toros", "jugar toros", "alancear toros" o "lidiar toros", lo demuestran constantemente. Cuando se decía "jugar toros", la palabra estaba tomada en el sentido del "jocus" latino, que significaba diversión. Había pues una intención de entretenerse, de distraerse en el hecho, que predominaba sobre el espectáculo mismo. Ese carácter festivo queda confirmado por la circunstancia de que los regocijos taurinos siempre estaban unidos a las celebraciones patronales, en el caso de Rioseco la de San Juan Bautista, pero también a hitos destacados del calendario anual como el Corpus. Como excepción, pero excepción importante en el pasado, cabría hablar de los votos de villa, días en que se conmemoraba la ocasión en que el pueblo o localidad fue salvado de alguna catástrofe por Dios, la Virgen o algún santo. Contra la costumbre de adornar esta fiesta con toros, todo hay que decirlo, se manifestó la Iglesia muy frecuentemente, pues a menudo llegaban a tener más importancia los toros que el propio voto.
Cuando se habla de "alancear toros" estamos ante una actividad muy conocida y practicada en España, en particular desde la Edad Media: matar a un toro o a un novillo con una lanza o garrocha. No se puede afirmar que fuese siempre espectáculo caballeresco, es decir, realizado desde una montura. El Poema de Fernán Gonzalez diferencia las actividades festivas por clases sociales:
Alanceaban los tablados todos los caballeros
y a tablas y castanes jugaban los escuderos
de otra parte mataban los toros los monteros
había ahí muchas cítolas y muchos violeros .
Lo cual parece indicar que los monteros a pie eran, primitivamente, los encargados de desjarretar y matar a los toros, al ser considerados éstos animales feroces. Encargados habitualmente de acabar con bestias salvajes de monte, lo que se llamaba "salvagina", probablemente se pensó que su oficio y habilidad podía reportar una diversión al pueblo, ese mismo que, una vez terminado el trabajo de los profesionales, se echaría al coso para terminar caóticamente lo iniciado por aquellos. El alancear toros a caballo supongo que fue, pues, algo posterior y, desde luego, una diversión que sólo se atrevía a practicar el estado noble o los hidalgos, es decir aquellos que podían poseer y montar un caballo. Que fue un auténtico espectáculo, esto es, algo que todo el público podía contemplar, admirar e incluso padecer, es algo obvio; algunos romances recuerdan la forma en que se enfrentaban en la plaza caballero y toro, con la presencia no deseada de espontáneos; así cuenta un antiguo romance cómo iba dejando el toro malheridos a quienes no tenían la habilidad o la suerte de retirarse a tiempo de su camino:
Al entrar en la carrera/ que a la corta, que a la larga,
le echan a don Pedro un toro/ de los grandes del Jarama.
Negro era como la endrina/ la cara arremolinada
la punta del cuerno agudo/ la gente desmorcillaba...
Luego había aficionados en el coso. Nos lo confirma otra versión de este mismo romance en el que se hace el despejo del coso para que salga Don Pedro a alancear:
Sueltan a la plaza un toro,/ su rigoridad espanta
caballeros y toreros/ todos de la plaza marchan
como no fuera don Pedro/ que le esperó cara a cara.
El toro se dio al caballo/ don Pedro tiró la lanza
sobre el tan famoso toro/ y el toro muerto quedaba.
En las Crónicas de Benito Valencia, sean creativas o no, se habla del Conde de Melgar, primogénito del Almirante, como patrono de la hermandad de los Caballeros de San Juan Bautista, que no sólo hacía una solemne procesión a caballo por la rúa de Castro y barrio de San Pedro hasta la ermita de San Juan, sino que se ocupaba de organizar los juegos de toros y de cañas que se habían de celebrar por la tarde. A esa hermandad, previsiblemente formada por caballeros de la Orden de San Juan Bautista, llamada después de Malta, pertenecían, según Benito Valencia, “algunos vástagos de preclaras estirpes y llevadores de los títulos más ilustres de Castilla”. La Orden, de antiquísimo origen -fue instituida hacia 1104- fue la heredera de la Orden del Temple y luego pasó a denominarse Religión de San Juan de Malta en 1530, fecha en la que el emperador Carlos V hizo donación a estos caballeros de la isla de Malta después de ser expulsados de Rodas por el Turco.
En fin, que San Juan Bautista era festejado adecuadamente antes y después de que “la queda”, o campana de la torre de Santa Cruz, que anunciaba que se acababa el día, hiciese que se despejasen los tablados, balcones y ventanas para esperar otra jornada.
Como decía Gustavo Martín Garzo en el pregón de las fiestas del pasado año, en Rioseco, tocado por la magia del agua, está más que justificado que se celebre la fiesta patronal el día en que San Juan, iniciador del bautismo con agua cristiano, abre el verano unificando ritos y regalándonos la maravilla de una naturaleza feraz. Aunque se ha estudiado mucho la personalidad de los dos Juanes, el Bautista y el Evangelista, todavía hay dudas acerca de sus dos personalidades tan opuestas y tan cercanas sin embargo. Una leyenda medieval, incluso, les enfrentaba innecesariamente: dos doctores en teología, por aquello de discutir, quisieron demostrar ante el pueblo que cada uno defendía al mejor santo. La noche anterior al gran enfrentamiento, el Bautista se apareció a su devoto y el Evangelista al suyo para decirles: si nosotros nos llevamos tan bien en el cielo ¿porqué nos enfrentáis vosotros en la tierra? Por eso y por muchas cosas más tiene visos de realidad la hipótesis de que ambos, el precursor y el autor de la Apocalipsis, hayan sustituido al Jano bifronte que era un Dios tan importante para los comienzos y los finales en la antigua religión romana.
Medina de Rioseco tiene, los Riosecanos lo saben bien, la personalidad de Jano: de un lado mira al pasado, glorioso y monumental, a la historia marcada por el destino y la economía, por la nobleza y el pueblo llano, por la guerra y la paz, y del otro contempla un futuro tan cierto y próspero como lo deseen hoy sus habitantes. Todos esos habitantes a los que agradezco la atención y deseo, de todo corazón, las fiestas más divertidas y positivas. Felicidad para todos y muchas gracias.