Joaquín Díaz

PRESENTACIÓN DE TOMÁS GARCÍA YEBRA


PRESENTACIÓN DE TOMÁS GARCÍA YEBRA

Publicación de una novela sobre Larra

20-05-2008



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Para mí constituye un gran placer poder presentar esta tarde a Tomás García Yebra. Para hacerlo, sin embargo, debo remontarme en el tiempo unos quince años y contar una anécdota curiosa de la que procede nuestra amistad. Andaba yo por entonces embarcado en un navío recién salido del astillero llamado Urueña y todavía navegando por el mar de la tranquilidad cuando descubrí en un semanario de gran tirada un precioso artículo sobre la Villa y las pocas gentes que habitábamos entonces por allí. Lo firmaba un tal Percy Hopewell y su perfil parecía responder a uno de esos “curiosos impertinentes” ingleses que recorrieron España durante el siglo XIX dejando un buen recuerdo en el país, descubriendo nuestras virtudes y ayudándonos a reflexionar sobre nuestros defectos. El tal Percy Hopewell hablaba de la zona como un experto viajero, describía lugares, enclaves y aldeas cercanas como si las hubiera estudiado a fondo y terminaba relatando un encuentro fortuito conmigo en el único bar entonces existente, durante el cual nos habíamos echado al coleto unos tragos de vino entreverados con torreznos del país mientras charlábamos amigablemente. Precisamente de una parte de esa charla, la que se refería al encuentro de Juan de Austria con Felipe II –encuentro que siempre defendí que se produjo en un palacito situado dentro de la finca de La Santa Espina y no en medio del monte como había escrito el padre Coloma-, de una parte de esa charla, digo, se derivaron las primeras críticas infundadas y gratuitas a cosas que se supone que yo había hecho o dicho aunque no fuera así, situación a la que he tenido que acostumbrarme después, llegándome a sentir a veces como muñeco de pim pam pum. En la entrevista, en forma de diálogo, yo hablaba de los dos “hermanastros” y daba algunas razones por las que suponía que el encuentro había tenido lugar cerca de Urueña. A los dos días de la publicación del artículo recibí, entre otras muchas cosas que mencionaré ahora, una carta “anónima, pero desde Villagarcía”, que deduje sería de un jubilado en estado de permanente cabreo, porque en ella se me tildaba de ignorante y de impostor por haber llamado hermanastros al rey y a su hermano bastardo. Quise enviar al Norte de Castilla un articulito explicando el error pero, como en alguna otra ocasión, me pudo la prudencia y dejé las excusas nonatas. Sin embargo, ya que la ocasión lo permite hoy, daré lectura a alguna de aquellas líneas con las que pretendía simplemente deshacer el entuerto.
“Hace pocos días apareció en el suplemento del Norte de Castilla una información sobre una ruta turística recomendable en la que se incluía a Urueña. El autor del artículo, que firma Percy Hopewell –sin duda seudónimo tras el que se esconde un alma romática y soñadora como la de tantos viajeros que nos visitaron durante el siglo XIX- inventa en el texto una divertida conversación conmigo en la que va sacando de mentira verdad pues pone en mi boca todas las posibilidades turísticas de la zona que, no necesito decirlo, son muchas. Sin embargo, al incluir el teléfono del Centro Etnográfico con el saludable fin de que quienes lo deseen realicen consultas de horarios, ha abierto las puertas del infierno de Dante: he comenzado a recibir llamadas de antiguos amigos –de los que había huído pertinentemente- que quieren recuperar el contacto perdido, de nuevas amistades que tienen curiosidad por saber cómo soy y por qué razón me he venido al fin del mundo, de poetas que me quieren leer sus obras completas, de locos muy serios que me preguntan porqué doña Juana se quedó en Tordesillas, de niños que me sueltan un “que dice mi mamá que cantas muy bien” antes de colgar…Lo más gracioso, sin embargo, me ha llegado en forma de anónimo escueto que, con la excusa de una de las frases que dice Hopewell que he pronunciado, ha acudido a desasnarme generosamente. Decía un maestro del que aprendí muchas cosas que “El método racional y lo que en él se contiene / de racional sólo tiene, lo que tiene de animal”, frase con la que prevenía del uso indebido de la razón en las ocasiones en que no es necesario, pues malversando tan rico don en pequeñeces de grueso calibre acabaremos, como él concluía “llamando rabones a los mulos cuando no tienen pelos en los culos”. Sólo Dios podría contestar a mi anónimo comunicante si Juan y Felipe eran hermanastros, o hermanos consanguíneos, o de padre, o medio hermanos, pues creo recordar que ni siquiera el nombre de la madre de Jeromín ha sido un dato seguro, aventurando algunos historiadores que la Blomberg no era sino una tapadera de más alta olla…”
Hasta aquí el texto que no salió nunca del ordenador. En fin, aquél fue un buen motivo para tratar de descubrir quién se escondía detrás del seudónimo inglés y, tras algunas indagaciones pertinentes, salió a relucir el nombre de Tomás García Yebra. Tomás se acercó un día a Urueña –ahora sí- y de aquel encuentro surgió la posibilidad de prologarle un libro sobre las Navas del Marqués en el que, a través de historias y datos tomados del natural el autor nos acercaba a la población abulense con las armas de la emoción y de su propia vinculación al lugar. Finalmente Jesús, nuestro librero de confianza, me advirtió recientemente de la salida de su última obra”Los crímenes del Museo del Prado”, cuya presentación es la que hoy nos ha reunido aquí. Naturalmente que “quien da lo que tiene no está obligado a más” y al no ser yo crítico literario ni experto en novela me quedo simplemente con el placer que me ha causado la lectura de un texto en el que –y en esto coincido plenamente con el breve párrafo que aparece en contraportada- el humor y la parodia son las claves desde las que García Yebra bombardea con artillería pesada las posiciones de la banalidad y la intrascendencia en que se ha encastillado desde hace algo más de medio siglo una buena parte de la sociedad española. Por eso no es gratuito que los protagonistas se apelliden Larra y Kapa, dos símbolos de la palabra y de la imagen en los que Tomás pone el acento a la hora de encomendar y repartir magisterios. No sé si Larra fue, como ahora se dice, un maestro de periodistas –ni siquiera si hubiese querido serlo- pero lo cierto es que la forma e intención de sus artículos no sólo crearon escuela sino que fueron responsables de la iniciación del fenómeno del compromiso en esa literatura breve y cotidiana que constituyó el periodismo de los dos últimos siglos. Tampoco me atrevería a asegurar si Larra murió por España o por el amor de una mujer, como ahora se discute, pero lo cierto es que vivió preocupado por ambas cosas y que ambas cosas y tal vez alguna más le ayudaron a mover el dedo que apretó el gatillo de su arma.
Sin embargo el espíritu al que Tomás hace deambular por su novela, a pesar del aparente anacronismo, es un espíritu que se resiste a morir, el de la rebeldía. Rebeldía contra lo superficial cuando se disfraza de trascendencia; rebeldía contra la sinrazón y la autoridad mal entendida; rebeldía contra la desidia, contra el esperpento oficializado, contra la mentira mala. Porque la ficción, la ficcionalidad como ahora se dice, es parte integrante de la literatura y parte por cierto muy necesaria. Pero quien nos transmite esa ficción debe ser un personaje convincente, no un cantamañanas. “Donde no hay publicidad resplandece la verdad” rezaba el lema de la Codorniz. Así se lo hace decir Tomás a Larra, desesperado por la falta de alternativa a ese camino único del sensacionalismo diario: “Si dices que la sonrisa de la Gioconda es una sonrisa como otra cualquiera, no le interesa a nadie. Pero si te vuelves creativo y titulas “La Gioconda sonríe porque estaba embarazada”, la gente, entonces, devora lo que escribes. Que sea verdad resulta secundario…”
Tomás, pese a los años de profesión y al roce diario con la deprimente actualidad no se acostumbra a la mentira, y menos, por supuesto, si es mala. Con humor, con oficio, con habilidad creativa, con ironía, ha creado una novela de suspense en la que estamos todos suspendidos porque estamos todos reflejados.