12-07-1990
Al comenzar a preparar este artículo me preguntaba si podría evitar el amparo o la solución fácil de los tópicos, tan abundantes y tan estériles para éste como para cualquier tema. Se habla (y creo que sin razón) de épocas oscuras -cierto que unas lo han sido más que otras-, de paganismo -como si sólo los paganos pudiesen tener una deidad que simbolizara la pasión amorosa-, o de zafiedad, para referirse a la escasez de coplas acerca de este asunto, a su origen antiguo y por tanto presuntamente "salvaje" o a la impresión desagradable que puede provocar en algunas audiencias actuales la escucha de determinados términos, fuera del ámbito y del momento que los propiciaron. Cierto que los paganos (y no olvidemos que ese término ya sugiere lo rural y por tanto lo conservador) ya conocieron y apreciaron el mundo de la sensualidad, pero no hicieron de él, como vendría a hacer después el Cristianismo, una fuerza contraria a lo espiritual (1) y por tanto algo que debía ser rechazado esencialmente o puesto en cuarentena por contagioso y contaminante. No se crea, sin embargo, que defiendo ese tipo de insulsa libertad exenta de un acicate tan fecundo para la creación como la censura. ¿Qué habría sido de la literatura sin ese obstáculo que, aun siendo un evidente estorbo, contribuyó en tantas ocasiones a elevar el nivel imaginativo o a utilizar el ingenio aplicando eufemismos y metáforas allí donde no era posible decir directamente lo que se quería? ¿Qué sería de los cuentos y canciones tradicionales sin esas referencias a los comportamientos no ejemplares de frailes y monjas; sin esas veladas alusiones a zonas o miembros del cuerpo humano cuya simple recordación decían que empecataba? Bienvenidas sean, pues, las prohibiciones si existe la posibilidad de sortearlas con ironía y desenfado. Soy partidario, por tanto, de la imaginación y del talento creativo que genera la transgresión inteligente, aunque no del uso (más bien abuso) que se hace en estos tiempos de aquellas coplas, canciones o romances que, pasado ya el momento adecuado para su utilización, incurren en el mal gusto y devalúan un producto tan fresco como original.
Para adentrarnos en el mundo del folklore y conocer mejor la importancia del erotismo en ese entorno convendría detenernos antes en los umbrales de lo tradicional y recordar los mecanismos que hacen posible el milagro de un repertorio antiguo y al mismo tiempo moderno, que hunda sus raíces en el tiempo y que, sin embargo, retoñe cíclicamente. Pese a la fuerza que todavía tiene, sobre todo entre algunos estudiosos, lo romántico, van imponiéndose día a día criterios más racionales a la hora de contemplar el proceso de creación y difusión de coplas y canciones. La introdución de elementos novedosos en el repertorio tradicional ha existido siempre, pese a lo que piensen algunos puristas mal informados, si bien la asimilación del nuevo material se producía antes de forma paulatina y sin excesivas presiones; el predominio del repertorio antiguo sobre el moderno controlaba, por medio de un inteligente y eficaz desequilibrio, las incorporaciones de material, de modo que lo nuevo nunca llegaba a ahogar a lo ya contrastado por el tiempo y el uso. Tanto la conservación como la introducción de novedades dependía, fundamentalmente, de una persona a la que se le podría conceder el grado de especialista, aunque ello provoque el rechazo de quienes prefieren, por comodidad, seguir pensando en un tipo de creación colectiva. La creación es, naturalmente, individual y tanto la calidad como el grado de originalidad dependen, por lo general, de la persona que ejecuta ese acto; una vez que el tema se ha inventado existe una recreación cuyo resultado sí que se podría denominar colectivo, en el sentido de que es variado o alterado por diferentes individuos de una colectividad. Las versiones, con sus correspondientes variantes, van dando fuerza así a un material que nace de una mente singular, pero que sólo adquiere el sello de lo representativo en la difusión y uso colectivos.
Creo, pues, que todos los ejemplos que voy a ofrecer tienen su toque individual, verdad de Perogrullo que no merecería ser comentada si no fuera acompañada de la advertencia correspondiente: El individuo que los ha producido es un especialista en ese tipo de creación, con un grado de preparación o conocimiento superior al que suele tener la mayoría de individuos de la comunidad en que vive y desarrolla su actividad. Esto lo vamos a comprobar observando el elevado número de recursos, metáforas y símbolos que aparecerán en las muestras que he seleccionado y que iré comentando. Hay, por supuesto, imitaciones de los clásicos; hay, también, atinadas "vueltas a lo erótico" de versos que nada tenían que ver con lo sensual; pero hay, finalmente, un caudal abundantísimo de términos certeros que dan como resultado estrofas cuya autoría sólo se puede atribuir a un vate versado e ingenioso capaz de condensar o describir en pocos versos aquello que va a provocar o ya ha provocado la pasión amorosa.
Para empezar, vamos a repasar los elementos que constituyen o pueden constituir la fuente de inspiración para ese poeta aparionado; tras la consulta de una completa bibliogradía y de un considerable archivo sonoro he podido constatar que el cuerpo humano, y en particular algunas zonas consideradas tradicionalmente en nuestra civilización como erógenas, predomina ampliamente sobre cualquier otro tema, aunque no podemos echar en olvido las prendas que, por su proximidad o roce con las susodichas zonas, despiertan la imaginación y ayudan a inspirarse.
Sobre el cuerpo, considerado de forma global, he seleccionado dos muestras, ambas con gran tradición:
El cuerpo de una mujer/ es parecido a una huerta
que tiene la noria en medio/ y el perejil a la puerta.
El frescor y la privacidad son dos cualidades que veremos referidas al órgano sexual femenino a lo largo de la exposición y que, parece, lo hacen más apetecible a los ojos del varón; el huerto como algo privado y recóndito y la noria regando y transmitiendo una sensación de humedad y limpieza; en lo que respecta al perejil comparado con el vello pubiano, ya veremos algún otro caso más adelante.
El segundo ejemplo pertenece a un texto difundido a través de pliegos por toda la geografía septentrional española, que responde al título de "El jilguero"; con desparpajo, el autor lanza un alegato en contra del matrimonio legalmente constituido y, con un machismo rayano en la misoginia, concluye que la mujer no tiene firmeza y que sólo es capaz de responder a los impulsos del hombre. El fragmento es éste:
Mientras he estado en la iglesia/ no he estado atento a la misa
que he estado mirando atento/ aquella nieve maciza. (2)
Lo macizo, por sólido y duro, se ajusta a una de las cualidades del cuerpo de la mujer preferidas por los hombres: la carne apretada. Por otra parte lo ebúrneo, lo marfileño, lo nacarino, lo níveo, despiertan asimismo el apetito por su cualidad de blancos y, consiguientemente, de ocultos al sol y por tanto a las miradas; de nuevo el atractivo de poseer lo que otros no pueden.
Las creaciones sobre el pelo, la cara, los labios, etc, abundan, si bien no suelen tener otra intención que la de describir la belleza y el encanto de esas partes, que se convierten así en motivos de admiración. Ojos negros, pestañas negras y largas, pelo moreno o rubio, van formando el retrato ideal de la amada sin más. Hay casos excepcionales, como el de Delgadina, por ejemplo, en el que la cara de la joven despierta la líbido del padre:
-Qué me mira, padre mío,/ qué me mira usté a la cara?.
-Te miro yo Delgadina/ que has de ser mi enamorada.
Inclinación que se ve confirmada posteriormente por una frase de la propia madre de Delgadina cuando dice:
que por tu cara bonita/ me encuentro yo malcasada...
Otro romance incestuoso, el de Amnón y Tamar, repite el caso:
Si eres mi hermana, que seas,/no haber nacido tan guapa...
Lo que nos hace pensar en un posible pudor del poeta que describe, sí, el incesto, pero no se atreve a imaginar que la causa haya sido otra que una interpretación desviada o enfermiza de esa mirada, teóricamente pura, con que suelen observarse los consanguíneos.
Desviación cercana al fetichismo parece ser también la expresada en aquel estribillo que dice:
Esos peines que peinan tu pelo/no son de oro que son de cristal,
cada vez que les miro y les veo/ se me van (siete veces).
Se me van las cabras al sembrado/sale el guarda y me denuncia a mí,
tós los casos que a mí me suceden/ es por ti (siete veces).
Irse las cabras es expresión antigua para describir la eyaculación involuntaria:
Al pasar el arroyo/ te vi las bragas
y como eran verdes/ se me fueron las cabras.
Camilo José Cela recurre a un poema de Bretón de los Herreros para ilustrar la frase en su Diccionario del erotismo (3):
Me abalanzo a la linda zagala/anhelando saber si era virgen
la remango con fiera sintaxis/hasta hallar de la orina el origen
ella grita, cocea y patea/y las cabras se van en el ínterin.
Pero como digo el pelo, los ojos, la nariz, los dientes, e incluso los labios suelen generar una lírica blanda y habitualmente exenta de erotismo. Por ejemplo, los versos
Un pajarito alegre/ picó en tu boca
pensando que tus labios/ eran dos rosas (4)
comparan el aroma de la flor, tal vez el color o la dulzura, con la boca de la amada; en estos otros, sin embargo, ya se puede atisbar un impulso erótico:
Ayer te vi presinar/ mis ojos fueron testigos;
quién te pudiera besar/ donde dices "enemigos"
constituyendo el simple acto de persignarse y rozar la comisura de los labios con los dedos en forma de cruz, un estímulo para la imaginación del poeta.
Otro caso distinto es el de los pechos, siempre en plural como es lógico, excepto cuando se quiere describir poéticamente el espacio físico que da albergue al sentimiento. Los pechos, sobre todo los de piel delicada, despiertan el deseo:
Quién fuera clavito de oro/ donde cuelgas el candil
para ver tus pechos finos/ cuando te vas a dormir.
En cuanto a las formas, creo que se prefieren las opulentas
Esas tus dos tetas/ son dos fuentes de agua
donde yo bebiera/ si tu me dejaras
seguramente porque es una parte del cuerpo que distingue claramente a un hombre de una mujer, y por tanto un símbolo netamente femenino además de una fuente de placer para el varón. Por eso, cuando el instrumentista que toca el pandero es un hombre (cosa que ciertamente no es habitual) quiere dejar clara tal circunstancia con una seguidilla como ésta:
Como no tengo tetas/ como vosotras
se me cae el pandero/ hasta las pelotas (5)
Son por tanto los pechos prominencias que diversifican los sexos y también dulce almohada para la cabeza cansada del amado; así al menos parece proponerlo la dama que tienta al rústico pastor con sus encantos físicos en aquel famoso romance:
Pastor que estás en el monte/ y duermes con los helechos
si te casaras conmigo/ durmieras entre mis pechos...
oferta que no parece suficiente al pastor para abandonar su ganado, ni aunque se la den adobada con los atractivos añadidos de la blancura o de la primicia:
Mira qué pechos más blancos/ que jamás han dado leche.
Contesta el buen del pastor:/-A un perro que se los eches (6)
Otro aspecto formal que parece caracterizar a la mujer es el de la cintura estrecha
Esa tu cintura/ delgadita y fina
parece la vara/ que es de la justicia (7)
Las mozas, que conocen el gusto de los mozos
Dicen que no me quieres/ porque no tengo
la cintura delgada/ y el pelo negro (8)
se esfuerzan por ajustar las prendas para estrechar el talle y dar prominencia al busto, cualidades que, junto con la flexibilidad, parecen despertar en el vate rural los más encendidos elogios
Al pasar el río, madre,/ me agarré de una mimbrera,
mejor me hubiera agarrado/ de una mocita soltera (9).
La vara de mimbre es, pues, la metáfora más frecuente y feliz para describir el talle de una mujer
Tu talle madama/ criado en ribera
todos van a verle/ en la primavera
aunque la dama misma, cuando crea poesía recurre a un tópico similar para definir el tipo de cintura que prefiere en el varón: fina y estilizada.
Dama que sale al balcón/ y luego se mete dentro
hace pecar a los hombres/ en el sexto mandamiento.
¿Qué tendrá la imaginación que funciona mejor cuanto menos ve? El deseo se acrecienta al impulso de las figuraciones
Quién fuera clavito de oro/ donde cuelgas el candil
para verte desnudar/ y a la mañana vestir,
anhelo que toma forma e invita a especular
Ya sé que estás en la cama/ ya sé que durmiendo no
ya sé que tienes la mano/ donde el pensamiento yo,
acrecentado a veces por la ilusión del premio ansiado
La noche que voy a verte/ siempre voy con alegría
porque voy con la esperanza/ de ser tuyo y tú ser mia.
Me atrevería a asegurar, sin embargo, que la emoción del cortejo, el juego amoroso, es, por lo menos, tan atractivo como el propio fin que se va persiguiendo.
Ya estamos llegando/a partes ocultas
y ahí quiero llegar/si no te disgusta.
Y ahí vamos a llegar indefectiblemente, pues es tan abundante el número de términos con que se describen las partes del aparato genital, tanto el femenino como el masculino, que es motivo de parada forzosa y fonda gozosa.
Y empezaremos por comentar uno de los sobrenombres más frecuentes con que se conoce la vulva, el conejo, tal vez por semejanza externa, como apunta Cela en su Diccionario (10), tal vez -diría yo también- por la similitud entre las armas que dan muerte y vida a ambos
Mi mujer me lo decía/-¿Cuándo te volverás viejo
que no quiero que le tires/tantos tiros al conejo? (11)
o incluso, al menos, por la reminiscencia cinegética que lleva aparejado el empeño por llegar a la pieza e intentar cobrarla
¿Quiere usté cuidarme/un huerto que tengo
que aunque no es muy grande/tampoco es pequeño
en el cual se crían/bastantes conejos
y toditos salen/con el rabo tieso? (12)
Y es que este animal, por animal, por lo peludo, por lo juguetón, por el movimiento de su hocico al roer y por la facilidad con que endereza el rabo en circunstancias extraordinarias, bien se ha ganado la comparación desde el tiempo de los latinos, quienes, para más abundamiento, encontraron un encadenamiento fónico entre cunnus y cunniculus.
Ahí lo tienes a medio pelar/el conejo bajo el delantal.
El delantal, emblema protector para ella y atolladero para él donde se detienen los impulsos y se vislumbra el espejismo
Debajo del delantal/tienes un pulido tordo (de nuevo el animal)
las alas las lleva negras/y el pico lo lleva rojo.
Y es que son muchas las ocasiones en que el color sugiere fantasías. No por otra razón surge esta especie de trabalenguas
La Tomasa cuando amasa/sin chaqueta y sin jubón
se echa pedos en la masa/y se rasca el pimentón (13)
que refrenda esta otra copla:
Una vieja muy revieja/más vieja que san Antón
llevaba las uñas rojas/de rascarse el pimentón.
Pues es el color, insisto, el que sugiere la equiparación, y no el hecho de ser el pimentón el polvo que se obtiene de machacar el pimiento seco. Ejemplos no faltan, eso sí que es cierto, en que los frutos de la tierra, por su configuración o por su frescura y lozanía, invitan al símil:
En el medio de este pueblo/hay una lechuga de oro,
pena de la vida tiene/el que se coma el cogollo.
Es el cogollo, pues, en el sentido de parte central -por tanto importante- y más tierna de la planta, el colmo de la apetencia, aunque sólo sea en la ficción:
En medio de este aposento/hay una lechuga de oro,
con permiso de sus padres/voy a cortarle el cogollo.
-El cogollo cortarás,/majo, de la fantasía;
el cogollo cortarás/pero la lechuga es mia (14).
De modo que, así como el cogollo significa la exquisitez deleitosa,
En tu huerto me senté/a comer una lechuga
y en el cogollo encontré/lo mejor de la verdura,
también la antítesis de lo sabroso y fresco tiene cabida, cuando lo requiere el guión, en una copla tradicional, provocando el consiguiente rechazo:
Quien te comió la lechuga/que te pague la ensalada,
no es justo que yo te pague/lechuga tan deshojada (15).
Pasemos por alto el tomate y otros productos hortícolas, como el perejil, que son, según vimos antes, referencia obligada cuando se quiere sugerir lo regado y lo fértil
Dámelo perejilera/que te lo vengo a pedir
que tengo la salsa puesta/y me falta el perejil (16).
No sólo por estas cualidades sino por su dulzura, se compara al órgano femenino con otras frutas azucaradas
A tu madre le he visto/la tomatera
a tu padre el pepino/y a ti la pera.
o
Tu madre me pegó un palo/tras el palo dos patadas
porque me pilló contigo/comiendo brevas peladas.
Las uvas, por ejemplo, son también, tal vez porque su jugo vigoriza y reanima, objeto de comparación:
Debajo del delantal/tienes un racimo de uvas
con permiso de tus padres/voy a ver si están maduras (17)
Naturalmente por extensión la parra y el majuelo tienen el mismo tratamiento:
Tu madre me quiere mucho/porque le guardo la viña,
no sabe la pobre vieja/que soy el que la vendimia.
Tal vez por eso, desde antiguo un proverbio convertido en canción dice:
Nadie plante su parra/junto al camino
que viene un pasajero/y coge un racimo.
Coge un racimo/y ¿a qué se obliga?
a vendimiar la parra/toda la vida (18).
En el mismo sentido, aquel romance que dice:
La mujer bonita/majuelo temprano
no todas las uva/se las come el amo (19).
Fruto de la tierra es también, aunque de secano, la cebada, cuya recolección puede revestir en ocasiones una intención erótica:
Aunque no soy segador/morena, me atrevería
a segarte la cebada/que entre las piernas tenías (20)
más aún cuando esa cebada es de senara y por tanto regalo del amo (del ama en el caso del romance de la Bastarda y el segador):
-¿Qué me quiere usté, señora,/que tan deprisa me llama?
-Diga usté, buen segador,/¿puede segar mi senara?
-Esa senara, señora,/¿dónde la tiene sembrada?
-Ni está en cerro ni está en bajo/ ni en callejón ni en cañada
que está entre dos columnas/que la sostiene mi alma.
-Esa senara, señora,/no está para mí el segarla
es para duque o marqués/de los más ricos de España.
-Siégala, buen segador,/que yo te daré la paga.
A la una de la noche/ha echado mano a segarla.
-Diga usté, buen segador,/¿qué tal vamos de senara?
-Ya llevo siete gavillas/y ahora voy con la manada (21).
Otro símil afortunado y frecuente es el que compara la vagina con un pozo, por lo profunda, oscura y fresca:
Algún día fuera yo/ el que tu jardín regaba
y ahora veo que cualquiera/de tu pozo saca agua.
O aquellos versos que recuerdan que la precipitación no es buena para nada:
Debajo del delantal/tienes un pozo muy hondo
donde se cayó mi hermano/con las alforjas al hombro.
O aquellos otros que parecen extraídos de un tratado de topografía:
Todas las mujeres tienen/el ombliguito redondo
y un poquito más abajo/tienen un pozo sin fondo.
Por lo oscuro y lo profundo, a veces se lo compara con una mina:
Una vez que fui minero/y en tu mina trabajé,
otro trabajó primero,/que yo abierta la encontré.
Por lo oscuro y por el recorrido, también a veces es chimenea:
Dicen que Javiera tiene/ un novio de mucho rumbo
ya era hora que saliera/ de esa chimenea humo.
Y solamente por lo lóbrego:
Todas las mujeres tienen/en la tripa un cuarto oscuro
por eso los hombres llevan/una vela junto al culo.
En otras coplas es recipiente con tinta, donde el varón pretende mojar:
Debajo del delantal/tienes un tintero negro
déjame meter la pluma/que soy escribiente nuevo.
Y sólo recipiente en esta otra:
Ay madre que me lo han roto/el cantarillo en la fuente.
Yo no siento el cantarillo/sino qué dirá la gente.
A veces semeja una horma:
Cuando la música toca/ el tambor y los platillos
se les calienta a las mozas/ el molde de hacer chiquillos(22).
O es calzado, donde el varón espera encontrar reposo para su pie cansado, y sólo halla apreturas:
Antes cuando te quería/ te daba zapato de oro;
ahora que ya no te quiero/ chúpale la cola al toro.
No voy insistiendo, por conocidas, en las referencias poéticas que la Edad Media o el Renacimiento podrían aportarnos para estudiar comparativamente la poesía de tradición oral y la de autor o Cancionero conocidos, pero no puedo dejar de recordar, en el caso del calzado (pene o vulva según se recurra a su forma o su funcionalidad) aquel cuento tradicional de La Cenicienta ("La marrana cenicienta", en la tradición peninsular) cuya trama concluye con el episodio del zapato que el príncipe calza por fin a su amada.
Para ir concluyendo este breve glosario mencionaré, sólo de paso, que algunas coplas parecen describir gráficamente el carácter de ambrosía o alimento de los dioses que para el varón puede tener el sexo femenino, tal como se aprecia en este Retrato o Padrenuestro erótico recogido en un pueblo de la provincia de Valladolid:
Ese tu coño/ es de dulce y miel
donde yo bebiera.../ de los siglos,amén.
Para una sociedad cristiana como la nuestra, la sensualidad (ya lo he apuntado) es un vector contrario a la espiritualidad, por ello ha representado lo erótico muy a menudo el papel de lo malo, lo perjudicial, desde el momento en que hace incurrir al individuo -hombre o mujer- en el pecado. En ese sentido se expresan las dos coplas siguientes, la primera de las cuales compuso "Lin, el airoso", rabelista de Reinosa famoso por lo sicalíptico y original de su repertorio:
Las mozucas de Reinosa/ cuando se van a bañar
lo primero que se mojan/es el pecado mortal.
La segunda dice:
Debajo del delantal/tienes el infierno ardiendo
déjame meter la mano/aunque me queme los dedos (23).
Ante esta pasión y este ardor que desafían donjuanescamente la salvación del alma, no desentonará la copla con que termino este apartado:
Si en el quinto no hay perdón/y en el sexto no hay rebaja
ya puede nuestro Señor/llenar el cielo de paja (24).
Sería absurdo pensar que la invención de coplas sobre estos temas fue privilegio del varón, sobre todo teniendo en cuenta que era fundamentalmente en los bailes o veladas donde nacían y se difundían tales versos y que eran también cantoras y pandereteras quienes los creaban e interpretaban; entre los especialistas en el medio rural abundaron y aun predominaron las mujeres, pero sería asimismo injusto achacarles toda la literatura que haya suscitado el aparato genital masculino. Es más, los hallazgos más divertidos llegaban a veces sin esperarlo (y menos aún viniendo de quien venían); es conmovedora la inocencia con que aquel anciano párroco de la comarca donde vivo, para mantener el orden y la circunspección en la procesión, insistía en que las mujeres debían de situarse a los lados bien abiertas y los hombres en el centro con el cirio bien tieso. Ante semejantes recomendaciones uno se explica que hayan aparecido coplas como ésta:
Si quieres vivir alegre/ cásate con un cerero
y verás cómo te pone/la vela en el candelero.
Claro que la vela fue, tradicionalmente, uno de los vocablos preferidos a la hora de denominar metafóricamente al pene, no sólo por su similitud formal y por su ejemplar rigidez, sino por estar compuesta de esperma, que aunque se hubiese extraído de la cabeza del cachalote alumbraría, al fin y al cabo, más de una ilusión venérea.
Por su tiesura y dureza fue también la porra un objeto aludido en multitud de versos, sobre todo teniendo en cuenta la antigua costumbre de utilizar una cayada para declararse, cayada que era introducida en casa de la novia por la gatera o por la ventana; si el palo salía volando a los pocos momentos ya podía despedirse el pretendiente, pero si quedaba dentro tenía los mejores augurios para llevar a buen término el cortejo. A esta circunstancia intencionadamente ambigua se refiere la copla siguiente:
Ayer tarde te metí/ la porra por la gatera
a ver si ya te decides:/ porra dentro o porra fuera.
Por la dureza también y porque penetra, y aquí insistimos en el caso de la mina que ya nos ocupó anteriormente, se compara al pene con un barreno o una barrena.
Estando aforando un tiro/se me torció la barrena
y al acordarme de ti/se me enderezó, morena (25).
Entre los mozos de muchos pueblos castellanos se solía mantener la costumbre de dedicar unos versos ("refranes" los llaman en algunos sitios) los chicos a las chicas el día de san Antón. En Mucientes, pueblo de la provincia de Valladolid, hace años, un especialista inspirado del lugar compuso esta relación:
Adiós san Antón bendito/ y hasta el año venidero
que me guardes a esa chica/para taparla el "bujero";
si no lo tapo con barro/ lo taparé con cemento,
para hacer esos chapuces/necesito poco tiempo;
son pocas las herramientas/que hacen falta para hacerlo:
sólo un buen nivel de bolas/y llevar un buen barreno.
Aún he de mencionar, por su calidad de duro y por su dulce fruto, un árbol que ha sugerido también con frecuencia el parangón:
El cura de Sinovas/ duerme en el suelo
porque rompe las mantas/ con el ciruelo (26).
Todavía recuerdo que, entre los versos sicalípticos con que se excitaban nuestras mentes colegiales, estaban estos que voy a leer, plagiados de la Venus picaresca por algún amanuense caliente:
Un prior aficionado/a ciruelas, fue de intento
a visitar un convento/de monjas que habían criado
un ciruelo corpulento.
Y las monjas con candor/ viendo que no iban al suelo
al darlas con un pañuelo/preguntaben: -Señor prior
¿le meneamos el ciruelo?
A veces, por el contrario, es la cualidad de elástico lo que sugiere la comparación. Recordemos aquella copla que dice:
Cuando me parió mi madre/me parió encima la artesa
me dejó la tripa fuera/y ahora se me pone tiesa.
La carne embutida ha sido, por razones que no creo preciso explicar pues juzgo al alcance de cualquiera, campo abonado a la hora de establecer paralelismos. Fijémonos en los versos de un pliego de cordel aparecidos a comienzos de siglo titulado "El que metió la cabeza", donde se cuentan las desventuras de un mozo que, vehemente y apasionado, va a rondar a su amada; excitado por las primeras caricias entra en acción olvidando que a ambos les separa una reja (27):
Dando las once en la villa/el mozo se presentó
y se acercó a la ventana/y a su serrana llamó.
La novia estaba despierta/y al momento lo sintió;
corriendo abrió la ventana/y con ansia lo abrazó.
El la dice:-Prenda mía/déjame un rato, por Dios,
que tape yo la ventana/y gozaremos los dos.
Se sacó el novio dos clavos/que en el bolsillo llevó
cogió un canto como un puño/y en la pared los clavó.
Colgó de ellos una manta/y debajo se metió
diciendo a su serranita:/-Ya estamos solos los dos.
Por un cuadro de la reja/él la cabeza metió;
la idea era meter todo/pero el cuerpo no cogió.
Su serranita le dice:/-Ungüento de mi dolor,
si no estuviera la reja/mascaba tu salchichón.
Con las caricias aquellas/el novio se calentó
y se puso tan ardiente/que al momento se voló...
Abro un paréntesis para contar las consecuencias del vuelo: Un herrero tiene que intervenir, con la rechifla consiguiente, para rescatar al intrépido y fogoso mozo:
Tan ensangrentado iba,/el pobre tanto sufrió,
que ya no lo reconoce/la madre que lo parió.
Mencioné antes la escopeta como arma adecuada y preferida por el hombre para dar caza al conejo y traigo ahora a colación el cañón, por ser de acero, por tanto duro, y por disparar:
La noche que me casé/yo creí que me moría
al ver entrar en mi cuerpo/un cañón de artillería.
Por ser de hierro fundido e incluso por utilizarse para dar la campanada, podremos recordar ahora el badajo:
Mozas del barrio de arriba,/mozas del barrio de abajo,
si me enseñáis la campana/yo os enseñaré el badajo (28),
Porque se toca, o porque se usa, muchas veces se le denomina al pene "instrumento":
Junté la tripa con Juana/y le metí el instrumento
ella se quedó eclipsada/y yo me fui tan contento (29).
Con el sentido de algo punzante podrían apuntarse los dos siguientes, aunque por lo rebuscado del primero parece más un recurso forzado por la rima:
Si te pregunta tu madre/ quién te rompió las enaguas
le contestas que tu novio/con la punta del paraguas.
En cuanto al segundo, tal vez se podría atisbar incluso una velada intención satírica, pues el término "pirindolo" tiene connotaciones de adorno:
Esta es la tonadilla/que trajo un fraile,
fraile Francisco,/Francisco fraile,
que descalzo y desnudo/va por la calle.
Dejádmelo solo/con su pirindolo
que lo quiero ver bailar/saltar y brincar
y dar vueltas al aire.
Finalmente, por su simbolismo formal, citaré dos voces más, "rabo" y "nabo", ambas abundantemente utilizadas en este tipo de literatura anfibológica:
El mandil de Carolina/tiene un lagarto pintado
cuando Carolina baila/a Martín le encrispa el rabo...
Acerca del nabo recuerdo un cuento popular que viene muy a propósito pues finaliza con unos versillos cantados que lo mencionan:
"Pues, las monjas de Fuensaldaña tenían un hortelano que no le daba de sí, el hombre, pa pagarles la renta, y lo debía. Y ellas no sabían cómo decírselo, y como era sacristán, "pues se lo vamos a decir por el órgano". Así que la mandadera se lo dijo al sacristán:
-Le van a pedir la renta po`l órgano.
Conque en misa empiezan:
-Hortelanillo que riegas la huerta
hace tres años que no pagas renta.
Y el sacristán contestó
-Si el pepino se me nace
y el nabo se me endereza
el primer agujero que tape
el de usted madre abadesa".
En el mismo sentido, la copla que dice:
A la Rosario/la han encontrado
debajo el puente/pelando nabos,
pelando nabos/cascando nueces
a la Rosario/ya van tres veces (30).
Otros vocablos como "minga":
Cuando paso por tu puerta/tu madre me llama feo
si me lo vuelve a llamar/saco la minga y la meo
procedente del latín o "llave", que tan frecuentemente se utiliza en el refranero y en el romancero con el sentido de pene, objeto férreo que entra en la cerradura, vendrían a completar este breve recorrido, no exhaustivo pero sí bastante significativo, de los términos con que se designan el aparato genital masculino y el femenino. Aún deberíamos tocar (y dicho sea en este caso con perdón de la expresión) los testículos, llamados popularmente "poulain" en francés, "mula" en portugués y "potra" en español:
El cura de Sinovas/ tiene una potra,
cuando monta a caballo/se le alborota (31).
Hemos mencionado ya la voz "pelotas" y daremos dos expresiones más, huevos y colgaduras, amén de la archiconocida "cojones", del latín vulgar "coleo-onis".
Madre, qué contenta estoy/con un nido que he encontrado
que los huevos tienen pelos/y el pájaro está pelado (32).
Vuelvo a utilizar un cuentecillo con sus versos cantados en forma de salmodia para ilustrar el otro término:
"Estos eran unos pintores que estaban pintando un convento, y las monjitas pues todos los días se asomaban a ver cómo iba la obra, y un día, se conoce que uno de los pintores se rasgó el pantalón y como no llevaba nada debajo pues se le veía la cosa. Y dice una novicia a la superiora:
-Madre, ¿qué hacemos?
-Pues se lo vamos a decir por el órgano.
Y empiezan:
-Al señor de las pinturas
se le ven las colgaduras...
Se le ven las colgaduras
al señor de las pinturas...
Y se vuelve el pintor y dice:
-Para decir que se me ven los cojones
no hacen falta tantas relaciones".
Aún nos quedan dos partes del cuerpo, el culo y las piernas, susceptibles ambas de suscitar emociones eróticas:
Una moza fregando/dijo al puchero:
-Ojala te volvieras/mozo soltero.
Y el puchero la dijo/con disimulo:
Ahí está el estropajo,/límpiame el culo (33).
La canción del retrato compara las piernas de una mujer con firmes columnas donde reposa el tronco:
Esos tus dos muslos/son de oro macizo
donde se sostiene/todo el artificio (34).
Otras coplas son menos delicadas:
Tus piernas son dos pilares/en medio una fuente mana
donde bebe mi caballo/cuando le vienen la ganas.
En cualquier caso, las piernas son una excusa referencial como lo podría ser la cintura en aquellos otros versos que dicen:
Si te duele la cabeza/arrímate a mi cintura
que tengo un medicamento/que todos los males cura.
Son, como digo, subterfugios para acercarse con la imaginación al lugar deseado:
Esta noche va a nevar/que tiene cerco la luna
esta noche va a nevar/entre las piernas de alguna.
No he aludido aún, pero creo que este es el momento adecuado, a las muchas coplas que hacen referencia equívoca al coito; además de la recientemente mencionada en la que se utiliza la palabra nevar como metáfora, ofrezco estas otras:
"Polvo":
El primer polvo que eché/se lo eché a la molinera
como era la primer vez/la mitad se lo eché fuera (35).
Polvo que tiene mucho que ver con el concepto "moler", también usado para la misma función.
"Montar":
Merenciana, Merenciana,/ vergüenza te había de dar
que sin llegar a quince años/ ya te has dejado montar (36).
Con significado similar:
Es tanto lo que quiero/yo a mi Bernarda
que si se vuelve burra/me vuelvo albarda
sólo por ir encima/de mi Bernarda (37).
"Clavar":
Si Jesucristo murió/por tres clavos solamente
¿como no muere tu hermana/que la clava tanta gente?
"Empampirolar":
Buenos días cabrerillo/de mi corazón
aquí te lo traigo/pa tu diversión.
Rampampiroliroli/rampampirolirola...
Tengo las cabras en la majada/y las tengo que ordeñar
y no te lo puedo/empampirolar...
"Joder":
Encima de tu tejado/un tejo vi relucir
nadie con el tejo daba/y yo con el tejo di.
Creo que la atracción que el hombre siente (y recalco lo del hombre) hacia algunas prendas de vestir de la mujer que rozan zonas íntimas, no puede en rigor calificarse de fetichismo, pues tales prendas, por lo general, no son sino un medio para dejar volar la fantasía y no constituyen en sí mismas una fijación enfermiza; son, eso sí, limitaciones primitivas que mediatizan la líbido en un objeto aunque el deseo final sea otro. Recorramos rápidamente esos objetos y vayamos ejemplificando; de arriba abajo:
"Justillo":
Quién fuera cordón verde/de tu justillo
para entrar en tu cuarto/y dormir contigo (38).
"Enaguas":
Yendo por el monte arriba/pensando en las tus enaguas
me puse a tocar la gaita/y se me fueron las cabras.
"Medias":
Ayer bailando contigo/te vi las medias azules
y un poquito más arriba/sábado domingo y lunes.
Con una buena media/y un buen zapato
hace una madrileña/pecar a un santo.
"Cenojiles":
Cada vez que te veo/los cenojiles
se me ponen los ojos/como candiles.
"Ligas":
Portalito de la iglesia/cuántas ligas habrás visto
cuántos pecados mortales/habrás cometido a Cristo.
En lo que respecta a las prendas del varón son menos frecuentes y menos referentes; se habla mucho de la faja, del chaleco, del sombrero, pero rara vez de prendas íntimas:
El cura de Perales/ y el de Marquillos
se juegan a las tabas/los calzoncillos (39).
Del mismo modo que un objeto puede constituir motivo de erotismo, un lugar o una ocasión pueden ayudar a la imaginación o encender más vivamente el deseo. Las historias sobre cántaros rotos en la fuente dejaron en el inconsciente una prevención que se ve reflejada en ciertos relatos tradicionales, pero la pasión se inflama aún más con las prohibiciones o el miedo al castigo; la fuerza oculta, invisible, que genera la sola intuición de lo sensual, el más leve asomo de cualquiera de sus síntomas, es más fascinante o perturbador que la rueda de relatos sobre impedimentos y tabúes: cuidado con el agua que preña; atención a los lagartos y sapos que merodean por las peñas y las pozas; ojo con las zarzas de los caminos que conducen a la fuente porque se puede manchar la camisa de sangre...
Mentir sí, hija,/pero no tanto,
que la zarza/no pica tan alto
dice un cantarcillo que todavía se utiliza para las danzas de palos en Castilla.
El baile es otro enclave fundamental en el que anhelos, miradas cómplices y sentimientos contrarios, encienden y acaloran; sobre todo a partir de la invasión que supuso el baile agarrao, canallesco para algunos párrocos cuyas advertencias y recomendaciones debieron de inspirar coplas como ésta que recogí hace tres décadas en Brañosera:
Las mocitas de Brañosera/ya no bailan más
porque dicen que en el baile/está Satanás.
Eso del baile agarrado/la Iglesia lo ha condenado,
que lo baile Lucifer/y los que se van con él;
muera el agarrado/que es plaga social
y deja en el hombre/pecado mortal.
Antes por ir a verte/paseos daba
y ahora por no verte/vuelvo la cara;
que no lo bailes más/mocita del lugar
ese baile agarrado/que es un baile infernal.
No es nuevo lo de considerar a la música o a la danza como un poder demoníaco que envuelve a la Humanidad en los lazos seductores de la angustia con todo el poder excitante del deleite. Pero ¿por qué han de cargar el baile o la mujer con los resultados de la incontinencia del varón? A cada cual lo suyo y denunciemos, por injustas, coplas como ésta:
La primera la hizo Dios/ y esa engañó al padre Adán,
cuando a esa la hizo Dios,/las demás cómo serán (40).
El lugar puede ser una excusa, pero nunca el motivo fundamental del erotismo, porque espacio más santo que la iglesia no le hallaremos y sin embargo la tradición de romances como el de "La bella en misa" nos recuerda hasta qué punto puede distraer la belleza. Por eso dice la copla:
Ayer en misa mayor/ hice un pecado mortal,
puse los ojos en ti/y los quité del altar...
y remacha otra, recordando la poca atención que suscitan en algunos las cosas sagradas:
La misa ya se acabó/tiro a salir el primero
por ver si veo salir/tu garbo y tu cuerpo entero (41).
Cierto que hay oficios que conllevan la tentación. ¿Qué puede hacer un médico, por ejemplo, ante una situación como ésta?:
-Dígame de dónde viene/ese dolor que usted tiene.
-Señor doctor, que me viene/más abajo del ombligo.
-Pues a sanarlo me obligo/si toma de este licor...
-Aquí, aquí, señor doctor,/aquí, aquí tengo el dolor (42)
El pastor o el ermitaño, que pasan tantas horas solos, ¿es extraño que venga el demonio a tentarles disfrazado de mujer? ¿Y el cura con el ama?
El cura Perico/tiene una criada
le cose y le lava/le hace la cama.
A la media noche/llama a la criada:
-Dame el chocolate./-Pues no tengo agua
-Sácala del pozo./-La soga no alcanza.
-Estírala un poco./-Ahora sí que alcanza.
Y al brocal del pozo/la picó una rana.
A los nueve meses/parió la criada
y parió un curica/con capa y sotana (43).
No hablemos del gaitero, que siempre tuvo por oficio el de complacer a las mozas. Recuérdese la anécdota del dulzainero que, al fallecer e ir a ser enterrado, vio cumplida su última voluntad de que le sepultasen con la dulzaina entre las piernas. Cuando su viuda llegó al funeral todo se le volvía decir:-Ay Fulano, Fulano, lo que te llevas entre las piernas... Lo que era la alegría mia y de todas las mozas del pueblo...
Por eso dice la copla:
La mujer del gaitero/tiene fortuna
porque tiene dos gaitas/y otras ninguna.
Y termino ya, con las panaderas y las molineras, las unas por ir a vender.
Aquella panadera/del pan menudo
cuando va por la calle,/ qué panadera
menea el culo.
Vamos a León...
Y las otras, las molineras, por quedarse solas en el molino: Tuvo fama el molino, por su situación apartada y por las horas a las que se utilizaba, de lugar en el que, si no se producían todos los días hechos escandalosos, al menos nadie dudaba de que se pudieran producir, lo cual daba pábilo a los mal pensados y les servía en bandeja la tentación de imaginar lo peor a la luz de la sospecha:
Mi marido, el señor cura/me quiere pisar el pie.
-Déjate que te lo pise/si te da bien de comer (44)
dice el entremés de "El Molinero y el Cura", entremés basado en una obrita de Quiñones de Benavente en la que se observa claramente la excusa de la ausencia del marido para llevar a cabo el encuentro prohibido. Pregunta -en este caso el sacristán Anchelos-:
-¿Dónde está tu marido?/ -En el molino.
-Pues a moler también/ me determino... (45)
Yo espero no haberles molido ni amolado con esta sucesión de ejemplos eróticos que aún conserva, creo que por fortuna, la tradición oral. Y digo que "por fortuna", porque la dinámica misma de la transmisión supone una erosión constante, un desgaste inevitable para el repertorio, y esa erosión sólo puede ser contrarrestada con una permanente innovación, con la creación de nuevos giros que, aunque sean más afortunados en la forma que en el contenido (y hay que reconocer que en este tema en concreto es así), sirvan para acercar la cultura tradicional, en permanente crisis, a las generaciones actuales. No me interesa tanto la valoración positiva o negativa que se pueda dar a estas coplas desde el punto de vista social o de costumbres, pues, como decía al comienzo, su aceptación o rechazo dependen mucho del momento en que sean interpretadas o, incluso, de la entonación o la intención que se ponga al ejecutarlas; me interesa más la función lingüística, musical o expresiva que acarrean y, sobre todo, la certeza de que siguen existiendo especialistas que crean, recrean y vuelven a crear. Hay que reconocer cierta originalidad en el poeta al que se le ocurrió comparar el aparato masculino con la lotería:
Si quieres ver lotería/bájame los pantalones
y verás salir el gordo/con dos aproximaciones.
Posiblemente, todo hay que reconocerlo, las sensaciones que provocaba el doble lenguaje hace años o siglos se han ido debilitando o transformando; como en tantas otras cosas ahora sugiere mucho más una imagen que una frase, pero merece la pena seguir apostando por la fábula o el ensueño pues, entre otras cosas, nos devuelven el sentido de lo particular, de lo individual, y fijan como únicas y exclusivas las fantasías que podamos representarnos.
Joaquín Díaz.
Notas.
(1) Cfr. S.Kierkegaard: Los estadios inmediatos o lo erótico musical. Aguilar, Buenos Aires, 1973.p.62
(2) Joaquín Díaz y Luis Díaz: Cancionero de Palencia II. Institución Tello Téllez de Meneses, Valladolid, 1983.p.125
(3) Camilo José Cela: Diccionario del erotismo. Grijalbo, Barcelona, 1982, p.557.
(4) Agapito Marazuela Albornos: Cancionero de Castilla. Diputación de Madrid, Madrid, 1981.p.295
(5) Miguel Manzano: Cancionero Leonés. Diputación de León, León, 1988.n.112
(6) Ibíd. 114c
(7) Marazuela. Op.cit. p.288
(8) Manzano. Op.cit. n.615b
(9) Antonio José: Colección de Cantos populares burgaleses. Unión Musical Española, Madrid, 1980.n.59.
(10) Cela: Op.cit. p.308
(11) Kurt Schindler: Folk Music and poetry of Spain and Portugal. Hispanic Institute in the United States, New York,
1941.n.102.
(12) José Palomar Ros, María Pilar Chinarro y Pilar Escuder: Antología de jotas de la provincia de Teruel. Colegio Universitario de Teruel, Teruel, 1985.n.1423
(13) Ibíd. n.1360
(14) Marazuela: Op.cit. p.371
(15) Manzano: Op.cit. n.487
(16) Palomar: Op.cit. n.1316
(17) Ibíd. n.1320
(18) Bonifacio Gil: Cancionero del Campo. Taurus, Madrid, 1966.p.88
(19) Bonifacio Gil: Cancionero Popular de Extremadura. Diputación Provincial, Badajoz, 1961. Vol.I,p.24
(20) Alejandro Céspedes: Canciones y danzas de nuestra tierra. Federación de empresarios, Burgos, 1986
(21) Bonifacio Gil: Cancionero Popular de Extremadura I, p.44
(22) Palomar: Op.cit. n.1308
(23) Ibíd. n.1318
(24) Manzano: Op.cit. n.422
(25) Ibíd. n.282
(26) Antonio José: Op.cit. n.144
(27) "El que metió la cabeza. Fatigas que pasó un pobre novio al darle un beso a su querida por meter la cabeza por una reja y no poderla sacar, hasta que un maestro herrero tuvo que operar, caso ocurrido en el pueblo de Solana, provincia de Ciudad Real". S.l.,s.f.
(28) Palomar: Op.cit. n.1371
(29) Ibíd. n.1348
(30) Céspedes: Op.cit.
(31) Antonio José: Op.cit. n.144
(32) Palomar: Op.cit. n.1366
(33) Domingo Hergueta: Folklore Burgalés. Diputación Provincial, Burgos, 1934.p.78
(34) Marazuela: Op.cit. p.288
(35) Palomar: Op.cit. n.1338
(36) Angel Carril: Suerte varia de coplas y tonadas recogidas y cantadas en la provincia de Salamanca. Autor, Salamanca,1982 (37) Antonio José: Op.cit. n.142
(38) Eduardo Martínez Torner: Lírica Hispánica. Castalia, Madrid, 1966.p.220.
(39) Pedro Pablo Abad y Luis Guzmán Rubio: Folklore musical palentino. Caja de Ahorros de Palencia, Palencia, 1983.p.15
(40) Enrique Llovet: Magia y milagro de la poesía popular. Madrid, 1956.
(41) Marazuela: Op.cit. p.335
(42) VII Libre d'airs de Cour, 1626
(43) J.Díaz, L.Díaz, J.D.Val: Catálogo Folklórico de la Provincia de Valladolid. Diputación Provincial, Valladolid, 1982. Vol V.p.214.
(44) Manuel Alvar: Romancero viejo y tradicional. Porrúa, México, p.262.
(45) Entremés del Molinero y la Molinera. Bib.Nacional. Libro manuscrito de Quiñones de Benavente (15105).Fs.35 vto y 36. Colección Rossel.