17-02-2000
A las cualidades que tradicionalmente se atribuían a la paloma -candor, espíritu pacífico, etc- yo tendría que añadir varios matices, producto de la observación directa de sus costumbres a la que me he dedicado por obligación en los últimos tiempos. Me asusta particularmente su pertinacia enfermiza; no quisiera dudar de la veracidad de un libro sagrado, pero me parece que la Biblia nos transmitió una información parcial y de circunstancias acerca del relato del arca: después de casi doscientos días de forzosa convivencia, Noé no aguanta más zureos ni más palomina y expulsa a la paloma del paquebote. Ésta, que no se da nunca por aludida cuando se la quiere ahuyentar del lugar en el que ha decidido anidar, sale y vuelve una y otra vez hasta que en el último viaje, cuando ya trae incluso una rama de olivo para construir el desmañado soporte para sus huevos, encuentra al patriarca atareado en el inmediato desembarco y, sin oposición, gana la batalla con su tozudez.
Otro aspecto con el que no estoy de acuerdo y que nos la presenta tradicionalmente como símbolo de la castidad, es el de la continencia. La paloma y el palomo trabajan en ese aspecto como si les fuese su vida o la de su especie en ello y, sobre todo, la actividad frenética y permanente del último me trae siempre a la memoria el chiste del novio insistente y la petaca del cura. Si esa pretendida candidez fuese medio cierta, no habría pasado a ser considerada la paloma en tiempos recientes como uno de los animales que más desordenada y rápidamente se reproduce, llegando a comparársele incluso con la rata por las enfermedades que puede trasmitir, el daño que causan sus deyecciones en edificios monumentales y artísticos y la auténtica plaga en que puede llegar a convertirse para una humanidad confiada y convencida de sus bondades.
Los palomares, hoy reducidos a ruinas en su mayor parte, son todavía testigos del empeño del labrador de otros tiempos por no tener cerca a un ave tan sucia y tan lasciva, cuyos enfadosos arrullos están más cerca del borborigmo que del canto y tienen más de lagotería que de amor.
Por último, dudo de su pacifismo; no hay más que comprobar cómo molestan en bandadas organizadas a la pobre cigüeña tratando de evitar que prepare adecuadamente su hogar. Lo dicho, que nos convendría advertir a los ancianos y a los niños, habituales benefactores de la especie miga a miga, de las lindezas que se gastan sus especímenes, para poner al día de esa manera los símbolos y su significado.