01-09-1988
Muchos personajes a lo largo de la Historia han entrado en el campo de lo legendario tras su muerte: las crónicas escritas y la tradición oral se encargaron a menudo de amplificar la biografía con hechos y circunstancias fantásticas o extraordinarias que engrandecían al héroe a los ojos del pueblo. En el caso del Cid, es probable que ningún género literario como el Romancero le haya tratado con mayor abundancia y atención. Casi dos centenares de textos -escritos a lo largo de los siglos XV, XVI y XVII, y recogidos y publicados por don Agustín Durán en el siglo pasado- celebran una figura singular cuya vida se extiende a lo largo de tres reinados -Fernando, Sancho y Alfonso- y cuya actuación tiene casi siempre el carácter de ejemplar. Cierto que la época en que vivió e incluso las posteriores hacían más sencilla la adscripción de sus hazañas a una forma de literatura épica, pero hay también en esos romances muchos detalles que justifican sobradamente el interés popular que despertó su lado humano o su actividad social. Los muchos calificativos que recibe Rodrigo Díaz en los textos romancísticos (bueno, valiente, leal, soberbio...) unidos a las actitudes que adopta ante los problemas que se le presentan (pensativo, enojado, agraviado...) vienen, en fin, no sólo a modelar una personalidad versátil, sino a completar la idea de una permanente fatalidad en la vida del héroe castellano. El destino o las circunstancias sociales le obligan a actuar muy frecuentemente en contra de sus propias convicciones morales: el Cid, desde temprana edad, se ve forzado a matar al conde Lozano, que ha insultado a su padre, para vengar el deshonor; se casa con Jimena por consejo del rey y por la solicitud que aquélla ha hecho al monarca para remediar su indefensión; en el cerco de Zamora no puede vengar la muerte de su amigo de infancia y juventud el rey don Sancho por haber prometido a Urraca -su antigua enamorada- que no desenfundaría la espada contra ella; las Cortes le obligan a tomar un juramento duro y violento al rey Alfonso; éste mismo, después de haberle desterrado por ese hecho, le convence de que case sus hijas con los condes de Carrión con el desastroso resultado que se conoce...En suma, el Cid mantiene el tipo frente a las condiciones adversas que él no provoca y lo hace además de forma coherente y ejemplar. Desde la bastardía de su nacimiento, circunstancia ajena a cualquier acto de su voluntad, hasta la victoria lograda después de muerto gracias al apóstol Santiago, los hechos narrados nos presentan a un héroe en manos del hado, contra el que ofrece singular batalla con su esfuerzo y sus propias virtudes.
Para la realización de un disco que grabé hace poco tiempo, seleccioné quince romances cuyos argumentos tenían, a mi modo de ver, especial importancia en la leyenda del Cid. El primero reproduce el monólogo que sostiene un Rodrigo joven con la espada de Mudarra González -el vengador de los Infantes de Lara- antes de cumplir su promesa de matar al conde Lozano. En el segundo, un texto históricamente imposible, se ensalza la soberbia de Rodrigo al rechazar la mano que el rey le da a besar. Jimena suplica al rey Fernando en el tercer texto que la case con el matador de su propio padre alegando ventajas evidentes. En el cuarto se celebran las bodas de Rodrigo y Jimena. El quinto, un tanto independiente de la biografía del Campeador, narra su romería a Santiago en la cual se produce un asombroso milagro al socorrer el Cid a un leproso. En el sexto, el Cid derrota al rey moro Abdalla. El séptimo relata la tradición de la salida a misa de Jimena cuarenta días después del parto de una de sus hijas, encontrándose al rey Fernando quien, por estar ausente el Cid, la acompaña a la iglesia y después a casa. En el octavo comienza el cerco de Zamora. El noveno describe el popular hecho de la traición de Dolfos. En el décimo, ya asesinado el rey don Sancho, Diego Ordóñez de Lara reta a Zamora. El undécimo canta el episodio de la deseperación de Arias Gonzalo al ver muertos a tres de sus hijos y la elegancia de Diego Ordóñez al pedir disculpas al viejo pese a saberse más fuerte. La jura de Santa Gadea es el romance duodécimo. El décimotercero, el destierro del Cid y el préstamo pedido a dos judíos burgaleses. El décimocuarto nos presenta las Cortes de Toledo donde el Cid toma cumplida venganza de sus yernos y el último describe el hermoso y renacentista testamento de Rodrigo Díaz dictado antes de morir en Valencia.
¿Está olvidada la leyenda? Creo que mentiría si digo que sí. Nunca como ahora la sociedad necesitó héroes porque nunca como ahora la sociedad fue tan nesciente de sus propios valores.