25-08-1988
Entre las leyendas españolas que conservan todavía en sus argumentos historias fantásticas o fabulosas hay algunas, como la del "pozo airón", que, alimentadas por la invención popular y basadas además en datos reales, excitan o han excitado la imaginación de una generación tras otra llegando hasta nuestros días. En general, todos aquellos relatos que hablan de las entrañas de la tierra y contribuyen a la creencia de que bajo la misma existe un mundo subterráneo poblado por habitantes diferentes a nosotros que nos observan a través de esos hoyos -ojos- practicados por la naturaleza o por ellos mismos, han tenido y siguen teniendo en la tradición un gran predicamento. Una leyenda similar, la que hace comunicarse entre sí iglesias y castillos por medio de pasadizos excavados en el subsuelo, se ha transformado muchas veces en realidad al descubrir en tiempos recientes parte de esos túneles interminables que, parcelados y cegados por la acción del tiempo o la mano del hombre, han acabado sus días convertidos en aceptables bodegas donde sus propietarios conservan el vino adecuadamente.
Sin embargo el pozo airón tiene elementos particulares y mitológicos que hacen de su memoria una fuente inagotable de hechos imaginarios o prodigiosos cuya génesis no siempre se encuentra en la propia naturaleza de la oquedad. Todavía se recuerda en Granada la historia de un pozo morisco del que, de tiempo en tiempo, salían enormes bocanadas de aire y cuyo taponamiento costó años, debido tanto a la profundidad del mismo como a la imposibilidad de cubrir su superficie, a la que subían, cuando ya nadie lo esperaba, nuevas emanaciones que dejaban sin efecto el trabajo realizado, tragándose incesantemente la sima todos los materiales -piedras, arena- arrojados en ella.
En casi todas las historias de este tipo que, desde luego no son privativas de la Península Ibérica, se repiten constantes que hacen más misterioso y enigmático su origen: por lo general se trata de pozos cuya hondura nadie ha llegado a medir; algunos de ellos tienen el agua salada y sus paredes u orillas presentan una fauna diferente a la del lugar en que están enclavados; contribuye también a acrecentar su carácter mágico el hecho de que aquellas personas o animales que han tenido la desgracia de caer en sus aguas han desaparecido para siempre. No comparten por tanto la cualidad de otros pozos diferentes, auténticos sifones, que han arrastrado los cuerpos de sus víctimas varios kilómetros, haciéndolos aparecer en otras perforaciones por efecto de corrientes subterráneas.
Algunos romances, tradicionales o de creación literaria, han utilizado el tema del pozo airón para dramatizar más su contenido. Recordemos el texto sefardí de "Los siete hermanos", el menor de los cuales perece al intentar sus colectáneos descolgarle en una cuerda para conseguir un poco de agua:
En el medio de aquel pozo/la cuerda se les rompió
el agua se hizo sangre/ las piedras culebras son;
culebras y alacranes/ le comen el corazón...
Otro antiguo romance cuyo protagonista es don Bueso y que se conserva mejor en la tradición judeo-española que en la peninsular, relata la desgracia de aquél al caer a un pozo airole de donde no puede salir; ruega a su mujer que le saque de allí pero ella se niega a salvarlo con la excusa de que así se convertirá en reina de Aragón (o de España o de Granada, según otras versiones).
Antonio Machado, en La tierra de Alvar González revive la leyenda situándola en Soria, en concreto en la Laguna negra, a donde los dos hijos mayores de Alvar arrojan el cadáver de su padre asesinado:
Hasta la Laguna negra/ bajo las fuentes del Duero
llevan al muerto, dejando/detrás un rastro sangriento,
y en la laguna sin fondo/ que guarda bien los secretos
con una piedra amarrada/ a los pies, tumba le dieron...
Las mismas características -insondable, terrible- se cuentan de otros pozos airones distribuidos por el País: El pozo de Pozmeo, cerca de Reinosa: el mar de chá, en Cuenca, a un kilómetro del pueblo de La Almarcha; la laguna del pozo airón en el término de Hontoria del Pinar, en Burgos; la laguna negra de Neila (Burgos); la del mismo nombre que se halla en el término municipal de Puebla de Lillo, en León; la de la Sierra de la Demanda, entre el circo de Moreta y la hoya de Taborlaza, en la Rioja, etc, etc.
En cualquier caso estamos ante tradiciones bien antiguas, procedentes muchas de ellas del hecho de considerar estos lugares como relacionados con el infierno del cual eran las puertas y al que se accedía tras ser trasladado en una barca a través de una corriente de agua interna, o como la entrada al centro de la Tierra donde vivían seres gigantescos cuyas luchas, golpes y resoplidos daban lugar a los ruidos y vaharadas que salían de vez en cuando del interior de los pozos atemorizando a los habitantes de los contornos.