22-07-1988
La celebración reciente en Valladolid de un Simposio Internacional sobre el Turismo Cultural -que fue un éxito de organización y asistencia- coincidió en el tiempo, que no en las intenciones, con una nueva experiencia que iniciamos en Urueña. Ayuntamiento, Fundación y la Asociación Cultural que aquí existe, pensamos conjuntamente en convocar, a todos los vecinos que quisiesen acudir, a unas charlas estacionales -la primera, en otoño, dedicada al paisaje y otras en primavera e invierno- que nos servirán para conocer de forma directa la opinión de los habitantes del medio rural sobre su pasado y el futuro que nos aguarda. La experiencia ha sido un éxito pues, no sólo ha dejado patente el interés -la preocupación- del agricultor o ganadero por el entorno en el que vive y por la naturaleza de la que en buena parte depende, sino que ha convertido el lugar en el que se celebraban las charlas en una rebotica donde cada uno se expresaba como mejor sabía sobre el tema en cuestión: la flora de por aquí y sus múltiples aplicaciones, las casas de adobe y su efecto beneficioso sobre la economía familiar, etc, etc. Es evidente que cuando a uno le preguntan o le permiten intervenir en un coloquio se siente mucho más a gusto si el tema es de su interés o le atañe.
Esta es la cuestión. El turismo rural se ha convertido en unos pocos años en una fuente de ingresos para las arcas públicas y las privadas; en una solución adecuada para muchos jóvenes que, convertidos en empresarios o trabajando en el sector de servicios, han podido quedarse en el lugar en que nacieron sin necesidad u obligación de emigrar. Ese es un dato muy positivo que debería ir unido a un respeto altísimo, por parte de la Administración y de los propios turistas, hacia la cultura y la forma de ser de la gente del campo. Fomentar el conocimiento mutuo -entre el visitante y su anfitrión- sería la forma más adecuada de evitar improvisaciones o errores que ya comienzan a vislumbrarse. No digo que en los pueblos no se quiera al turista ocasional (por lo general se acepta mucho mejor al visitante en el campo que en la ciudad) sino que habría que conseguir entre todos que el turista viniese a aprender y no considerara los pueblos y tierras por donde va como territorio conquistado. Los profesores con sus alumnos, los padres con sus hijos, hasta las agencias de viajes con sus clientes podrían realizar una labor espléndida preparándoles para una observación correcta y eficaz. En la diferencia siempre existe una comparación y en la comparación hay dos extremos: en uno estamos nosotros y en el otro aquellos de quienes nos sentimos distintos. Creo que es labor de todos evitar que el impacto de ese "turismo cultural" provoque una verdadera "aculturación" o minimice a los verdaderos protagonistas de esa "cultura" que son siempre las personas. Labor de todos también escuchar, o pedir que se escuche a esas personas, que todavía pueden decir muchas cosas y muy importantes.