Joaquín Díaz

RECUERDOS DEL TIEMPO VIEJO


RECUERDOS DEL TIEMPO VIEJO

El Norte de Castilla. Pluma de cristal

Sobre el teatro Zorrilla y el poeta

01-07-1988



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España, que es un país que siempre vibró con los espectáculos, fue perdiendo en el siglo XX el gusto por las "comedias", es decir, por aquellas representaciones regladas que se hacían sobre un escenario, fuese éste el de un elegante salón urbano, fuese el formado por las tablas de unos carros alineados en la plazuela de un pueblo. Nos queda, eso sí, un interés patibulario y morboso por la tragedia; por ese impulso primitivo y visceral que provoca actos incontrolados y perturbadores de cuyas consecuencias nos hacemos lenguas delante del televisor. Todas esas calamidades y siniestros suelen llegarnos puntualmente -da lo mismo el canal que uno elija- justamente a la misma hora en que nuestros bisabuelos se reunían alrededor de la lumbre baja para comentar también el último crimen -nuevo y horroroso- que habían escuchado al coplero por la mañana en el mercado. Pero a nosotros, que podemos exhibir en nuestro curriculum el haber presenciado una guerra retransmitida en directo, parece que las comedias ya no nos conmueven. Nos hemos hecho espectadores de butacón y si no reaccionamos ni aunque nos entre un misil por la ventana, mucho menos con las coplas de Mingo Revulgo o con las andanzas de don Juan Tenorio -es un decir- a cuyo progenitor, por cierto, casi le dejan sin palco escénico en su mismísima tierra natal.
Hace mucho que no entro en el Teatro de Zorrilla, pero cuando mis visitas eran más frecuentes, durante los entreactos o en los descansos, imaginaba momentos de mayor esplendor para el saloncito decimonónico. Siendo sensible a los sonidos y escuchando con atención, todavía parecía poder hallarse, entre las paredes del foro o acurrucada en algún rincón de un palco, aquella inflexión de voz que diera el triunfo al actor dramático de moda. O la nota que, según las teorías acústicas de los viejos tratados, debía de haber dejado el arquitecto dentro del recinto para que vibrara después al unísono con el do sobreagudo del tenor lírico, ayudándole a conseguir esa noche de gloria. Aguzando el oído, tal vez se alcanzaban a percibir palabras "de idioma blanco" -como diría Lorca-, residuos de tantas películas extranjeras de "arte y ensayo", mezcladas con los comentarios o las fantasías de las cinco personas que solíamos por entonces "abarrotar" el patio de butacas.
La comedia no nos va; el cine, según y cómo. Los espacios teatrales parecen estar dramáticamente condenados a un final previsible y anunciado. El mismo Teatro de Zorrilla ha seguido la tónica que marcó la vida del poeta que le dio nombre: una época de esplendor (el vate escribió en Recuerdos del tiempo viejo que en un mes se llegaron a recaudar 20.000 duros de taquilla con una obra suya de éxito) y un período largo de decadencia, de evocaciones en modo mayor sobre el prestigio de la cultura, sobre ceremonias excelsas del pasado (recuérdese la coronación de Zorrilla en Granada) pero con los últimos años de existencia condicionados y amargados por una modesta pensión. Durante esos momentos tristes aún se le solía escuchar a Zorrilla que "estaba muerto en vida" pero que el sepulturero le había dejado una mano fuera para escribir, si la ocasión se presentaba. Hemos estado a punto de taparle esa mano. Definitivamente, la tragedia es lo nuestro.