Joaquín Díaz

PASIÓN MUSICAL


PASIÓN MUSICAL

El Norte de Castilla. Pluma de cristal

Recuerdos de una Semana Santa personal

04-06-1988



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Esa Semana Santa es, además de la conmemoración cristiana que recuerda el sacrificio de Jesús en la cruz, un rito cuya liturgia nos enraíza en el pasado y nos sitúa, en el espacio y en el tiempo, junto a unas formas culturales determinadas. La evolución y el cuidado de esas formas suele corresponder a dos o tres generaciones cuyos papeles se distribuyen de diferente manera : mientras que la más antigua es partidaria de mantener una tradición presumiblemente creada y perfeccionada en el pasado, la intermedia y la más nueva aspiran a llevar la contraria sucesiva y respectivamente a la anterior con la intención, ya de renovar aquellas formas ya de recuperarlas de nuevo o acabar con ellas definitivamente. Quiero decir con ésto que, del mismo modo que en mi infancia no comprendía por qué mis padres me prohibían cantar durante los días de la Semana Santa, tampoco participaba de la alegría con que alguna generación posterior a la mía realizaba las procesiones camino del sur buscando desesperadamente un efímero bronceado.
Mi primer encuentro con la música en la Semana Santa vino de mano de Thalberg y aconteció en Zamora; ya he dicho en alguna ocasión que, probablemente, ese encuentro con los metales serios –casi trágicos- de la Banda zamorana, marcó definitivamente mi futuro y me inclinó hacia la actividad musical. El arreglo que de la Marcha fúnebre había realizado el maestro Inocencio Haedo me convenció de la necesidad de vivir con esa armonía que era capaz de reflejar tanta emoción. Después, ya en Valladolid, salí durante algunos años, siendo niño cantor en la escolanía del colegio, para acompañar a la Cofradía de la Vera Cruz. Recuerdo como si fuese ahora mismo los lugares en que hacíamos un alto para interpretar, con una seriedad casi impropia de nuestra edad, aquellos motetes que el director del coro, el Hermano Julián, había seleccionado y ensayado cuidadosamente durante horas suponiendo un esfuerzo importante que siempre iba en detrimento de los recreos y ratos de juego. Pasión significa padecimiento y así entendíamos desde nuestras pueriles mentalidades aquellas horas de preparación que, sin embargo, pasado el tiempo, constituyen –al menos para mí- los recuerdos más significativos.
La Semana Santa es un símbolo cristiano, qué duda cabe, pero también es una forma cultural cuyas manifestaciones externas nos definen y nos identifican. Quien no esté convencido de que esa cultura ha moldeado y determinado su personalidad, difícilmente encontrará en su pasado algún material con el que alimentar la máquina del futuro y difícilmente también hallará sentido al “paso” del tiempo.