08-05-1988
A estas alturas del siglo XXI y recién estrenado un nuevo milenio, bien puede decirse que los medios de comunicación con los que cuenta la humanidad han creado, fundamentalmente en los paises más desarrollados técnicamente, nuevos modelos de vida cuyo alcance y repercusión todavía no percibimos cabalmente. La televisión ha servido para transmitir sucesos e imágenes, llevándolas desde el lugar donde se producía la noticia hasta el hogar más recóndito para dar una información directa e instantánea de los hechos. Algunos programas de los denominados culturales -bien es verdad que pocos- han permitido imaginar lo que podría ser un medio, en sí mismo positivo, si se utilizara correctamente. A cambio de todo ello la televisión ha acabado con una costumbre secular, de enorme importancia para el individuo y la sociedad. Me refiero al hábito de la conversación colectiva que solía agrupar a miembros de una misma familia pertenecientes a varias generaciones o a grupos de vecinos que intercambiaban conocimientos y experiencias.
La comunicación personal -"solitaria", podría llamársele- que han impuesto primero la televisión y más recientemente los medios informáticos puede acabar, además de con la capacidad de conversación -ese intercambio humano de opiniones- a que me refería, con la práctica del gesto, adquirida por el individuo a través de miles de años y convertida en un lenguaje de común entendimiento. Todavía hoy se podrían comunicar sin necesidad de mediar palabra alguna los ganaderos de Cantabria con otros de Morvan o de Baviera para hacer un trato de compra o venta de animales. Los códigos, conservados y perfeccionados a lo largo de los siglos, les permiten transmitir su asentimiento o desaprobación con simples palmadas que se van dando en las manos hasta que se cierra la operación y un apretón de manos viene a sellar un convenio que no se puede incumplir sin grave riesgo de perder la honorabilidad.
En cualquier caso, a la disminución del placer por practicar la escritura a mano vendría a sumarse la ineptitud para la conversación directa, con palabra o sin ella, entre los individuos de una comunidad, cada vez más aislados en sí mismos y en sus especialidades. Los próximos años pueden presentarnos el reto de saber preservar prácticas que permitan al individuo intercambiar cara a cara, mediando la voz o el gesto, sus ideas.