Joaquín Díaz

LA IBERIA COMUNICA


LA IBERIA COMUNICA

El Norte de Castilla. Pluma de cristal

Abuso de los móviles

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Cuentan las crónicas postdiluvianas que un nieto de Noé llamado Túbal, seguramente influído por la afición náutica de su abuelo o queriendo tal vez aventajarle en horas de navegación, se embarcó con su familia y pertenencias en un bajel, atravesando el mar hasta llegar -un atardecer de Dios sabe qué año- a una tierra fértil y hermosa en cuyas orillas encontraron a un joven. Tras haberse comunicado con él sin dificultad, observaron que la estrella que les había guiado hasta allí, llamada Speria, desaparecía por el poniente, así que, después de un breve consejo familiar, decidieron llamar de este modo al territorio en el que acababan de desembarcar. Años más tarde un hijo de Túbal, Ibero, dio su nombre a la tierra conquistada llamándola Iberia, denominación que sólo duró hasta que el hijo de éste, Hispán, tuvo el capricho de convertirse en el primer rey del país, contribuyendo de ese modo a que tal pedazo de terreno se llamara España hasta tiempos recientes en que lo hemos venido a rebautizar como Estado Español.
A lo que iba; si damos crédito a los primeros cronicones ibéricos, hubo entre el aborigen y los pobladores recién arribados una gran facilidad de comunicación, virtud que hemos heredado y aun acrecentado en los últimos tiempos con los teléfonos portátiles. Pondré dos ejemplos todavía calentitos. En un viaje a Lisboa hace pocas fechas encontré a los lusitanos entusiasmados con el nuevo juguete; las dificultades que hace unos años podía tener un portugués para comunicarse telefónicamente con otro -dificultades de las que se hacían eco hasta las guías turísticas- han desaparecido como por ensalmo. Así, hoy día, el móvil es prácticamente una prenda más de la indumentaria portuguesa, de modo que desde los inocentes rapaces hasta los venerables ancianos (coloniales o no) llevan y utilizan de forma insaciable tan cómodo y diminuto artefacto. El fútbol, los toros, los espectáculos, los restaurantes, los bares, las cafeterías, los vestíbulos de los hoteles, las aulas, los museos, son, entre otros lugares, testigos de la calentura comunicativa.
Todavía impresionado por semejante aluvión que, de verdad, intimida, llegué a Madrid para asistir a unos "Encuentros de Autor", organizados por la Sociedad General de Autores de España para poner en común los problemas de este colectivo que agrupa a miles de artistas, músicos y escritores. Lo que vi y oí sobrepasa todo lo imaginable: durante las sesiones y ponencias del congreso no dejaron de sonar, con intervalos cada vez más amenazadores, las llamadas perentorias a los propietarios de estos teléfonos quienes, no sólo no se avergonzaban de haberlos dejado conectados durante el acto sino que una vez abierta la comunicación los seguían utilizando en la propia sala sin tener ningún tipo de piedad con los sufridos convecinos. Las agresiones continuaron a la noche en una recepción que tuvo lugar en el Teatro Real para presentar en público la Fundación Autor.
Digo con el poeta que "me volví para mi casa / más desconsolado que iba", tratando de explicarme el fenómeno. Tal vez queramos compensar lo poco que pensamos con lo mucho que queremos decir, pero el caso es que al habernos olvidado de lo antiguo y no haber aprendido todavía lo nuevo, estamos como esos infantes mocosos que berrean constantemente pero no dicen nada inteligible o de interés; acaso nos veamos obligados a hablar para combatir la soledad que vamos a sentir en cuanto deje de alimentarnos a sus pechos la ubérrima Europa. Qué sé yo...De momento, lo único que tengo seguro es que la antigua Speria, luego Iberia, y más tarde España, está ocupada: está comunicando.