19-09-2015
La palabra seno siempre tuvo en castellano el mismo sentido que en latín, es decir, el significado de cavidad (de ahí los derivados sinusitis, sinuoso o ensenada, por ejemplo) y sólo por influencia del francés fue aceptándose a lo largo del siglo XIX que la primera acepción pasase a ser la del pecho femenino. Y es que la palabra pecho tiene un contenido semántico mucho más rico si hablamos del femenino que si hablamos del masculino. En ese contenido entran, con carácter distintivo, algunas funciones inequívocas como la de ser un órgano lactífero y otras, más susceptibles de opinión, como la de ser fuente de sensualidad.
A lo largo de la historia ha habido innumerables relatos populares en los que se destaca la importancia de la leche materna, como alimento y como símbolo. Recordemos que una de las narraciones populares recogidas por Publio Valerio Máximo en sus "Hechos y dichos memorables" dedicados al emperador Tiberio, ya relata la curiosa historia –curiosa por ejemplar pero también por peregrina- de una hija que amamanta a su propia madre. El cuento, antiguo y renovado hasta la saciedad en épocas sucesivas, trae a colación la piedad y caridad de una hija hacia su madre quien, presa y condenada a muerte, es abandonada a su suerte en la prisión por ser noble y no atreverse su carcelero a ejecutar la sentencia de forma violenta. La hija acude a visitar a la madre y, al tener estrictamente prohibido introducir alimentos en la cárcel, decide lo que, en lenguaje y expresión medievales, nos explica Bocaccio en una edición española de su obra sobre algunas mujeres ilustres: “Obtuvo y recabó que la dejasen entrar dentro y a la madre que perecía de hambre socorrió con sus tetas, ca abundaba de leche porque era recién parida. En fin, continuando algunos días, comenzóse de maravillar el que la guardaba cómo vivía tanto sin comer y, secretamente, púsose a mirar qué es lo que facía. Y vio cómo se sacaba las tetas y las ponía en la boca a su madre. Y maravillándose de la piedad y modo nunca acostumbrado de criar y alimentar de nueva manera a la madre, contólo al carcelero y el carcelero al Juez y presidente y el presidente al Consejo público. Por lo cual, de común consentimiento de todos, fue relajada la pena de la madre, la cual merecía, y fue dada en don y gracia por la piedad y amor de la fija”. Actitud tan virtuosa fue premiada no sólo con la libertad de la encausada sino con la duración de su hazaña por los siglos de los siglos.
Un caso similar es narrado a continuación en el mismo libro de Valerio Máximo aunque cambiando el protagonismo de la madre por el del padre: “En la misma consideración se ha de tomar la devoción filial de la joven Pero, que a su propio padre Micón, cuando éste sufrió una similar desgracia e igualmente estaba confinado en la prisión siendo de edad muy avanzada, lo amamantó, aproximándolo a su pecho como un tierno infante”. Y continúa Publio Valerio refiriendo que la mirada de los hombres “se queda fija y estupefacta cuando contempla una pintura sobre este tema” y relata la admiración que despertaba en su tiempo –se conoce ya un fresco en Pompeya representando la escena-, pareciendo que los personajes que allí se pintaban eran seres que vivían y respiraban, tan humano y enternecedor era el retrato. La afición renacentista por los temas clásicos hizo que muchos pintores seleccionaran el motivo para incluirlo entre sus obras y así, sabemos que Rubens lo pintó en varias ocasiones y Caravaggio lo incluyó en su trabajo “Las siete obras de misericordia” con la intención de que reflejara los hechos virtuosos de visitar a los presos o enfermos y dar de comer a los hambrientos. Naturalmente el tema reaparece en el Romanticismo, probablemente reclamado por el revisionismo clasicista de la época pero alimentado también por las traducciones y recreaciones literarias del tema.
Independientemente del sentido ejemplar de la historia, se repite aquí una constante, que aparecerá siempre que se hable en distintas culturas de la leche materna y que es su carácter sagrado o reverencial. El género humano, tan dado a crear mitos en su constante e inevitable relación con la naturaleza, inventó numerosas leyendas acerca de la importancia de esa leche materna que resumiré en sólo tres: la creación de la Vía láctea, el nacimiento del hijo serpiente y la piedra de leche.
La primera narración parte de la mitología griega. Es Zeus, omnipresente administrador de voluntades, quien la protagoniza, al tomar la forma de Anfitrión, regente de Micenas, y acostarse con su esposa Alcmena. Ésta, enfadada con Anfitrión por un caso previo en el que habían muerto sus hermanos, no había dejado acceder al tálamo a su esposo hasta que regresase de una empresa guerrera en la que habría de vengar la afrenta y recuperar su honor. Zeus aprovecha la circunstancia y aparece en figura del esposo, prolongando la noche y el acceso carnal nada menos que durante treinta y seis horas gracias a los buenos oficios de la Luna. Orgulloso de su hazaña, Zeus se jacta después en el Olimpo de que pondrá Hércules a su hijo y que éste será jefe de la casa de Perseo. La diosa Hera, su esposa, le hace jurar que quien nazca antes del anochecer será ese jefe y luego, con tretas mágicas, hace parir antes a Nícipa, otra candidata a aumentar aquella estirpe. Encolerizado, Zeus obliga a Hera a mudar el juramento a cambio de los famosos y complicados doce trabajos…Lo que nos interesa del caso es que Zeus, al saber que Alcmena ha abandonado a Hércules por conocer quién era el padre, convence a su hija Atenea de que vaya con Hera al lugar en que ha quedado olvidado Hércules niño. Atenea le entrega el infante y éste se aferra con tanto ímpetu al pezón de la diosa, que Hera, asustada y dolorida, le separa violentamente de su teta produciéndose de esta forma dos hechos sobrenaturales: la creación de la vía láctea al derramarse por el cielo la leche de Hera y la conversión de Hércules en un ser eterno al haber probado del divino alimento.
La segunda narración, frecuente en numerosas culturas, cuenta la historia de una joven que rompe con la prohibición de bañarse durante la menstruación. Al entrar en el río es fecundada por una serpiente. El niño que nace es humano por el día, pero por la noche se convierte en ofidio que succiona los pechos de su madre. El padre de la joven, tras conocer el caso, pretende matar al niño pero éste huye con su madre y trata de protegerse subiendo a un árbol. La madre no puede seguirle pero contempla cómo su hijo se enrosca al tronco y tras arrojarle algunas frutas para que se alimente con ellas le confiesa que ése es el árbol de la vida. El mito enlaza con algunos relatos nórdicos en los que Sigfrido el héroe adquiere el conocimiento tras probar la sangre de Fafnir, transmutado en dragón o serpiente, y también entronca con la narración bíblica en la que Eva descubre su condición por escuchar y creer a la serpiente, que está enroscada precisamente en el árbol del bien y del mal.
La tercera creencia, forjada alrededor del uso de algunas piedras, consideradas tradicionalmente como preciosas, se remonta al menos hasta la antigua Grecia también. Algunas piedras blancas, machacadas y mezcladas con hidromiel producían abundante leche a las madres con niños lactantes. Determinadas piedras, variedades de creta blanca, usadas probablemente en el neolítico como pequeñas hachas, eran consideradas como amuletos excelentes para favorecer la producción de leche en las recién paridas. Colgadas del cuello podían conseguir incluso que, sobre el pecho aumentaran la producción de leche y a la espalda retuvieran la misma.
Muchas de estas leyendas y creencias fueron atesoradas gracias al carácter e idiosincrasia de sucesivas generaciones que recibieron esos conocimientos de forma natural de sus padres y los transmitieron a sus hijos haciendo bueno el dicho “Lo que en la cuna se mama, en la sepultura se derrama”.