07-12-2013
Se aplica el nombre de phorminx a un instrumento musical, ligado probablemente a la época del bronce, de cuya aparición en vasos y estelas de la península ibérica se han extraído diferentes conclusiones de gran interés para los arqueólogos o para los paleomusicólogos. En cualquier caso, sean las estelas de origen ligur o micénico, la presencia en ellas de una phorminx está ligada a la representación de diferentes objetos usados en vida por guerreros. Parece extraño, al menos para nuestro concepto actual que une casi siempre las armas con la violencia, que un instrumento musical se grabe sobre la tumba de un guerrero como parte de su cortejo fúnebre o como perteneciente a sus enseres junto al arco, al escudo o al carro para combatir y desplazarse. Homero, evidentemente, no era de nuestra opinión y así, hace aparecer en la Ilíada al colérico Aquiles, el de los pies ligeros, tocando la phorminx en su tienda cuando llegan los mensajeros de Agamenón:
“Fuéronse éstos por la orilla del estruendoso mar y dirigían muchos ruegos a Poseidón, que ciñe y bate la tierra, para que les resultara fácil llevar la persuasión al altivo espíritu del Eácida. Cuando hubieron llegado a las tiendas y naves de los mirmidones, hallaron al héroe deleitándose con una hermosa phorminx labrada, de argénteo puente, que había cogido de entre los despojos cuando destruyó la ciudad de Eetión; con ella recreaba su ánimo, cantando hazañas de los hombres. Patroclo, solo y callado, estaba sentado frente a él y esperaba que el Eácida acabase de cantar. Entraron aquéllos, precedidos por Ulises, y se detuvieron delante del héroe; Aquiles, atónito, se alzó del asiento sin dejar la phorminx y Patroclo al verlos se levantó también.” (Ilíada, IX, 186-189). John Flaxman nos da una versión romántica de la primera escena –aquella en que Homero pide ayuda a la Musa-, en la que la phorminx se ha convertido en una especie de lira, parecida a aquella que toca Alceo ante Safo en Lesbos, según el pintor Lawrence Alma-Tadema.
Pistoxenos, sin embargo, nos muestra, más de 2000 años antes, a Apolo tocando su phorminx ante un cuervo, informante permanente del dios y castigado por él a ser negro para toda la eternidad por haberle transmitido la mala noticia de que la bella Coronis, de la que Apolo estaba enamorado, se había casado con otro. Conocida es también la imagen de Pistoxenos en la que Heracles va o vuelve de la clase de música seguido por su criada tracia Geropso que le lleva la phorminx.
Por supuesto, las excavaciones de Schliemann en Troya, del mismo modo que las de Xu Wiihong en Xian, no dieron ningún resultado musical. Los instrumentos musicales estaban hechos de madera, piel o tripa y desaparecieron tan fácilmente como los poemas a los que acompañaron. La iconografía, afortunadamente, nos ha dejado alguna pista más, como hemos visto.
Es lícito, en cualquier caso, que nos preguntemos cómo sería realmente la phorminx. Una leyenda olímpica refiere cómo su primer constructor, Hermes, echa mano de materiales naturales para fabricarla. A las pocas horas de haber nacido y con divina precocidad sale de la cueva en que su madre Maya lo había dado a luz y se encuentra con una tortuga. Leemos en el Himno Homérico a Hermes en la traducción de Alberto Bernabé Pajares, de Gredos:
“¡He aquí un presagio muy favorable para mí! No lo desdeño. ¡Salud, figura encantadora, que ritmas la danza, camarada del banquete! Bienvenida es tu aparición. ¿De dónde viene este hermoso juguete? Una tornasolada concha es tu atavío, tortuga que vives en los montes. ¡Bien! Te cogeré y te llevaré a mi morada. En algo me serás útil. No te despreciaré, sino que será a mí al primero al que beneficiarás. Mejor estar en casa, pues es peligroso lo de puertas afuera. Tú serás, en efecto, un amparo contra el muy penoso maleficio, en vida, y si mueres, podrías entonces entonar un canto extremadamente hermoso. Así habló, y, al tiempo que la levantaba con ambas manos, marchó en seguida adentro de su morada, llevando su encantador juguete. Luego, pinchando con un cincel de grisáceo hierro, vació el meollo de la montaraz tortuga...Una vez que cortó en sus justas medidas tallos de caña, los atravesó, perforando el dorso, a través de la concha de la tortuga. Alrededor tendió una piel de vaca, con la inteligencia que le es propia, le añadió un codo, los ajustó a ambos con un puente y tensó siete cuerdas de tripa de oveja, armonizadas entre sí. Cuando lo hubo construido, en posesión de un juguete encantador, lo tentaba con el plectro cuerda a cuerda. Al toque de su mano, sonó prodigiosamente y el dios lo acompañaba con su hermoso canto, practicando la improvisación, como los muchachos en la flor de la juventud se zahieren con descaro en los banquetes. Cantaba a Zeus Crónida y a Maya de hermosa sandalia, cómo antaño conversaban con amorosa camaradería, declarando así su propia estirpe de glorioso nombre, y honraba asimismo a las sirvientas y las espléndidas moradas de la Ninfa, los trípodes en la casa y los perennes calderos. Esas cosas cantaba, mas en su mente tramaba otras. Llevándose la hueca forminge la dejó en su sacra cuna.”
Estamos leyendo un relato mitológico pero su descripción asombra por lo minuciosa. Hermes deja sin carne el interior de la testudo marginata, agujerea su caparazón para ajustar en él unas cañas que asegura con un trozo de piel de vaca, añade un puente entre ambas y tiende siete cuerdas entre el fondo del caparazón y la caña que forma el travesaño superior. Si leemos de este modo el himno estamos hablando de un instrumento diferente al que algunos estudios organológicos nos proponen, ya que Hermes no inventa el puente ni la tapa armónica y se conforma con tensar unas cuerdas entre la caña transversal y el caparazón, usando, eso sí, la forma arqueada de éste para no tener que crear las clavijas de afinación. Estaríamos, por tanto, ante un instrumento de siete cuerdas afinado en un tetracordo con la nota más grave en la cuerda central y las otras tres cuerdas, repetidas a ambos lados de esa misma cuerda, afinadas en intervalos más agudos según se separaban del centro de la concha. Pero esto es un asunto organológico que se saldría del espacio de un artículo como éste.
La tradición olímpica también cuenta que Hermes, para congraciarse con su hermano Apolo al que había robado unas vacas, le ofrece la phorminx a cambio del cayado de pastorear dichas vacas. En la tradición tracia, sin embargo, es Orfeo, hijo de la Musa Calíope, quien muestra en sus manos la phorminx o lira o cítara o bárbiton (las cuatro palabras se mezclan y se usan en general sin mucho acierto) a la que ha añadido dos cuerdas para asimilar su número al de las musas. Aquella lira, escribe Juan Bergua en su Mitología Universal, “cuyos incomparables acordes hacían abandonar a las fieras sus guaridas para ir a escucharle echándose a sus pies, y que ni árboles ni peñas podían oir sin conmoverse. Cuando acompañó a los argonautas, su lira calmaba a las olas del mar cuando se encrespaban. Las rocas movedizas que amenazaban con aplastar al Argos, deteníanse embelesadas apenas empezaba a sonar la dulce melodía. El dragón, custodio del vellocino de oro, sometido fue también por sus irresistibles sones. Las sirenas mismas, oscurecidas. Cuando más tarde bajó a las regiones infernales, no solamente el horrendo Cerberos le lame los pies, vencido, sino que los duros soberanos de la terrible mansión, conmovidos, no dudan en concederle lo que pide”.
Hagamos una rápida recapitulación. Un dios de características y personalidad humanas se encarga de crear un instrumento que imita un sonido celestial capaz de calmar las tempestades y tranquilizar a las fieras. Estamos, sin duda, ante la invención de una pieza de la que el dios se provee para mejorar su capacidad de convicción. Un objeto con el que va a ser capaz de comunicar más bella o artísticamente una melodía y un texto. Y eso, que después aprenderán y desarrollarán los humanos y que tan importante es para transmitir los sentimientos, queda reforzado y avalado al provenir de las manos de un dios, de alguien dotado de un poder sobrenatural. El poeta Baquílides pone el instrumento en manos de las Musas –especialmente de Urania a quien denomina “señora de la phorminx”- y Píndaro menciona su antigüedad sugiriendo de paso su carácter helénico.