Joaquín Díaz

UN RARO LEPORELLO


UN RARO LEPORELLO

El Norte de Castilla - La Partitura

11-02-2012



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La obra titulada Civitates orbis terrarum, que se comenzó a publicar en Colonia en 1572, se debió en buena parte, no sólo al interés de su editor, el sacerdote católico Georg Braun, sino a la insistencia de Abraham Ortelius, geógrafo que ya había publicado en 1570 un atlas similar titulado Theatrum orbis terrarum cuya primera edición quiso mejorar con permanentes solicitudes de datos y nueva cartografía que, en el caso de España, le llegó gracias a su amistad con Benito Arias Montano. Georg Braun incluyó en algunas de las introducciones a los reinos o a los continentes a ciertos personajes cuya indumentaria podría considerarse como del país al que representaban y constituir de ese modo un muestrario de trajes "típicos".



Braun no era original en la adición de figuras a las vistas porque podríamos recordar, por ejemplo, los efectos del buen y del mal gobierno de Ambrogio Lorenzetti en el Palacio de Siena en el siglo XIV o la vista de Nuremberg de Hanns Lautensack en 1552, ambos grabados con personajes ataviados al estilo del lugar y de la época.



Franz Hogenberg fue, hasta su muerte en 1590, el principal grabador de las planchas del Civitates como lo había sido de las vistas de Ortelius anteriormente y fue sustituido en los dos últimos tomos por Simon van der Neuwel.

Pero lo curioso es que el siglo XVII, exceptuando estos libros derivados de un claro interés cartográfico, apenas nos dejó trabajos dedicados especialmente a la indumentaria o a los tipos, salvo si los situaba en un paisaje o como justificación de que un mapa era una obra de humanos para humanos. Entre los atlas, eso sí, destacaremos, por su importancia y belleza, el Atlas Maior de Joan Blaeu (iniciado en 1645), quien en la introducción al primer tomo confesaba abiertamente: “Si los lectores buscaran y no encontraran en esta obra su patria o su lugar de nacimiento, al que siempre nos sentimos tan apegados, o desearan la reproducción del mismo de manera más detallada o más completa, les rogamos que, si disponen de sus propios mapas específicos, observaciones o descripciones, sean tan amables de enviárnoslos, contribuyendo así a la finalización de la geografía”. El atlas de Blaeu, en efecto, mostraba un verosímil mapa de Europa, por ejemplo, enmarcado por unas parejas de personajes ataviados al estilo de los franceses, húngaros, bohemios, polacos o griegos y, cómo no, los castellanos.







La misma preocupación y humildad que Blaeu, la manifiesta un siglo después, curiosamente, otro cartógrafo, Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, artista y grabador español cuya estancia parisina para perfeccionar el arte calcográfico con Jean Baptiste Bourguignon d`Anville se ha estudiado sobradamente, pues suele aparecer ligada a la de Tomás López y Salvador Carmona, compañeros y también becados por la Academia de San Fernando como Cruz Cano. Es probable que la estancia en Francia le permitiera conocer colecciones de estampas populares como la dedicada por Edmé Bouchardon a los vendedores de Paris, Les Cris de Paris, que marcaría y orientaría una parte de la producción y del trabajo de Cano al regresar a España. Y decimos una parte porque el quehacer principal, a partir del año 1760 en que vuelve a Madrid, estuvo centrado, como es bien conocido, en la realización de un mapa de América del Sur, encargado por Jerónimo Grimaldi, ministro de Estado y finalmente marqués de Grimaldi gracias a las gestiones de su sucesor, José Moñino, Conde de Floridablanca. Fue precisamente Floridablanca quien impidió que el mapa se imprimiera porque trataba desfavorablemente el reparto de algunos territorios coloniales que aún estaban en litigio y que quedarían fijados años más tarde en 1777 en el tratado de San Ildefonso entre España y Portugal. Para compensar a Cruz Cano por la censura de un trabajo de diez años en el que había arriesgado todo su peculio, Floridablanca le asignó 750 reales, a todas luces insuficientes, además de los 18.000 que se le habían pagado por el ingente trabajo, que a su compañero Tomás López le parecieron casi indignos. Dicho mapa, acabado en 1775 y repartido en ocho planchas calcográficas, fue considerado inadecuado en España pero no así en Francia donde lo conoció quien luego sería Presidente de los Estados Unidos, Thomas Jefferson a quien le pareció una joya. Jefferson lo mandó a Londres y allí, en 1799, lo grabó en 16 planchas y lo imprimió William Faden antes de que, ya en 1802, el mariscal de campo e ingeniero militar Francisco Requena lo volviera a encontrar totalmente válido y se autorizara su impresión.




Tengo la sospecha de que la primera colección de trajes de España, por tanto, es producto de la mala economía circunstancial de su autor, padre de familia numerosa y desprestigiado como cartógrafo por el propio gobierno español. Su curiosidad hacia los tipos populares, hacia los vendedores ambulantes y hacia la indumentaria característica, heredada probablemente de las colecciones de tipos franceses e italianos, le impulsaron a hacer (tanto como la necesidad económica) la Colección de trajes de España, el primer ejemplo de catálogo de modas en el que caben, desde pregoneros de la calle –como el ciego y la gacetera madrileños- hasta actores y toreros, pasando por criadas, pescaderas, aguadores, modistas y, cómo no, arrieros maragatos, siempre presentes en las colecciones por lo diferencial y curioso de su atuendo.



Consciente de la variedad del material y de su propia ignorancia, Cano ofreció ciertas ventajas en la suscripción a quien le remitiera dibujos de trajes curiosos o raros, aunque parece que tal proposición no tuvo demasiado éxito; casi todos los modelos fueron dibujados por su hermano Manuel y por él mismo quien se encargó de grabar sobre cobre toda la serie. En la advertencia que aparecía al pie del cuaderno de presentación, Cano especificaba que cualquier persona “de fuera o de dentro de la Corte que gustase comunicar algún dibujo de vestuario poco conocido y existente en algún pueblo, valle o serranía de la Península” sería recompensado con tantos cuadernos como figuras remitiesen al autor de la obra, que confesaba vivir en la calle de la Cruz.



En el estudio de Valeriano Bozal que acompañó a la edición facsímil publicada por Turner en 1988 se planteaban varios problemas, como el de los ejemplares de la colección que se hallaban en la Biblioteca Nacional, que no coincidían en el número de láminas, o el de las copias e imitaciones que el trabajo suscitó fuera de España, principalmente en Francia y Alemania, contra las que clamó el propio Cano en uno de los cuadernos: “En Francia y Alemania están copiando esta colección sin gracia alguna. Esperamos para poder continuarla que la Península que la ha protegido no preferirá las contrahechas”. Hay que reconocer que algunas de las copias no eran mejores y se diferenciaban en mínimos retoques no siempre fidedignos.



No siempre fue así, sin embargo. Algunos de los grabados, en particular determinados tipos publicados en Venecia en 1783 por Teodoro Viero dentro de una obra general (Raccolta di 126 stampe, che rappresentano figure ed Abiti di varie Nazioni, secondo gli Originali e le Descrizioni di piu celebri recenti viaggiatori, e degli scopritori di paesi nuovi) superaban técnicamente a los de Cano, aunque al haber sido “embellecidos” y sacados de su contexto han provocado a veces el rechazo de los estudiosos de la indumentaria. Nunca llueve a gusto de todos...



El siglo XIX fue tan abundante en colecciones y ediciones sobre trajes españoles que seríamos injustos si nos fijásemos sólo en alguna de ellas. Sin embargo hay una que, por su rareza y presentación lo merece: se trata de un curioso libro que perteneció a la biblioteca del Conde Revedin y que adquirí hace un par de años. El autor de las cromolitografías es Albert Adam, hijo del también litógrafo Victor Adam y especialista en modas y acontecimientos de sociedad que retrató para numerosas revistas y periódicos de la época. Se trata de una serie de estampas de 147 x 95 mms. unidas en forma de leporello y plegadas en zig zag probablemente por el propio Conde Pedro Revedin en la época en que las adquirió. A falta de un estudio más profundo sobre el tema puedo adelantar que la colección es prácticamente desconocida, que Adam tomó los ejemplos de diferentes revistas y libros de la época entre 1850 y 1860, y que algunos de los modelos creados por él fueron usados después por Charles Pinot para crear una galería de tipos españoles que se difundió largamente dentro de la estampería popular de Epinal.