Joaquín Díaz

EL MUNDO AL REVÉS


EL MUNDO AL REVÉS

El Norte de Castilla - La Partitura

21-01-2012



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Uno de los mitos que adornan la figura de la diosa Deméter y que la hacen más humana, es precisamente la leyenda de su presunta e inevitable tristeza cuando descubre que los dones entregados por ella a los hombres –el cultivo de los cereales y la esperanza de otro mundo mejor-, no habían conseguido suavizar el malévolo fondo de sus corazones. El relato, mejorado por las sucesivas versiones, venía a contar que la diosa salió de su depresión al ser sorprendida y tener que soltar una inevitable carcajada por una danza desquiciante de su propia sirvienta que, haciendo el pino, había dejado al aire sus vergüenzas mostrando sobre su pubis invertido el retrato de un rostro sonriente. Si esa sirvienta fue la creadora del yambo o no, sólo lo discuten ahora los estudiosos de la poética griega, que cada vez son menos en número y en fuerzas. Lo curioso es que, desde los tiempos más remotos, el asombro, la sorpresa, incluso el miedo a algo insólito, parecen servir de impulso al individuo cuando necesita salir de su rutina y alcanzar cotas de conocimiento más elevadas. Si el desorden, lo inverso, lo desacostumbrado, es capaz de sacarnos de nuestra aparente seguridad y nos descubre una parte de nosotros mismos que no conocemos y que sin embargo existe, bienvenidos sean.





Así debió pensar el poeta Arquíloco cuando escribió un yambo en el que contaba sus impresiones después de un eclipse de sol: si había un dios capaz de convertir el día en noche, la luz en oscuridad, nada a partir de eso podría extrañarnos ni parecernos mentira. El trastorno de lo ordinario, el pasmo ante lo inusitado, la mudanza o inversión de papeles que Arquíloco traducía en la imagen de los delfines buceando por el monte nos recuerda inevitablemente la célebre canción de las mentiras que entretenía nuestra excursiones juveniles: “Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas, tralará”... Los llamados “impossibilia” o sucesos imposibles, que ya preocuparon a Horacio y a Virgilio, los tradujo también con maestría nuestro Garcilaso en los elocuentes versos de su Égloga I:



La cordera paciente

con el lobo hambriento

hará su ajuntamiento...



O sea, el mundo al revés. Al revés de lo “normal”, claro. Lo cual quiere decir lo contrario a la norma. Y si la norma era de carácter moral, el “mundus inversus” se transformaría en “mundus perversus”, cómo no. Aquel poeta barroco que tantas lecciones nos dio y nos sigue dando, el inefable Quevedo, lo clavaba en “La Fortuna con seso y la hora de todos”. A las 4 de la tarde, la Fortuna engrasaba su rueda y se desataba la locura durante una hora con permiso de Júpiter: “El mundo está para dar un estallido”, escribía don Francisco, y añadía en su parábola toda suerte de juiciosos desatinos. Porque las aparentes “anormalidades” tenían su explicación. Si las ovejas preferían la compañía de los lobos era porque mientras que éstos las comían de una en una para saciar el hambre, los mayorales con su codicia las diezmaban sin piedad. Y así todo. La reflexión final de Júpiter nos interesa: tan útiles son los favores como los desdenes de la Fortuna, “y aquél que recibe y hace culpa para sí lo que para sí toma, se queje de sí propio y no de la Fortuna, que lo da con indiferencia y sin malicia”. O sea que dejando aparte las preocupaciones más elevadas de Quevedo, la monarquía y la religión, todo lo demás parecía tener un haz y un envés, un lado aparentemente bueno y otro aparentemente malo que estaban en el mundo y compartían espacio en él aunque la mirada interesada o una educación dirigida los discriminara buscando la propia seguridad del individuo y la sociedad en el orden y en la certeza de lo establecido.



Y lo hacía, en efecto, porque a comienzos del siglo XVII todo parecía estar en crisis y había que salvar los muebles del incendio. Esa zozobra queda plasmada en imágenes que se imprimen en un tipo de estampas populares que, salvando las escasas distancias de épocas y modas, llegan casi hasta nuestros días. Encabeza las viñetas un dibujo del mundo con una figura humana invertida atravesándolo, mientras otras dos personas pretenden corregir la inestabilidad que sugiere la idea de que todo esté “patas arriba”. En las siguientes un matrimonio cambia sus papeles (ella va a la guerra fumando y él se pone a hilar en la rueca), unos alumnos castigan a su maestro con unos palmetazos en las nalgas, un buey maneja un arado del que tiran unos labradores, unos caballos colocan las herraduras a un jinete, un cazador persigue a un venado por el mar mientras los peces vuelan por el aire, un molinero carga sobre sus espaldas unos sacos de trigo que le proporciona un jumento a la puerta de un molino que aparece al revés, unos caballos que van a lomos de sus propios jinetes emulan una justa en un palenque, de un mar en el que nadan aves y animales terrestres surge la figura de un hombre pescado a caña por un pez, unos cerdos hacen una matanza con una persona a la que están desangrando, una vaca destaza a un carnicero que aparece colgado de los pies y la locura se completa con una especie de ciudad celestial que está por encima de unos montes sobre los que han caído el sol, la luna y las estrellas. Las explicaciones que aparecen bajo los dibujos son casi siempre las mismas, no importa si el grabado es francés, inglés, italiano, alemán o ruso. Más que una pregunta -¿qué sucedería si algunos roles se intercambiaran?-, la estampa parece advertir acerca de un caos catastrófico provocado por una eventual perturbación del universo: ¿resistirán el mundo y la sociedad, el desorden o la desaparición de los principios que parecían regirlos?



La versión española de la estampa añade –no nos podíamos resistir a la tentación de poner el punto sobre la i o la tilde sobre la ñ- algunas viñetas más que incluyen a un turuta o ranchero ordenando a un capitán, a un pavo llevando al horno a un comensal, a un perro cazando mientras el cazador está al acecho para acudir a por la pieza, a un toro apuntillando al torero, a un necio haciendo burla de un sabio, a un moribundo persiguiendo a la muerte con su propia guadaña, a un casado dando el pecho al niño mientras su mujer sale de casa, a un árbol dándole un hachazo a un leñador, a un enfermo poniendo un enema al médico y a un pecador cargando con Lucifer que le pregunta asustado: ¿”dónde me llevas, pícaro”? Spain is different...