10-12-2011
¿Adónde van las palabras que pronunciamos a diario? ¿Es posible que exista un espacio imaginario de fantásticos muros donde millones de anaqueles almacenen nuestras voces, seleccionadas, filtradas, ordenadas, clasificadas? ¿Existirá un cielo para aquellas palabras que se han articulado correctamente o para aquellas otras que han sedado el ánimo en un momento difícil? ¿Un limbo para las palabras distraídas y un infierno para las injurias y los dicterios? Gustavo Adolfo Bécquer sólo opinó sobre los suspiros y, aunque aseguraba con romántica autoridad que no eran más que aire y al aire iban, al analizar su causa no acertaba a responder: Cuando el amor se olvida ¿sabes tú adónde va?
Y se lo preguntaba a una mujer como si quisiera comprometerla o como si aceptara de antemano una respuesta no deseada...
No sé de dónde me viene la idea de que las palabras que van al cielo tienen que estar siempre frías. Tal vez del aspecto y la temperatura de los grandes archivos de sonido que he visitado a lo largo de mi vida, en los que largas estanterías, insensibles al contenido que soportaban, servían de apoyo a las voces y al sentimiento que palabras, suspiros, amores y desamores expresaron en algún momento de quién sabe qué vidas. Esa sensación de frialdad, sin embargo, desaparecía en cuanto las voces se convertían en lenguaje, los suspiros en delicadeza, las palabras en ternura, el verbo en emoción. En cuanto la cinta magnética obraba el milagro de abrir las puertas del corazón. Y es que eso significa recordar: volver a usar el corazón.
Hace unos días se ha vuelto a producir ese milagro. De los archivos de Radio Paris, conservados para nuestra fortuna por el sentido de futuro de Julián Antonio Ramírez y de su esposa Adelita del Campo y entregados por sus herederos a la Universidad de Alicante, me ha llegado el rayo descabalgador de una voz del pasado. Voz familiar, aguda y recia, con la que sostuve hace muchos años eventuales conversaciones y que hacía rápidamente reconocible la personalidad y el carácter del poeta vallisoletano Jorge Guillén. Les ruego que la escuchen cuando tengan un rato y puedan acceder a internet con despacio.
web.ua.es/devuelveme-voz/visor.php?fichero=9499.mp3
Guillén, entrevistado por el argentino Roberto Otero a quien la radiotelevisión francesa había encargado un monográfico sobre García Lorca, se entrega a un soliloquio en el que recuerda al poeta de Fuente Vaqueros, vuelve su memoria hacia los años en que le conoció en la Residencia de Estudiantes, relee la presentación que preparó para la visita de Lorca a Valladolid en el año 1925 invitado por el Ateneo, confirma sus vaticinios sobre la calidad poética del joven granadino cuando aún no había publicado el Romancero Gitano y se refiere por fin a su vida y obra calificándolas de trágicas. Impresionante documento sonoro en el que sale a relucir la palabra justa de Guillén y el emotivo recordatorio de unos años ilusionantes que vino a destrozar el estallido (Guillén usa el vocablo en el sentido más amplio) de una guerra civil nunca suficientemente justificada. La relación metafísica (amistad y poesía, como la definiría adecuadamente Antonio Piedra) entre Federico García Lorca y Jorge Guillén les lleva incluso a compartir contingencias: uno y otro son apresados al comienzo del conflicto y de uno y otro se sospecha desde la ignorancia voluntaria e intolerante. Ambos son condenados a muerte, pero mientras Federico es sacrificado en Víznar Jorge Guillén recibe el apoyo incontestable y determinante de su padre, Julio Guillén, quien revuelve Roma con Santiago para conseguir que diversos prohombres -entre ellos Queipo de Llano- se interesen por su caso ante Mola y cambie la suerte del poeta. Así lo cuenta Antonio Piedra y así lo ha dejado escrito en su precioso y preciso estudio titulado García Lorca y Guillén: amistad y poesía de principio a fin. Allí se cuentan también dos encuentros de Don Jorge con el padre de Lorca, uno inmediatamente anterior a la guerra (Mire usted, si hay un solo español que se salve, será Federico, predice inocentemente Guillén) y el otro ya en América después de la tragedia (Se equivocó usted, comenta amargamente el padre)...
Pero aún hay más en la grabación que comento. Al acabar el evocador monólogo, la inconfundible voz de Julián Antonio anuncia que el programa se cerrará con una de las muchas canciones populares que Lorca armonizó y en cuyos textos entró de puntillas, como los Reyes Magos, para dejar preciosos regalos (a qué buscar la lumbre, mamita mía, la calle arriba, si de tu cara sale, mamita mía, la brasa viva...) La voz de Margarita González acompañada al piano por el zamorano Salvador Calabuig aporta el tono melancólico y evocador a la grabación. Cuando hace muchos años Calabuig vino a verme a Valladolid traía bajo el brazo el cancionero de Inocencio Haedo -que finalmente editaría la Diputación de Zamora- con la ilusión de un muchacho enamorado. El maestro Haedo fue toda una institución en Zamora y el padre de Salvador había sido integrante de la Coral Zamora, fundada por Haedo, además de tesorero de la misma y discípulo directo del maestro. Desde el año 1956, fecha en que Salvador Calabuig volvió a ver a Inocencio Haedo y comenzó a entusiasmarse con la idea de publicar todo el material recogido por el músico y sus discípulos en la provincia de Zamora, hasta el año 1984 en que me visitó y comentó los avatares del cancionero, la salud y el entusiasmo de Salvador se habían debilitado. Recordaba con nostalgia sus años en París, en la década de los 50, y, aunque hubiese sido un extrañado voluntario, se podía percibir en sus palabras y en sus comentarios la tristeza que antes y después he notado en tantos y tantos exiliados a los que la vida y la historia dejaron sin tierra. Una tristeza atada al alma, con las mismas cuerdas y correas con que cerraron apresuradamente sus maletas antes de emprender un camino muchas veces sin retorno. Calabuig fue un músico extraordinario y un artista desaprovechado. La audición de Los cuatro muleros cantado por Margarita y acompañado al piano por Salvador me ha sugerido tantas cosas como la voz de Guillén. Palabras y sonidos que algún cielo piadoso almacenará con devoción benevolente en alacenas de aromática sabina. Amén (palabra con la que Guillén aseguraba vehementemente que el mundo tendría que rendirse al descubrir la obra de García Lorca).
Pues sí, Don Jorge, amén.