Joaquín Díaz

¿TIENE USTED ALGÚN NO-LIBRO?


¿TIENE USTED ALGÚN NO-LIBRO?

El Norte de Castilla - La Partitura

26-06-2010



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¿TIENE USTED ALGÚN NO-LIBRO EN CASA?



En los últimos años y tras la irrupción en el mercado editorial de la presunta amenaza del libro electrónico, algunos bibliófilos e historiadores del libro se han puesto a trabajar en serio para dejar claro y definido su campo de estudio. Para empezar, han tratado de describirlo físicamente partiendo de su origen vegetal, muy cercano a la naturaleza (liber=corteza), y han puesto condiciones a su formato: se trataría de un conjunto de hojas, unidas por uno de sus lados de manera que constituyeran un cuaderno o volumen cuyo grosor, en cierto modo, vendría a determinar su denominación. Así, un libro sería un volumen de más de 49 páginas sin contar cubierta y sobrecubierta (otros prefieren 40, 80, etc.) que contendría una obra manuscrita o impresa con textos o imágenes. Lo demás se llamaría folleto, cuadernillo, pliego u hoja suelta.

De este modo, casi de forma automática y por exclusión, han surgido los estudiosos del no-libro, es decir de todos aquellos impresos que no entran en la fórmula acuñada o que se salen de sus estrechos límites. Por fortuna los impresos no-libros son mucho más abundantes que los propios libros, de modo que quienes se han inclinado por su estudio y descripción han encontrado ya de entrada un campo extensísimo e interesante de trabajo en el que, salvo la denominación, todo es positivo. Y lo es, porque para la mayor parte de los contenidos nos sirven los abundantísimos y excelentes estudios que ya existen sobre bibliografía y por tanto el esfuerzo a realizar solo debería centrarse en el formato: crear una tipología del no-libro y describirlo para que no se siga destruyendo o menospreciando. De momento los archiveros y bibliotecarios ya hablan de MNL (Material No Libro) para definir todo aquel papel que, a partir de ahora y por orden de la superioridad, pasa a otro apartado o anaquel por no reunir las características exigidas para ser un libro. Preparan, asimismo, unos catálogos adecuados que sean capaces de integrar todos los materiales que ya estaban en las bibliotecas y que, o no se habían clasificado correctamente o se habían añadido de forma forzada a otras secciones. Me refiero –porque así lo hacen los bibliotecólogos- a publicaciones periódicas, a grabaciones sonoras, a materiales cartográficos, a manuscritos, a microformas, a materiales gráficos y a impresos tales como programas de mano, naipes, pliegos de cordel, aleluyas, cuadernos, fichas, facturas, boletines escolares, papeles de cartas comerciales, comics y tebeos, calendarios y almanaques, paipáis, librillos de papeles de fumar, etiquetas, prospectos, tarjetas postales, tarjetas troqueladas, pruebas de imprenta, cromos, felicitaciones de navidad, cajas de cerillas, tarjetas de visita, recordatorios de acontecimientos y efemérides, entradas de espectáculos, anuncios de productos comerciales, billetes de lotería, papeles secantes con publicidad, partituras y un etcétera tan largo que necesitaría un par de artículos como éste para ver completada la lista.


La Universidad Carlos III convocó recientemente un seminario, con la finalidad de preparar un Congreso Internacional que tendrá lugar el próximo año, para clarificar y tratar de definir el campo de estudio mencionado. Allí se congregaron responsables de la Biblioteca Nacional (que ya organizó hace años una espléndida exposición de sus fondos titulada “Ephemera”), del Archivo de la Nobleza, del Centro Internacional de la Cultura Escolar, de la Imprenta Municipal de Madrid y algunos otros estudiosos de diversas universidades, conscientes ya de la importancia y trascendencia social del material de que hablamos. Si algo quedó claro en la reunión es que dichos papeles no eran tan efímeros como pretendía su propia definición. Es decir, que por culpa de las características del propio papel, que lo hacían estético o interesante, la intención transitoria del impreso quedaba anulada, conservándose y aun apreciándose tanto como cualquier libro de texto. Recordaré, porque viene a cuento, que los papeles que extraemos todos los días de nuestro buzón y que rompemos o arrojamos inmediatamente a la papelera entrarían dentro del material no-libro con el mismo derecho que nuestro recordatorio de primera comunión o la esquela del abuelo, ésa que tuvimos que mandar por correo en un sobre con ribete negro a algún familiar ausente para advertirle del fallecimiento de su pariente. Ni todos los libros dicen cosas sabias o recomendables ni todos los impresos no-libros merecen ser coleccionados, por supuesto. Lo que se evidencia, sin embargo, es que ese tipo de papel ha estado presente en nuestras vidas con más frecuencia e intensidad que el otro –el encuadernado y bendecido por los sabios- ya que su liviandad, su carácter fungible o la temporalidad de su contenido no menoscabaron en absoluto su belleza o su interés como objeto coleccionable. Raro es el libro que no contiene entre sus páginas algún marcador, alguna estampa, algún recordatorio o alguna tarjeta como aviso papirográfico con un significado solo comprensible para su introductor: hasta aquí llegué leyendo o hasta aquí había llegado cuando se presentó Fulanito; aquí señalé este párrafo por aquella razón o aquí dejé aquel recuerdo que marcó mi vida…


Las imprentas solían denominar a todo este material “remendería”, esto es papel u obra de corta entidad o extensión. La definición, del mismo modo que ahora su clasificación, siempre se produjo en sentido negativo, ya que “mendum” significaba defecto y “remiendo” algo no terminado de hacer, de modo que en esa consideración tenían los tipógrafos e impresores a estos papeles que, según su opinión, parecían inconclusos o endebles. Y sin embargo, remedando a Bécquer en su rima al arpa colocado en el ángulo oscuro del salón, cuánta vida dormía en esas notas y papeles intrascendentes. Cuántas preocupaciones, emociones, alegrías e ilusiones; cuántas esperanzas y decepciones en tan escaso espacio y en material tan leve. Cuántos Lázaros esperando que les sacasen de la injusta cripta del olvido