Joaquín Díaz

¡QUE VIVA ZAPATA!


¡QUE VIVA ZAPATA!

El Norte de Castilla - La Partitura

23-01-2010



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Leyendas sobre el caudillo miliciano y el yerno homosexual de Porfirio Díaz

La figura de Emiliano Zapata nunca fue suficientemente reconocida en mi casa. Y menos aún su obra: en nuestra familia era tradición casi secular que las andanzas del héroe nacido en Anenecuilco habían sido las causantes de las estrecheces económicas de mi abuela paterna, propietaria junto con otros parientes de una inmensa hacienda que había sido expropiada por orden del guerrillero mexicano. Desde niños situamos al pobre Emiliano en el infierno de los condenados porque los datos que se nos ofrecían, sin duda escasos pero significativos, no le daban opción a defenderse y el asunto, tal y como nos lo contaban nuestros padres, era muy grave. Con el tiempo y con algo más de información llegué a conocer mejor a mi tío-bisabuelo -que era quien administraba aquel fabuloso predio americano- y a admirar su trabajo infatigable para convertir el negocio, fundamentalmente relacionado con la caña de azúcar, en uno de los más modernos y más rentables de todo el país. Nuestro pariente gastó sumas fabulosas en construir en esa zona canales de riego, en aproximar el ferrocarril a sus tierras para que los productos que crecían en ellas tuviesen salida a otros mercados en el mundo y, en resumen, para convertir su esfuerzo en uno de los patrimonios más notables del Estado de Morelos y de todo México.



Todos los cuentos, sin embargo, tienen su parte oscura: en la época del porfiriato, que fue el período de mayor auge y expansión de esas haciendas, muchos de los hacendados -y parece que mi tío no fue una excepción- se habían anexionado o comprado ventajosamente muchas tierras que les interesaban y sobre las que sus propietarios (en su mayoría indios) no tenían títulos de propiedad ni cosa parecida. Porfirio Díaz había ratificado por una resolución de abril de 1887 que aquellas miles y miles de hectáreas pertenecían a nuestro tío y no podían encontrarse en ellas baldíos ni tierras que pudiese reclamar el gobierno. Emiliano Zapata no estaba de acuerdo, claro, y lo dijo en cuanto pudo con un revólver en la mano. Sin embargo, parece que las relaciones que tuvo con mi tío, pese a defender cada uno posturas irreconciliables, no fueron tan malas como las que tuvo con otros hacendados y políticos de la época. Es más, alguna biografía del "Atila del sur" reconoce que las conversaciones con nuestro pariente hacendado para la devolución de tierras no iban por mal camino cuando la muerte repentina de mi tío dio al traste con las esperanzas de cientos de pequeños colonos que habían cifrado en las reclamaciones de Zapata la única esperanza para recuperar sus huertas. Otras informaciones aseguran que mientras nuestro deudo estuvo construyendo su última Hacienda -precisamente aquella en que según la historia sería muerto a balazos Zapata en 1919- el encargado de llevar y traer los salarios desde la capital por no se sabe bien qué atajos que evitaban el encuentro con bandidos, fue el propio Emiliano. Muerto ya mi tío, en 1911, el ejército de Zapata forzó con una locomotora de tren Decauville el portón de la Hacienda, pero los revolucionarios no causaron ningún daño y se limitaron a tomar algunos caballos y 40 rifles, que era lo que verdaderamente querían. Es evidente que cada cual iba a lo suyo en aquel territorio salvaje y en aquella guerra caótica, pero también lo era que los comportamientos de las personas -nobles o innobles- eran finalmente respetados o castigados según sus propios méritos.

Sin ir más lejos, otro personaje cuya hacienda lindaba con la de nuestro tío y cuya homosexualidad le trajo no pocos problemas a Zapata -entre otros que se hablara y escribiera sobre si el guerrillero era o no bisexual- fue Ignacio de la Torre Mier, "Nacho", casado con Amada Díaz (hija del General Porfirio Díaz), quien, pese a todas las aventuras extramatrimoniales de su cónyuge, no se separó de él y le fue fiel hasta la muerte. Zapata se había librado de la milicia gracias a los oficios del "yernísimo", quien se le había llevado a México capital como "caballerango" o mozo de espuela, para cuidar de las cuadras que el riquísimo hacendado tenía en la ciudad. El guerrillero aguantó cuanto pudo pero al fin volvió a su pueblo, convencido de que no podía ser aquello de que sus paisanos recibieran en su propia tierra peor trato que los caballos en las cuadras de "Nacho". La vida licenciosa de éste, con notables escándalos, debía de asquearle además, pero parece que no fue razón suficiente para rechazar su oferta de abandonar la milicia para ir a servirle en 1906 a su palacio de la Plaza de la Reforma. En 1901 el yerno de Díaz había protagonizado el incidente por el que es más conocida su doble vida: el baile que se celebró en la calle de la Paz, en un local en el que 21 hombres, y otros 21 disfrazados de mujeres, prepararon una orgía -con rifa de un jovencito incluida- de la que tuvo noticia la policía por un soplo, presentándose en el lugar y llevándose detenidos a todos los participantes. Se conocieron los nombres de 41, pero el 42 -Ignacio de la Torre y Mier- quedó en un pretendido anonimato por obra de su suegro que no quería más daño para su hija ni más disgustos para sí mismo. Desde entonces quedó acuñada en Méjico la frase de "ser un 41" para hacer referencia a la homosexualidad de alguien.

Tras la renuncia de Porfirio Díaz a la presidencia del país y desaparecido su principal protector, Ignacio de la Torre tuvo que sufrir todo tipo de humillaciones, como la de ser despojado de sus tierras o padecer un calvario de prisión en prisión con el consentimiento del propio Zapata que, indudablemente, no guardaba buen recuerdo del pobre "Nacho". Cuando, tras mil aventuras, Ignacio de la Torre y Mier pudo escapar de los zapatistas y exiliarse en Nueva York, una operación fatal -lógicamente de hemorroides- acabó con lo que quedaba de su vida justo un año antes de que Emiliano Zapata cayera acribillado en el portón de Chinameca, la Hacienda de mi tío. Bueno, otra leyenda familiar dice que quien cayó hecho un colador fue un compadre y familiar del caudillo, ya que éste -desconfiado y precavido por naturaleza tanto como por necesidad- no acudió a la cita con Jesús Guajardo cuyos hombres tenían la orden de matarle. Por el contrario, huyó y continuó viviendo escondido hasta su verdadera muerte -ya anciano-, comentando de vez en cuando las noticias de actualidad con otro pariente nuestro mientras se metían entre pecho y espalda unos tequilas que temblaba el Misterio.

Arroyito revoltoso,
¿Qué te dijo aquel clavel?
Dice que no ha muerto el jefe,
que Zapata ha de volver...