Joaquín Díaz

QUO VADIS, EUROPA?


QUO VADIS, EUROPA?

El Norte de Castilla - La Partitura

17-10-2009



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En el siglo XII, abolida la liturgia mozárabe, entran en España escritos musicales para el rito romano



Don Randel, uno de los principales especialistas en la liturgia mozárabe, me comentaba hace poco tiempo que, dejando aparte el canto gregoriano, el repertorio musical del antiguo rito hispánico es el que más datos nos proporciona para un estudio del canto litúrgico de la Europa medieval. Los códices y fragmentos actualmente conservados pertenecientes a este rito, que datan de los siglos IX al XI, contienen mas de cinco mil melodías.



Desgraciadamente todas, menos veintiuna, están escritas en notaciones que no se pueden transcribir en notación moderna. Sin embargo, su importancia para el historiador y el musicólogo es innegable. El repertorio hispánico nos ofrece la clave de muchos enigmas en torno a los demás ritos, a pesar del enigma fundamental que presenta en sí. A causa de su aislamiento geográfico-político durante la época de dominación musulmana entre el año 711 y finales del siglo XI, es nuestro testigo más importante -en muchos sentidos el único testigo- de cómo pudiera haber sido el canto litúrgico occidental anterior a Carlomagno.

Desde muy pronto, comienzan a usarse en Europa códices, o sea libros compuestos por varios pergaminos doblados en forma de cuadernos, de los que se ayudaban los cantores para recordar -no sólo con la memoria- las melodías que debían interpretar. En España, aunque muchos de los primeros códices se traían de fuera de nuestras fronteras, en la opinión de Higinio Anglés y otros musicólogos una de las primeras muestras que podría contener música escrita es el Libellus Orationum, probablemente manuscrito en Tarragona a fines del siglo VII. Otros autores piensan que, lo que le parecían neumas -o sea notas musicales- a Anglés, podían ser en realidad pruebas de la pluma, tan frecuentes en los márgenes de los códices medievales cada vez que el copista iniciaba un párrafo y el cálamo se resistía a escribir. En cualquier caso y siguiendo a Randel, lo que tenemos son muchos aspectos sobre la estética musical, aunque no las melodías, que quedan reducidas al número susodicho de veintiuna.

Ya en el siglo XII, y abolida la liturgia mozárabe, comienzan a penetrar en España, fundamentalmente a través del país vasco, algunos escritos con notaciones musicales para el obligado rito romano que se conocen como «escritura aquitana», por proceder de la Aquitania. Esas notaciones vienen a poner de relieve un problema importante: hasta ese momento la transmisión de los cantos litúrgicos se hacía oralmente y dependía tanto de la memoria del cantor como del gusto para interpretar del mismo. La música litúrgica no incluía la participación del pueblo salvo en algunos momentos en que contestaba brevemente a un texto del cantor. Por tanto, y desde entonces, lo popular y lo oral van a estar ausentes de la música litúrgica medieval salvo raras excepciones y se va a fijar por escrito lo esencial del canto y sus formas en detrimento de la libertad en la interpretación y de la participación colectiva. No pensemos, sin embargo, que había desaparecido por completo el «artista», si llamamos de tal manera al creador que era capaz de sentir emoción al usar su propia voz, así como de relacionar la palabra con el sentimiento. Tenemos el ejemplo, no español, de Hildegard von Bingen, la creadora del primer lenguaje artificial de la historia, llamado «Lingua ignota». Hildegard no sólo enseñó a las monjas de su monasterio a valorar elementos esenciales en la vida y en el arte como el color y la luz, sino que también les enseñó a valorar el arte musical. Muchos no entendían la importancia de la música en los ritos litúrgicos, entre ellos algunos prelados de Mainz que prohibieron usar la música en el monasterio. La prohibición provocó una respuesta escrita de Hildegard en la que exponía la relación entre la música y los estados místicos, justificando la función especulativa o práctica de las artes. Hildegard, que fue una gran compositora, se refiere a la creación musical como a una cosa extraordinaria, y escribe: «también compuse cantos y melodías en alabanza a Dios, y los salmos sin enseñanza ninguna, y los cantaba sin haber estudiado nunca los pneumas ni el canto». Hildegard enseñó a cantar y a interpretar la música a muchas mujeres y monjas de su época para acompañar el lento transcurrir de la vida del claustro.

Tras la adopción de la liturgia romana por los carolingios y la fijación por escrito del repertorio en forma de notación musical llegará una larga época del canto gregoriano que se mantendrá hasta nuestros días con un repertorio más o menos estable en las diversas regiones de la cristiandad. Ese proceso se inicia en el concilio de Burgos de 1081 y va a modificar la forma de rezar y de cantar orando. De hecho todavía están sin resolver algunos enigmas sobre cómo se efectuó el cambio de la liturgia mozárabe a la romana teniendo en cuenta la lentitud con la que suelen desarrollarse estas reformas y la escasa voluntad de cambio de las comunidades peninsulares. Sólo a través de la invasión cluniacense y la llegada de monjes que se incorporaban a la vida de los monasterios españoles trayendo la nueva liturgia puede explicarse el paulatino pero inexorable avance del ritual centralista romano. Todo esto con matices, ya que en un par de antifonarios de los archivos capitulares de Toledo, pueden rastrearse orígenes franceses, de Cluny, transmitiendo a su manera aquella liturgia universal que la Iglesia pretendía imponer en contra de la voluntad localista de los ritos anteriores. La reforma del canto gregoriano de los siglos XIX y XX, lanzada desde Solesmes como una necesidad de volver a crear una «interpretación» única, puso de manifiesto el principal problema que ha tenido Europa a lo largo de su camino común: la historia del Continente podría resumirse en una batalla constante, frontal e inútil entre el ideal de la diversidad –representado por las variantes lingüísticas, costumbristas y étnicas, origen de aquellos nacionalismos que exacerbó el período romántico- y la obsesión por la norma, es decir, por el pensamiento común que igualara a sus habitantes y creara una conciencia de base sobre la cual se edificara una «nueva» Europa.

Esa Europa cuya hegemonía y capacidad de influencia está en cuestión actualmente desde otras zonas del planeta. En el último mes he tenido la oportunidad de asistir a dos congresos bien diferentes (socioeconómico uno y antropológico el otro) aunque en ambos gravitara la preocupación por el fin último y el desarrollo (¿global?, ¿cultural?, ¿económico?) del continente europeo.