13-06-2009
El chiflo o flauta de Pan anuncia desde siempre su llegada, antes en carretón o bicicleta, luego en moto y ahora con altavoz y en automóvil
El oficio de afilador, pese a ser uno de los más antiguos y populares de entre los que la tradición nos ha legado, tiene poca literatura. Miguel Gamborino graba a comienzos del siglo pasado en su famosa colección "Los Gritos de Madrid", una preciosa colección de los tipos que, por esas fechas, se veían y escuchaban pregonando sus mercancías por las calles de la capital del Reino. El amolador, cómo no, está incluido en ese ramillete y Gamborino nos lo muestra de pie, ante su característica rueda de amolar accionada por pedal sobre la que está cayendo un chorrillo de agua, afilando un cuchillo o una navaja. Dice Ramón Gómez de la Serna que los niños, casi siempre crueles en sus pequeñas obsesiones, perseguían a estos personajes gritándoles:
"El carro español y el burro francés", aludiendo a la tradición de que fuesen originarios de Francia los afiladores.
Don Francisco de Quevedo ya hace mención de esta circunstancia cuando en "La Fortuna con seso y la hora de todos" escribe:
"El amolador que hablaba el castellano menos zabucado de gabacho, dijo:
-Nosotros somos gentilhombres malcontentos del rey de Francia; hémonos perdido en los rumores, y yo he perdido más por haber hecho tres viajes a España, donde, con este carretoncillo y esta muela sola, he mascado a Castilla mucho y grande número de pistolas, que vosotros llamáis doblones".
El español con quien está conversando el afilador se queja a continuación de la escasa calidad de los productos franceses más conocidos de la época (fuelles, ratoneras, alfileres y cuchillos) particularidad que obliga a sus compatriotas a renovar constantemente la mercancía y a comprar a los vendedores ambulantes que venían del vecino país.
Hay también tradición -parece que más reciente- de que los afiladores viniesen de Galicia y más concretamente de Orense. Aunque han ido modernizando su impedimenta (de la piedra con pedal al pequeño motorcillo) y adaptándose a los tiempos (carretón, bicicleta, motocicleta, coche) sus escalas características han seguido sonando en las calles de pueblos y ciudades llamando a los usuarios a poner a punto los filos de sus navajas, tijeras y cuchillos. Todavía hoy, confundido con el tráfico de las grandes urbes, suena la peculiar melodía que anuncia su llegada y que arrastra tras ellos, como flautistas de Hamelin renovados, a un grupito de amas de casa que bajan a poner a punto sus filos.
Curiosamente el instrumento en el que tocaban esa melodía no tenía nombre concreto y así se le denominaba flauta de afilador, pito de afilador, flauta de Pan (aludiendo a la leyenda que cuenta que fue su inventor el dios Pan al cortar en trozos la caña en que Apolo había convertido a la ninfa Siringa para protegerla de la persecución de aquél), Siringa (para recordar el nombre de dicha ninfa), castrapuercas (porque también los capadores de cerdos utilizaban una flauta igual aunque sus toques fueran diferentes para distinguir una profesión de otra),etc. El gran músico y matemático francés Marin Mersenne (el que trabajó sobre los números primos) lo llamaba silbo y decía que la usaban los caldereros que recorrían las calles echando parches a las ollas. En su obra "Armonía Universal" recurría a la mitología para explicar que Pan fue uno de los capitanes de Baco y vencedor de una batalla en la que, haciendo sonar sus instrumentos y con la ayuda de Eco, consiguió sacar del valle donde se libraba la contienda al enemigo, atacado de "terror pánico".
En el Cancionero de Don Casto Sampedro y Folgar, dedicado a la música popular de Galicia aparece una breve alusión a este instrumento aunque, cosa curiosa, se dice que lo utilizaban paragüeros, afiladores y vendedores de loza pero siempre fuera de Galicia o de España y en la región sólo la usaban los castradores. También menciona Sampedro la costumbre de comprar los pequeños instrumentos en Portugal (Oporto, Braga, Lisboa...) Finalmente ofrece varios toques curiosos advirtiendo que el instrumento puede llegar a tener cualidades artísticas. Consultando el magnífico libro de Ernesto Veiga de Oliveira sobre los instrumentos musicales portugueses, el autor parece devolver la pelota al decir que "estas nuevas gaitas se hacen de molde, en Galicia (y son usadas por los gallegos que trabajan en Lisboa o en otras ciudades portuguesas en diversos oficios urbanos) y, entre nosotros, posiblemente por copia de los gallegos, en carpinterías de los alrededores de Braga y de varios tamaños, con un número de agujeros que va desde nueve a trece ..."
Gonçalo Sampaio, otro musicólogo portugués, va más allá, descubriendo una relación entre las canciones de pastorear bueyes en la zona del Miño (portuguesa y gallega) y los toques de esta flauta que, según ese mismo autor están en modo lidio (tono natural de fa mayor-modo tritus o quinto tono litúrgico de san Ambrosio).
Sea como fuere, proceda o no de Grecia y sea gallega o portuguesa, la flauta de pan tocada por los afiladores y castradores tiene siempre la misma forma (trapezoidal), alargándose en el lado contrario al de los agujeros con la forma de una cabeza de caballo o un semicírculo para facilitar su uso al agarrarla con la mano.
Suele ser de madera de boj o de nogal, aunque hoy día el plástico que todo lo invade se ha enseñoreado también de las posibilidades de fabricación de este instrumento mitológico al que la modernidad ha depreciado.
Gómez de la Serna tenía compasión de los afiladores porque tenían que llevar ellos el carro en vez de que el carro les llevase a ellos y añadía:
"El afilador, entre todos los pregoneros vivos de hoy, merece una mención aparte, porque, entre otras razones, representa con su flauta la melancolía de la vida y la cosa de sótano lamentable que tiene la ciudad...
El afilador siempre viene de Orense, donde no le basta con el pequeño terruño que tiene y, en octubre o noviembre, emprende el camino de Madrid con su rueda al hombro, recorriendo pueblos y pueblos, en los que afila todas las armas, hace semana y pita después como un tren triste que se va.
A la vuelta, si ha hecho dinero, vuelve en tren hasta la estación más próxima a su pueblo, o si no, vuelve a pie, volviendo a afilar lo desafilado y tocando el chiflo".
La frase "quien más chifle, afilador" o "el que más chifle, capador", es proverbial y viene a recordar la costumbre de quienes ejercían esos dos oficios de hacerse oir y anunciar su presencia por medio de su flauta característica.