Joaquín Díaz

URUEÑA, BASTIÓN DE SUEÑOS


URUEÑA, BASTIÓN DE SUEÑOS

El Norte de Castilla - La Partitura

02-05-2009



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La importancia del conocimiento y la esterilidad de una existencia carente de imaginación subyacen en las actividades de la Fundación Joaquín Díaz.

Hace más de veinte años, y tras una breve visita a la Casona de Urueña que la Diputación de Valladolid había adquirido cuando era su presidente José Luis Mosquera, me embarqué en una aventura personal cuyo recorrido ha tenido -como todas las singladuras vitales- momentos de exaltación y de desánimo.



Entre unos y otros, sin embargo, ha habido una actuación clara y constante de la Fundación que dirijo y que se podría resumir en dos principios: la defensa y valoración del patrimonio antropológico (incluyendo en el mismo la mentalidad y el lenguaje) y la creación de un fondo documental a partir del cual pueda estudiarse desde diferentes perspectivas aquel mismo patrimonio.

Sería ocioso, como casi siempre lo fue, ponerse a discutir sobre las tendencias o las ideologías que mueven o agitan esos estudios y los conducen por uno u otro camino. Lo que se desprende de todos ellos es que el individuo ha recorrido un camino muy breve y con escaso fruto desde que comenzó a pensar, de modo que sus sueños y preocupaciones siguen teniendo los mismos orígenes, parecidos planteamientos y escasas soluciones. Los problemas que agobian al mundo comienzan en el ámbito personal (defensa de la identidad frente al otro -nacionalismos-, imposición de las propias creencias -guerras de religión-, sentido equivocado de la propiedad -violencia machista- y ambición desmedida) y se expanden con sorprendente velocidad gracias a unos medios de comunicación que apenas distinguen entre globalización y aculturación.

La mayoría de los especialistas en geografía humana hablan de las primitivas cabañas circulares dedicadas a la ganadería, como el primer paso que convirtió los asentamientos temporales en viviendas. De hecho, hubo dos momentos cruciales en ese proceso lento y dilatado: el crecimiento en superficie y el crecimiento en altura. Respecto al primero, se produjo en el instante en que el ser humano abandonó la construcción circular para adoptar la figura cuadrada, seducido sin duda por la posibilidad de ampliar o completar con otras edificaciones auxiliares su propia casa a partir de los lados del cuadrado. Se produjo en esa circunstancia también un curioso cambio, que trastocó lo que los estudiosos de las religiones primitivas llamaron "la nostalgia del paraíso" (es decir, la búsqueda del centro), en una aceptación intuitiva de que el paraíso podría estar en el mundo y además muy cerca: en la propia naturaleza. De un movimiento centrípeto, mandálico, que situaba al individuo en el centro del universo y le obligaba a replegarse constantemente en sí mismo, se pasó a una fuerza centrífuga que le impulsó a conquistar su entorno, a abandonar el vasallaje que le sometía al capricho del ámbito natural, para transformar el medio en el que vivía o hacer uso de él en su propio beneficio.

Respecto al segundo momento crucial, el crecimiento en altura, se dio a partir del instante en que los materiales y la experiencia en el uso de los mismos permitieron aumentar el volumen, la capacidad o la altitud sin necesidad de doblar o multiplicar la superficie y además sin riesgos.

Estos dos momentos surgieron, por supuesto, a partir de una evolución considerable de las mentalidades y después de una modificación sustanciosa de las creencias. Algunos mitos antiguos, sin duda de origen moral, advertían, desde el instante mismo en que el ser humano amplió el núcleo familiar y decidió transformarlo (fuese por conveniencia o por convicción) en social, acerca del peligro que encerraba la búsqueda del conocimiento y más aún el anhelo de la sabiduría. Esos mitos estarían representados dentro de la civilización judeo cristiana por la torre de Babel y por la búsqueda del Grial. La torre de Babel, como símbolo del efecto que podría causar en una sociedad establecida sobre normas (lingüísticas, morales, convivenciales) el hecho de relacionarse con otras comunidades y otras culturas, amenazando el orden, alterando la identidad, haciendo tambalearse, en suma, los principios básicos de la personalidad colectiva. Probablemente el mito está enraizado en el origen mismo de los oficios, de las artesanías y del desarrollo de léxicos propios con el consiguiente riesgo de incomprensión entre unos gremios y otros. El Grial, como leyenda en la que se mitifica la búsqueda de lo elevado y se limita su acceso sólo a quien descubra la magia de la sencillez y de la humildad, dudándose siempre de que ese acceso pueda ser colectivo: cuenta dicha leyenda que un rey, poseedor del vaso sagrado sobre el que Cristo instituyó el sacramento de la eucaristía, se hallaba aquejado de un mal terrible que secaba, paralizaba y esterilizaba todo a su alrededor. Su reino, tocado por la muerte, languidecía inexorablemente hasta el momento en que Parsifal, infatigable buscador de lo imposible, llegó ante el rey.

Mircea Eliade, al analizar este mito y sus significados, escribe:

Sin tener en cuenta el ceremonial cortesano, se dirige directamente al rey y sin ningún preámbulo le pregunta al acercársele:
¿Dónde está el Grial?...
En el mismo instante todo se transforma.
El rey se alza de su lecho de dolores, los ríos y las fuentes vuelven a correr, renace la vegetación, el castillo se restaura milagrosamente.
Las palabras de Parsifal habían bastado para regenerar la naturaleza entera.
Pero es que estas pocas palabras eran el problema central, el único problema que podía interesar no sólo al rey pecador sino al cosmos entero: ¿Dónde se halla lo real por excelencia, lo sagrado, el centro de la vida y la fuente de la inmortalidad?
¿Dónde estaba el santo Grial?
A nadie se le había ocurrido hacer esta pregunta central antes de que la hiciese Parsifal, y el mundo perecía por esta indiferencia metafísica y religiosa, por tamaña falta de imaginación y por tal ausencia de deseo de lo real
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Los dos mitos, originados en tiempos pretéritos, reflejan sin embargo problemas eternos, esos que siguen atormentando al individuo de hoy y sobre los cuales gravita el interés de nuestra Fundación en todas sus actuaciones: la importancia del conocimiento para el ser humano (pese a los relatos interesados que le alertan del peligro e inseguridad inherentes a su adquisición) y la esterilidad de una existencia carente de imaginación y de esfuerzo.